Regresa la primavera a Vancouver.

martes, 31 de enero de 2023

Conejos: VIAJE AL OESTE (Las aventuras del rey mono), de Wu Cheng'en

"Para mayor asombro, un conejo de lapislázuli se acercó al trono para presentar sus respetos al Rey de los Cielos..."

(
Fragmento del capítulo IV)

Wu-Kung pasó también junto al Salón del Tesoro de la Niebla Divina, donde las puertas y marcos eran de jade, y las puntas y clavos que los unían, de oro puro. Sus pasillos y corredores se contaban por millares y por doquier se veían esculturas y relieves de una perfecta y elegante hechura. Poseía tres y cuatro aleros, tan espaciosos que en cada uno de ellos cuidaban de sus crías los dragones y los fénix. En su punto más amplio se abría una espléndida cúpula redonda, gigantesca calaba- za de oro color púrpura, bajo la que las diosas protectoras tendían sus abanicos y las doncellas de jade colgaban sus velos de inmortales.

La apariencia de los mariscales celestes que supervisaban la marcha de la corte era feroz, y digna la de los diez mil oficiales entre cuyas responsabilidades sobresalía la de proteger el trono. Ninguno prestaba, sin embargo, atención especial a una fuente de cristal llena hasta rebosar de píldoras del elixir de la Gran Mónada, junto a la que había varios jarrones de cornalina con ramas retorcidas de coral sobresaliendo por la grácil apertura de sus bocas. En aquel salón celeste podía contemplarse todo género de objetos extraños, absolutamente diferentes de los que pueden encontrarse en la tierra, tales como arcadas de oro, carrozas de plata, capullos de coral, plantas de jaspe con brotes tiernos de jade... Para mayor asombro, un conejo de lapislázuli se acercó al trono para presentar sus respetos al Rey de los Cielos, mientras un cuervo de oro* vino volando a rendir pleitesía al Gran Sabio. ¡Qué inmensa suerte la del Rey de los Monos, al ser admitido en los misterios del reino celeste, él, que en nada era tenido en el mundo de los hombres!

Se le considera una obra anónima impresa en 1592,
aunque también se atribuye al erudito  de la dinastía Ming
Wu Cheng'en (China, 1500 o 1504-1582).

* El conejo de lapizlázuli y el cuervo de oro son metáforas taoístas para designar respectivamente, a la luna y el sol.
(Traducida del chino por Enrique P. Gatón e Imelda Huang-Wang).

lunes, 30 de enero de 2023

Conejos: DOS LIEBRES DE MIGUEL DE CERVANTES (La Galatea y La gitanilla)

"... venían siguiendo a una temerosa liebre, que a toda furia a las espesas ramas venía a guarecerse."

La Galatea
(1585)

(Fragmento del primer libro)

A este punto del cuento de sus amores llegaba Teolinda, cuando las pastoras sintieron grandísimo estruendo de voces de pastores y ladridos de perros, que fue causa para que dejasen la comenzada plática y se parasen a mirar por entre las ramas lo que era. Y así, vieron que por un verde llano que a su mano derecha estaba, atravesaban una multitud de perros, los cuales venían siguiendo una temerosa liebre, que a toda furia a las espesas matas venía a guarecerse. Y no tardó mucho que por el mesmo lugar donde las pastoras estaban la vieron entrar e irse derecha al lado de Galatea; y allí, vencida del cansancio de la larga carrera y casi como segura del cercano peligro, se dejó caer en el suelo con tan cansado aliento que parecía que faltaba poco para dar el espíritu. Los perros, por el olor y rastro, la siguieron hasta entrar adonde estaban las pastoras; mas Galatea, tomando la temerosa liebre en los brazos, estorbó su vengativo intento a los codiciosos perros, por parecerle no ser bien si dejaba de defender a quien della había querido valerse. De allí a poco llegaron algunos pastores, que en seguimiento de los perros y de la liebre venían, entre los cuales venía el padre de Galatea, por cuyo respecto ella, Florisa y Teolinda le salieron a rescebir con la debida cortesía. Él y los pastores quedaron admirados de la hermosura de Teolinda, y con deseo de saber quién fuese, porque bien conocieron que era forastera. No poco les pesó desta llegada a Galatea y Florisa, por el gusto que les había quitado de saber el suceso de los amores de Teolinda, a la cual rogaron fuese servida de no partirse por algunos días de su compañía, si en ello no s e estorbaba acaso el cumplimiento de sus deseos.

