Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

lunes, 15 de mayo de 2017

Carnaval: SEIS PROBLEMAS PARA DON ISIDRO PARODI, de Bustos Domecq

"Yo, con el hocico peludo, sudaba tinta, y vuelta a vuelta me sorprendió la tentación de sacarme la cabeza de oso."

(Fragmento de La víctima de Tadeo Limardo)

»Como dice Anteojito en su columnita de Última Hora, la llegada misma de Tadeo Limardo al Nuevo Imparcial está signada por el misterio. Llegó con Momo, entre pomos y bombitas de mal olor, pero Momo no lo verá el otro carnaval. Le pusieron el sobretodo de madera y se radicó en la Quinta del Ñato: los infantes de Aragón ¿qué se fizieron?
 
»Yo, que palpito al unísono con la urbe, le había sustraído un traje de oso al peón de  cocina, que es un misántropo que no acude a la milonga, que no es danzante. Munido de esa piel enteriza, calculé que iba a pasar desapercibido, y me di el lujo de hacerle una reverencia al patio del fondo y salí como un señor, en busca de oxígeno. Usted no me dejará mentir: esa noche la columna mercurial batió el récord de altura; hacía tanto calor que la gente ya se reía. A la tarde hubo como nueve insolados y víctimas de la ola tórrida. Haga su composición de lugar: yo, con el hocico peludo, sudaba tinta, y vuelta a vuelta me sorprendió la tentación de sacarme la cabeza de oso, aprovechando algunos lugares que son como boca de lobo, que si el Concejo Deliberante los ve se le cae la cara de vergüenza. Pero yo, cuando me prendo a la idea, soy un fanático. Le prometo que no me saqué la cabeza, no fuera de repente a aparecer uno de los feriantes del Abasto, que saben correrse hasta el Once. Ya mis pulmones se alegraban con el aire benéfico de la plaza, que hervía de rotiserías y de parrillas, cuando perdí el conocimiento, frente mismo a un anciano que se había disfrazado de tony, y que desde hace treinta y ocho años no se pierde un carnaval sin mojar al vigilante, que es paisano suyo, porque es de Temperley. Este veterano, a pesar de la nieve de los años, obró con sangre fría: de un envión me sacó la cabeza de oso, y no se llevó mis orejas porque estaban pegadas. Para mí que él o su tata, que se había caracterizado con un bonete, me sustrajeron la cabeza de oso; pero no les guardo canina: me hicieron engullir una sopa seca, que con cuchara de madera me la empujaban, que me despertó con la temperatura. La molestia es que ahora el peón de cocina ya no me quiere hablar porque malicia que la cabeza de oso que yo extravié es la misma con que salió fotografiado en un carro alegórico el doctor Rodolfo Carbone. Hablando de carros, uno con un bromista en el pescante y un avispero de angelotes en la caja, se comedió a depositarme en mi domicilio, en vista de que los carnavales van cediendo terreno y de que yo no podía materialmente con mis piernas a cuestas. Mis nuevos amigos me tiraron al fondo del vehículo, y me despedí con una risotada oportuna. Yo iba como un magnate en el carro y tuve que reírme: orillando el paredón del ferrocarril venía un pobre rústico a pie, un cadáver desnutrido y de mal semblante, que apenas podía con una valijita de fibra y un paquete medio deshecho. Uno de los angelotes quiso meterse donde no lo llamaron y le dijo al pajuerano que subiera. Yo, para que no decayera el nivel de la farra, le grité al del pescante que nuestro carro no era de recoger basura. Una de las señoritas se rió con el chiste y acto continuo le sonsaqué una cita para un terreno de la calle Hamahuaca, donde no pude concurrir por proximidad del Abasto. Yo les hice tragar la bola de que me domiciliaba en el Depósito de Forrajes, cosa que no me tomaran por un patógeno; pero Renovales, que no tiene ni el rudimento, me retó desde la vereda porque Paja Brava carecía de quince centavos que había descuidado en el chaleco mientras pasaba al fondo, y todos calumniaban que yo los había invertido en Laponias. Para peor tengo un ojo clínico, y divisé a menos de media cuadra el cadáver de la valijita que venía dando tumbos con la fatiga. Cortando en seco los adioses, que siempre duelen, me tiré del carro como pude y gané el zaguán para evitar un casus belli con el extenuado. Pero es lo que yo siempre digo: vaya usted a aplicar la razón con estos muertos de hambre. Yo salía de la pieza de los 0,60, donde a cambio de un traje de oso que me sancochaba me obsequiaron con una legumbre fría y una emulsión de vino casero, cuando en el patio me topé con el rústico, que ni me devolvió el saludo.
 
 
Honorio Bustos Domecq: seudónimo de Jorge Luis Borges (Argentina, 1899.1986)
y Adolfo Bioy Casares (Argentina, 1914-1999).

En este mismo blog se puede leer un texto sobre el origen del seudónimo Honorio Bustos Domecq

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