Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

lunes, 31 de octubre de 2016

Una antología: CUENTOS SOBRENATURALES, de Carlos Fuentes


Para iniciar este período que culminará la próxima semana con el festejo de la noche de brujas y continuará después con el día de los muertos, resulta de lo más oportuno comentar le edición de Alfaguara que reúne las narraciones de Carlos Fuentes con temas sobrenaturales. Hace unos años se publicaron de manera simultánea dos antologías, una titulada Cuentos naturales, y la que ahora nos ocupa.
 
Entre los relatos se incluye Aura, que sin duda es clave para apreciar la obra de Fuentes. La narración en segunda persona me causó tal impresión desde mi acercamiento inicial, que opté por aprovechar ese recurso en mi propia novela Decir Adiós es morir un poco. Toda novela -solía asegurar el propio Fuentes- desciende de otra novela. Aura ha sido relacionada con Los papeles de Aspern, de Henry James, sobre todo a partir de que Ricardo Garibay lanzara la acusación de que se trataba de una copia. Valdría la acotación de que no sólo los escenarios son diferentes -Venecia y México-, mientras que en la obra de James la intención de su protagonista es apoderarse de las cartas y textos inéditos de un famoso poeta ya fallecido, y con el fin de conseguirlos se las ingenia para instalarse en la mansión de la anciana que los conserva, en Aura el personaje de Felipe Montero será contratado por la viuda de un general para que ordene y redacte sus memorias y es ella quien le pone como condición quedarse a vivir en su casa de la calle de Donceles, en la zona más antigua de la ciudad. Coinciden en esencia, ya que la trama se centra en los documentos en poder de las ancianas y ambas viven acompañadas por una sobrina. La narración de Aura difiere de manera contundente por el uso de la segunda persona y posee elementos sobrenaturales de magia y reencarnación de los que carece Los papeles de Aspern. Recreación o no, tal vez paráfrasis, su lectura sigue siendo un placer.

Chac Mool es el cuento más conocido de su primera obra publicada, el volumen de relatos Los días enmascarados. La figura de un antiguo dios azteca va adquiriendo vida propia hasta dominar por completo a su dueño: "Debo reconocerlo. Soy su prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a Chac Mool, como se domina un juguete."

Las referencias cinematográficas son constantes en la obra de Fuentes, sin embargo, Pantera en jazz, ingeniosa reelaboración de La Marca de la Pantera (Cat People, 1942), exhibida en España como La Mujer Pantera -que fue objeto primero de una secuela y de un remake con el mismo título, cuarenta años después-, es espléndida. Narrada en tercera persona, para describir el entorno, sueños y desvaríos del protagonista, como si se tratara de una morbosa cámara cinematográfica, es un recurso bien logrado. Tan sólo por su lectura se justifica plenamente la totalidad del libro. Se inspira en una película que siempre he disfrutado mucho -sobre todo en su versión más reciente-. De manera que desde un principio me encontraba predispuesto para que esta suerte de alucinación introspectiva resultara tan estimulante.

Tlactocatzine, del jardín de Flandes, también estaba incluido en la citada Los días enmascarados. Equivale al antecedente literario que germinaría años después en Aura.

Por boca de los dioses y Letanía de la orquídea, con abundancia de referencias históricas, transcurren la primera en México, a la que se refiere como la Gran Ciudad, y la segunda en Panamá -lugar de nacimiento de Fuentes, cuando su padre se encontraba cumpliendo encomiendas diplomáticas-, incurriendo en este último caso, en un excesivo regodeo en los modismos locales. Ninguno de los dos cuentos resulta particularmente memorable.

La antología continúa con La Muñeca Reina, que formaba parte de Cantar de ciegos. Dicho volumen se editó por primera vez en 1964, a finales de esa década y todavía en los años setenta, era lectura casi obligatoria en México, para lo cual contribuyó su adaptación al cine, que representó el debut de Ofelia Medina como el personaje de Amilamia, cuando era apenas una jovencita veinteañera (antes ya también se había filmado otro de sus cuentos: Las dos Elenas). Su primera línea siempre me ha parecido magnífica como introducción: "Vine porque aquella tarjeta, tan curiosa, me hizo recordar su existencia".

El robot sacramentado es un relato desconcertante y el más reciente de todos. Adán y Eva, conocidos como los Primeros Padres, de regreso al paraíso sólo que no el terrenal, del que fueron expulsados, sino en el cielo, se hartan de su condición de megaestrellas repartiendo autógrafos y acuden al Todopoderoso para pedirle, en lugar de la celebridad, el privilegio del anonimato. Este sería el aspecto, digamos, convencional del asunto, porque después será creada la generación Cratilo de robots, con idea alemana, diseño italiano, financiación francesa, programacíón japonesa, mercadotecnia norteamericana y fabricación en una maquila de la frontera mexicana. Los robots se rebelan porque desean tener nombres y no solamente números para identificarse. Cuando Adán y Eva se pierden y nadie tiene idea de dónde se encuentran, Dios solicita la ayuda de los autómatas. El relato fluye vigoroso evitando alguna vuelta de tuerca agazapada en la conclusión del mismo: "Sin que sus inventores multinacionales lo supiesen, los robots de la quinta generación adquirieron así las verdaderas funciones del cerebro, que son las de parecerse a los hombres y mujeres de una manera mucho más íntima y calurosa. Bautizados..." La última palabra, sin embargo, la tendrá Dios en el párrafo final.

Un fantasma tropical es muy breve, el relato en primera persona de un preadolescente de doce años, que "iba a cumplir los trece" -la misma edad de la inolvidable Lolita de Nabokov-, y "había leído en la escuela el cuento de Poe traducido por Cortázar, el de la carta robada".

Al final del volumen se ubica Aura y no era posible cerrar mejor. En total, poco menos de doscientas páginas de lectura que rescatan párrafos memorables, sobrenaturales o no, eso sería lo de menos, de un autor imprescindible para la literatura en nuestra lengua.


Jules Etienne

La ilustración corresponde a un fotograma de la película
La Marca de la Pantera (Cat People, 1982).