La Gitanilla (1613)

(Fragmento)

A lo cual respondió Preciosa:

- Puesto que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que soy tuya, y que por tuya te me han entregado, yo he hallado por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que antes que aquí vinieses entre los dos concertamos. Dos años has de vivir en nuestra compañía primero que de la mía goces, porque tú no te arrepientas por ligero, ni yo quede engañada por presurosa. Condiciones rompen leyes; las que te he puesto sabes: si las quisieres guardar, podrá ser que sea tuya y tú seas mío; y donde no, aún no es muerta la mula, tus vestidos están enteros, y de tus dineros no te falta un ardite; la ausencia que has hecho no ha sido aún de un día; que de lo que dél falta te puedes servir y dar lugar que consideres lo que más te conviene. Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere. Si te quedas, te estimaré en mucho; si te vuelves, no te tendré en menos; porque, a mi parecer, los ímpetus amorosos corren a rienda suelta, hasta que encuentran con la razón o con el desengaño; y no querría yo que fueses tú para conmigo como es el cazador, que, en alcanzado la liebre que sigue, la coge y la deja por correr tras otra que le huye. Ojos hay engañados que a la primera vista tan bien les parece el oropel como el oro, pero a poco rato bien conocen la diferencia que hay de lo fino a lo falso. Esta mi hermosura que tú dices que tengo, que la estimas sobre el sol y la encareces sobre el oro, ¿qué sé yo si de cerca te parecerá sombra, y tocada, cairás en que es de alquimia? Dos años te doy de tiempo para que tantees y ponderes lo que será bien que escojas o será justo que deseches; que la prenda que una vez comprada nadie se puede deshacer della, sino con la muerte, bien es que haya tiempo, y mucho, para miralla y remiralla, y ver en ella las faltas o las virtudes que tiene; que yo no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas, cuando se les antoja; y, como yo no pienso.

Miguel de Cervantes (España, 1547-1616).

domingo, 29 de enero de 2023

Conejos: LA MANDRÁGORA, de Niccolò Machiavelli

"... aguza las orejas como una liebre, no se fía de nadie, y a la menor insinuación pone mil dificultades."

(Fragmento del acto tercero, escena II)

Micer Nicias y Ligurio.

Micer Nicias: Te extrañas quizás, Ligurio, que haya que hacer tantas historias para persuadir a mi mujer, pero si lo supieras todo, no te extrañarías.

Ligurio: Imagino que será porque todas las mujeres son desconfiadas.

Micer Nicias: No es eso. Ella era la más dulce y tratable de todas las criaturas de este mundo, pero habiéndole dicho una vecina que si hacía voto de oír cuarenta mañanas la misa de los Siervos quedaría encinta, lo hizo y fue allí unas veinte mañanas. Pero uno de aquellos frailucos empezó a acosarla, de tal manera que ya no quiso volver. Es lamentable, creo, que aquellos que deberían darnos buen ejemplo se comporten así, ¿no os parece?

Ligurio: Diablos, y tanto que es lamentable.

Micer Nicias: Desde entonces aguza las orejas como una liebre, no se fía de nadie, y a la menor insinuación pone mil dificultades.

Ligurio: No me extraña, pero, ¿y el voto? ¿Cómo lo cumplió?

Micer Nicias: Se hizo dispensar.

Ligurio: Está bien. Pero dadme, si los tenéis, veinticinco ducados que en esos casos conviene gastar, para hacerse amigo del fraile y darle esperanzas de mayor recom- pensa.

Niccolò Machiavelli (Italia, 1469-1527).

La ilustración corresponde a una puesta en escena de la obra producida por la Fundación Teatro de la Toscana, de 2016, con actores de la Compañía de las sillas (Compagnia delle Seggiole), dirigida por Claudio Spaggiari.

sábado, 28 de enero de 2023

Conejos: EL DECAMERÓN, de Giovanni Boccaccio

"... de una parte salir conejos, por otra correr liebres..."

