Regresa la primavera a Vancouver.

martes, 11 de enero de 2011

Páginas ajenas: EL HALCÓN MALTÉS, de Dashiell Hammett


(Fragmento)

- Este va a ser, señor mío, el relato más asombroso que haya usted oído; y lo digo a sabiendas de que un hombre que descuelle en su profesión debe de haber oído cosas muy fuera de lo corriente con el correr de los años.

Spade inclinó la cabeza cortésmente.

El hombre gordo arrugó los ojos y preguntó:

- ¿Qué sabe usted, señor mío, de la Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, más tarde llamados Caballeros de Rodas y por otros nombres?

Spade alzó el puro en el aire.

- No mucho. Sólo lo que recuerdo de cuando estudiaba historia en el colegio. Eran cruzados, o algo así.

- Muy bien. ¿Recuerda usted que Solimán el Magnífico los echó de Rodas en 1523?

- No.

- Pues lo hizo, señor mío, lo hizo, y entonces se establecieron en Creta. Allí permanecieron siete años, hasta que en 1530 persuadieron al emperador Carlos V a que les cediera -y Gutman alzó tres hinchados dedos y contó de uno a tres- Malta, Gozo y Trípoli.

- ¿Sí?

- Sí, pero con estas condiciones: que tendrían que pagar al emperador un tributo anual consistente en un -alzó el dedo- halcón como reconocimiento de que Malta seguía bajo el dominio de España. ¿Comprende? El emperador se la cedía, pero únicamente a condición de que la habitaran, no pudiendo cederla o venderla a nadie.

- Sí.

El hombre gordo volvió la cabeza y miró sucesivamente a las tres puertas cerradas, acercó su sillón a unas cuantas pulgadas de distancia del de Spade y bajó la voz hasta que se convirtió en un ronco murmullo.

- ¿Tiene usted idea acerca de la riqueza, de la enorme riqueza, de la incalculable riqueza de la Orden en aquellos tiempos?

- Si no recuerdo mal -dijo Spade- tenían bien cubierto el riñón.

Sonrió Gutman indulgente.

-Bien cubierto, señor mío, se me antoja una expresión excesivamente moderada.

El susurro de su voz se hizo aún más bajo y cuchicheante:

- Nadaban en riquezas. No tiene usted idea. Ni usted ni nadie. Llevaban años y más años cogiéndoles botín a los sarracenos, y había llegado a atesorar lo que nadie sabe en gemas, metales preciosos, sedas, marfiles..., lo mejor del Oriente. Esto, señor mío, es pura historia. Todos sabemos que para ellos, y también para los Templarios, las guerras santas eran en gran medida una cuestión de botín. Pues bien, el emperador Carlos les cede Malta, y todo el censo que les pide es la entrega de un miserable pájaro al año. ¿No es muy natural que aquellos caballeros incalculablemente ricos buscaran alguna manera de expresar su agradecimiento? Y eso, señor mío, es precisamente lo que hicieron. Se les ocurrió la feliz idea de pagar a Carlos el tributo correspondiente al primer año, no con un ruin pájaro de plumas y carne, sino con un maravilloso halcón de oro, embellecido de la cabeza a las patas con las más finas joyas que hallaron en sus arcas. Y no olvide, señor mío, las tenían maravillosas: las mejores, las más ricas llegadas del Asia.


La ilustración corresponde al cartel Los personajes de El Halcón Maltés,
de Owen Smith, creados para la exposición sobre Dashiell Hammett
organizada por la municipalidad de San Francisco, California, en 2008.

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