23 de mayo de 1453
Hoy se ha esfumado nuestra última esperanza.
El emperador tenía razón. Preparado como se halla por el ayuno, la vigilia y la
oración, su sensibilidad es más aguda que la de todos nosotros a la hora de advertir
el postrer latido de su reino.
La nave que fue despachada en busca de la
flota veneciana regresó al alba sin poder cumplir con su misión. Por una mezcla
de buena suerte, pericia y valentía, la embarcación se deslizó sin contratiempo
alguno a través de los Dardanelos, burlando las naves turcas de vigilancia.
Han regresado los mismos doce hombres que
partieron. Seis son venecianos y los otros seis griegos. Durante los veinte días
que navegaron por el mar Egeo o atisbaron ninguna nave cristiana.
Cuando vieron por fin que su búsqueda era
inútil y que corrían el peligro de ser descubiertos por un barco turco, conferenciaron
sobre qué debían hacer. Algunos opinaron:
"Hemos cumplido con nuestro deber. ¿Por
qué hemos de volver a la ciudad si su caída es tan segura?".
A lo que otros respondieron: "El
emperador nos envió y debemos regresar para darle el informe. Sometámoslo a votación".
Se miraron unos a otros, rompieron a reír, y
por unanimidad acordaron poner rumbo a Constantinopla.
Topé con dos de estos hombres en el palacio de
Blaquernae.
Reían todavía de buena gana al relatar lo
infructuoso de su expedición, mientras los venecianos les servían vino y les daban
amistosas palmadas den la espalda. Pero sus ojos, heridos por el peligro y el
mar, no sonreían.
- ¿Cómo habéis tenido valor para regresar
sabiendo que os espera una muerte cierta? -les pregunté.
Volvieron hacia mí sus rostros curtidos por la
intemperie y respondieron casi al unísono:
- Somos marinos venecianos.
Esto era bastante, quizá. Venecia, reina de
los mares, por muy codiciosa, cruel y calculadora que pudiera ser, ha criado a
sus hijos en la máxima de vivir y morir en defensa del honor de su patria.
Pero no hay que olvidar que seis de los doce expedicionarios
eran griegos. Y éstos han demostrado que un griego puede ser fiel a una causa
perdida; hasta la muerte.
Mika Waltari (Finlandia, 1908-1979)
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