(
Fragmento de la tercera jornada)

Al ver este jardín, su bello orden, las plantas y la fuente con los arroyuelos proce- dentes de ella, tanto agradó a todas las mujeres y a los tres jóvenes, que todos comenzaron a afirmar que, si se pudiera hacer un paraíso en la tierra, no sabrían qué otra forma sino aquella del jardín pudiera dársele, ni pensar, además de aquéllas, qué belleza podría añadírsele. Paseando, pues, contentísimos por allí, haciéndose bellísimas guirnaldas de varias ramas de árboles, oyendo siempre unos veinte modos de cantos de pájaros como si contendiesen el uno con el otro en el cantar, se apercibieron de una deleitosa belleza de que, sorprendidos por las demás, no se habían todavía apercibido: vieron que el jardín estaba lleno de cien especies de hermosos animales, y enseñándoselos uno al otro, de una parte salir conejos, por otra correr liebres, y dónde yacer cabritillos, y en algunas estar paciendo cervatillos vieron; y además de éstos, otras muchas clases de animales inofensivos, cada uno a su agrado, como domesticados, ir recreándose; las cuales cosas, a los otros placeres, mucho mayor placer sumaron.

Pero luego de que mucho hubieron andado, viendo ora esta cosa ora aquélla, habiendo hecho poner las mesas alrededor de la hermosa fuente, y cantando allí primero seis cancioncillas y danzando algunos bailes, cuando agradó a la reina se pusieron a comer, y servidos con grandísimo y bueno y reposado orden, y con buenas y delicadas viandas, más alegres se levantaron y a las tonadas y a los cantos y a los bailes volvieron a darse hasta que a la reina, por el calor que había sobrevenido, pareció hora de que a quien le agradase, se fuera a acostar. Y algunos se fueron y algunos, vencidos por la belleza del lugar, irse no quisieron; sino que quedándose allí, quién a leer libros de caballerías, quién a jugar al ajedrez y quién a las tablas se dedicaron, mientras los otros dormían.

Giovanni Boccaccio (Italia, 1313-1375).

La ilustración corresponde a Una liebre en el bosque (1575), de Hans Hoffmann.

viernes, 27 de enero de 2023

Alusiones eróticas al conejo en LAS MIL Y UNA NOCHES

"¡Oh conejos de todos los colores y de todas las variedades entre los muslos de aquellas jóvenes hijas de reyes!"

Pero cuando llegó la novena noche...

Historia del mandadero y las tres doncellas

(Fragmento)

Entonces la joven cogió la copa de manos del mandadero, se la llevó a los labios y después fue a sentarse junto a sus hermanas. Y todos empezaron a cantar, a danzar y a jugar con las flores exquisitas. Y mientras tanto, el mozo las abrazaba y las besaba. Y una le dirigía chanzas, otra lo atraía hacia ella, y la otra le golpeaba con las flores. Y siguieron bebiendo, hasta que el vino se les subió a la cabeza. Cuando el vino reinó por completo, la joven que había abierto la puerta se levantó, se quitó toda la ropa y se quedó desnuda. Y de un salto echó su alma en el estanque, se puso a jugar con el agua, se llenó de ella la boca y roció ruidosamente al mandadero. Esto no le estorbaba para que el agua corriese por todos sus miembros y por entre sus muslos juveniles. Después salió del estanque, se echó sobre el pecho del mandadero, y tendiéndose luego boca arriba, dijo señalando a la cosa situada entre sus muslos:

«¡Oh mi querido! ¿Sabes cómo se llama esto?» Y contestó el mozo: «¡Ah!... ¡ah!... Ordinariamente, suele llamarse la casa de la misericordia.» Pero ella exclamó: «¡Yu! ¡yu! ¿No te da vergüenza tu ignorancia?» Y le cogió del pescuezo y empezó á darle golpes. Entonces dijo él: «¡Basta! ¡basta! Se llama la vulva.» Y repitió ella: «Tampoco es así.» Y el mandadero dijo: «Pues tu pedazo de atrás.» Y ella repitió: «Otra cosa.» Y dijo él: «Es tu zángano.» Pero ella, al oírlo, golpeó al joven con tal fuerza, que le arañó la piel. Y entonces él dijo: «Pues dime cómo se llama.» Y ella contestó: «La albahaca de los puentes.» Y exclamó el mozo: «¡Ya era hora! ¡Alabado sea Alá! y él te guarde, ¡oh mi albahaca de los puentes!»

