Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 22 de enero de 2013

Páginas ajenas: EL FESTÍN DE BABETTE, de Isak Dinesen


(Fragmento que corresponde a la nevada al final de la cena)

Cuando finalmente se disolvió la reunión, había cesado de nevar. El pueblo y las montañas tenían un resplandor blanco, ultraterreno, y en el cielo brillaban miles de estrellas. En la calle, la nieve era tan espesa que resultaba difícil caminar. Los invitados de la casa amarilla se fueron a pie y andaban haciendo eses, se caían sentados o sobre las manos y las rodillas, y se levantaban cubiertos de nieve, como si se hubiesen lavado los pecados y hubieran quedado tan blancos como la lana; y con este vestido de inocencia recobrada andaban retozando como corderos. Era maravilloso para todos ellos haberse vuelto como niños; era bienaventuradamente gracioso ver a los Hermanos que tan en serio se tomaban entre ellos, inmersos en esta especie de segunda niñez celestial. Daban traspiés, se enderezaban, caminaban o se quedaban parados, formando a veces una gran cadena de beatíficos lanciers.

- ¡Benditos, benditos sean!, resonaba por todas partes como un eco de la armonía de las esferas.

Martine y Philippa permanecieron largo rato en la escalera de piedra del portal. No sentían frío. "La estrellas están más cerca", dijo Philippa.

- Se acercarán todas las noches -dijo Martine en voz baja-. Es muy probable que no vuelva a nevar más.

En esto, sin embargo, se equivocaba. Una hora después empezaba a nevar otra vez, y cayó una nevada como nunca había caído en Berlevag. A la mañana siguiente, la gente apenas podía abrir sus puertas contra la nieve acumulada. Las ventanas de las casas estaban tan espesamente cubiertas, según se contaba años después, que muchos buenos vecinos ni siquiera se dieron cuenta de que había amanecido y siguieron durmiendo hasta bien entrada la tarde.

Isak Dinesen: Karen Blixen (Dinamarca, 1885-1962)

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