Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 10 de mayo de 2017

Carnaval: CARNAVAL DIABÓLICO, de Alicia Giménez Bartlett

"... se le ocurre vestirse de diablillo saltarín con las carnes bien apretadas debajo de una malla y venirse hasta Sitges en carnaval."
 
 (Fragmento)

Cualquier ayuda parecía poca a tenor de los primeros pasos: el cadáver no iba identificado ni presentaba signos de violencia, ni le habían robado, y en el departamento de «personas desaparecidas» no se había presentado ninguna denuncia que coincidiera físicamente con él. Pasamos a los posibles testigos de los inmuebles. Entre Yolanda, Sonia, Garzón y yo hicimos un «puerta a puerta» que parecía que iba a ser infructuoso. Todo el mundo dormía a la supuesta hora del asesinato. La gente que estaba en su casa no tenía a las tres de la mañana nada mejor que hacer: el día siguiente era laborable. Cuando ya estábamos a punto de acabar, apareció Yolanda muy excitada.
 
- Inspectores, vengan por favor. El vecino del entresuelo tiene algo que decir.
 
Se trataba de un hombre mayor que vivía solo. Con un humor de perros, en pijama y con muy pocas ganas de colaborar, repitió algo que ya le había dicho a Yolanda.
 
- Sí, yo lo mojé.
 
Me quedé de una pieza, pero encontré la serenidad suficiente como para preguntar:
 
-¿Cómo? ¿Puede explicarse?
 
- Ni que fuera tan difícil de comprender: a las cuatro de la mañana me entraron ganas de mear y fui al lavabo. Cuando volvía a la cama oí a dos tíos dando voces en la calle. Pensé: ¿aún no han acabado de meter bulla esos hijos de puta del carnaval? Me puse la bata para que no me diera el frío de la calle, fui hasta la ventana y la abrí. Allí justo debajo estaba ese tío sentado.
 
-¿Y nadie más?
 
- Nadie más. Pensé que era un borracho y como estaba hasta las narices, porque ya está bien con el carnaval y que la gente decente no podamos estar en paz, llené un cubo de agua en la bañera y se lo eché por encima, a lo mejor así se iba a dormir la mona a otro sitio. Se quedó tan campante y me largué a la cama otra vez. ¡A lo mejor se pesca una buena pulmonía!, pensé, algo es algo.
 
- Es usted el colmo de la solidaridad, ¿eh? —soltó Yolanda en un arranque.
 
-¿Solidaridad con un borracho que se queda en la calle a dormir?
 
Atajando la cuestión solidaria, inquirí:
 
-¿Vio huir a alguien o a alguna persona que se alejara del lugar?
 
- El tío estaba solo, más solo que la una.
 
- Las voces que oyó, ¿entendió lo que decían?
 
- ¡Y yo qué voy a entender, con la ventana cerrada y medio dormido!
 
-¿Era una voz o eran dos?
 
- Me parece que eran dos: uno hablaba más fuerte, el otro más bajo.
 
-¿Eran hombres?
 
- Sí. Maricones serían.
 
Noté cómo el subinspector se tensaba ante la calificación.
 
-¿Y discutían?
 
- Supongo; no creo que estuvieran dándose el pico, aunque a lo mejor también.
 
Lo que me temía sucedió. Garzón, impulsando su cuerpo hacia delante, puso su cara a un palmo de la de aquel pobre diablo, que inmediatamente retrocedió. Bramó como en la ópera:
 
-¿Y no se le ocurrió llamar a la policía, como era su obligación?
 
El puñetero viejo se achantó, si bien puso cara de haber bebido vinagre y dijo:
 
- No podía saber que estaba muerto. Pensé que sólo había bebido demasiado y ése no es motivo para llamar a la policía en una noche de carnaval.
 
 
Alicia Giménez Bartlett (España. 1951).

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