Después volvió a circular la copa y la subcopa. En seguida la segunda joven se desnudó y se metió en el estanque, e hizo lo mismo que su hermana. Salió después, se echó en el regazo del mozo, y señalando con el dedo hacia sus muslos y a la cosa situada entre los muslos, preguntó: «¿Cuál es el nombre de esto, luz de mis ojos?» Y él dijo: «Tu grieta.» Pero ella exclamó: «¡Qué palabras tan abominables dice este hombre!» Y le abofeteó con tal furia, que retembló toda la sala. Y después dijo él: «Entonces será la albahaca de los puentes.» Pero ella replicó: «¡No es eso, no es eso!» Y volvió a darle golpes. Entonces preguntó el mozo: «¿Pues cuál es su nombre?» Y contestó ella: «El sésamo descortezado.» Y él exclamó: «¡Para ti sean, ¡oh el más descortezado de entre los sésamos! las mejores bendiciones!»

Después se levantó la tercera joven, se desnudó y se metió en el estanque, donde hizo como sus hermanas, y luego se vistió, y fue a tenderse entre las piernas del mandadero, y le dijo, señalando hacia sus partes delicadas: «Adivina su nombre.» Entonces él le dijo: «Se llama esto, se llama lo otro.» Y enumerando con los dedos, decía: «El estornino mudo, el conejo sin orejas, el polluelo sin voz, el padre de la blancura, la fuente de las gracias.» Y por fin, en vista de sus protestas, acabó por preguntarle, para que no le pegara más: «¿Pues cuál es su nombre?» Y ella contestó: «El Khan de Aby-Mansur».

Entonces el mandadero se levantó, se despojó de sus vestidos y se metió en el agua. ¡Y su espalda sobrenadaba majestuosa en la superficie! Se lavó todo el cuerpo, como se habían lavado las doncellas, y después salió del baño y fue a echarse en el regazo de la más joven, apoyó los pies en el regazo de la otra hermana, y señalando a su virilidad, preguntó a la mayor de todas: «¿Sabes ¡oh soberana mía! cuál es su nombre?» Al oír estas palabras, las tres se echaron a reir tan a gusto, que cayeron sobre sus posaderas, y exclamaron: «¡Tu zib!» Y él dijo: «No es eso, no es eso.» Y les dio a cada una un mordisco. Entonces dijeron: «¡Tu herramienta!» Y él contestó: «Tampoco es eso.» Y a cada una les dio un pellizco en un seno. Y ellas, asombradas, replicaron: «Sí que es tu herramienta, porque está ardiente; sí que es tu zib, porque se mueve.» Y el mozo seguía negando con un movimiento de cabeza, y luego las besaba, las mordía, las pellizcaba y las abrazaba, y ellas reían a más no poder, hasta que acabaron por decirle: «¿Cómo se llama, pues?» Entonces él meditó un momento, se miró entre los muslos, guiñó los ojos, y señalando a su zib, dijo: «¡Oh señoras mías! vais a oír lo que acaba de decirme este niño: «Me llaman el macho poderoso y sin castrar, que pace la albahaca de los puentes, se deleita con raciones de sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby-Mansur».

Y cuando llegó la noche 586...

Cuando acabaron su baño, salieron del lago; y la más bella subió al estrado y fue a sentarse en el trono, sin tener más vestido que su cabellera. Y al contemplar sus encantos, sintió Hassán que se le huía la razón, y pensó: "¡Ah! ¡bien sé ahora por qué me prohibió mi hermana Botón-de-Rosa abrir esa puerta! ¡He aquí que perdí mi reposo para siempre!" Y continuó detallando las diversas bellezas de la joven desnuda. ¡Qué maravillas no vió! ¡ah! ¡En verdad que era, a no dudar, la cosa más perfecta salida de los dedos del Creador! ¡Oh su espléndida desnudez! Superaba a las gacelas en la hermosura de su nuca y en el brillo de sus ojos negros, y a la araka en la esbeltez de su talle. Su cabellera de tinieblas era una noche de invierno, espesa y negra. Su boca, que emulaba a la rosa, era el sello de Soleimán. Sus dientes de marfil joven eran un collar de perlas o de granizos de igual tamaño; su cuello era un lingote de plata; su vientre tenía rincones y escondrijos, y su grupa hoyuelos y protuberancias; su ombligo poseía la capacidad suficiente para contener una onza de almizcle negro; sus muslos eran pesados y a la vez firmes y elásticos cual cojines rellenos de plumas de avestruz, y sobre ellos, en su nido cálido y encantador, semejante a un conejo sin orejas, aparecía una historia llena de gloria, con su terraza y su territorio, y sus cañadas en declive, para dejarse caer allá a fin de olvidar las penas negras. Y también se la hubiera podido tomar por una cúpula de cristal, redonda por todos lados y asentada sobre una base sólida, o por una taza de plata colocada al revés.

Y cuando llegó la noche 607...

Pero entre tantos rostros de luna y talles flexibles, entre tantos ojos negros y dientes blancos, entre tantas cabelleras de colores distintos y grupas de bendición, por más que miró Hassán no reconoció la incomparable belleza de su bienamada Esplendor. Y dijo a la vieja: "¡Oh mi buena madre, no está Esplendor entre ellas!"

Y contestó la anciana jinete: "¿Quién sabe, hijo mío? ¡Quizá la distancia no te permita enterarte bien!" Y dió una palmada, y salieron del agua todas las jóvenes y fueron a ponerse en fila sobre la arena, húmedas de pedrerías aún. Y una tras otra, flexibles y ondulantes, pasaron por delante de la roca en que estaba Hassán con la Madre-de-las-Lanzas, sin llevar encima de sí, por toda armadura, más que sus cabellos esparcidos por la espalda, y ataviadas solamente con las joyas de su carne desnuda.

¡A la sazón, ¡oh Hassán! fue cuando viste lo que viste! ¡Oh conejos de todos los colores y de todas las variedades entre los muslos de aquellas jóvenes hijas de reyes!

Y cuando llegó la noche 841..

"Antes del combate, ¡oh Jeique! es preciso que yo sepa si conoces el nombre de tu adversario. ¿Cómo se llama?" Y contesté: "¡La fuente de las gracias!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El padre de la blancura!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El pasto dulce!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije :"¡El sésamo descortezado!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡La albahaca de los puentes!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El mulo terco!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "Pues, por Alah, ¡oh mi señora! que no conozco ya más que un nombre, y es el último: ¡el albergue de mi padre Mansur!" Ella dijo: "¡No!" Y añadió "¡Oh estúpido! ¿qué te han enseñado entonces los sabios teólogos y los maestros de gramática?" Yo dije: "¡Nada absolutamente!" Ella dijo: "¡Pues escucha! He aquí algunos de sus nombres: el estornino mudo, el carnero gordo, la lengua silenciosa, el elocuente sin palabras, la rosca adaptable, la grapa a la medida, el mordedor rabioso, el sacudidor infatigable, el abismo magnífico, el pozo de Jacob, la cuna del niño, el nido sin huevo, el pájaro sin plumas, el pichón sin mancha, el gato sin bigotes, el pollo sin voz y el conejo sin orejas".

Y habiendo acabado de adornar de este modo mi entendimiento y de aclarar mi juicio, me tomó de pronto entre sus piernas y sus brazos, y me dijo: "¡Yalah! ¡yalah oh infeliz! sé rápido en el asalto, y pesado en el descenso, y ligero en el peso, y fuerte en el abrazo, y nadador de fondo, y tapón hermético, y saltador sin tregua. Porque el detestable es el que se levanta una vez o dos veces para sentarse luego, y el que alza la cabeza para bajarla, y el que se pone de pie para caer. Brío, pues, ¡oh valiente!" Y yo ¡oh mi señor! contesté: "¡Oye, por tu vida, ¡oh mi señora! procedamos con orden, procedamos con orden!" Y añadí: "¿Por quién vamos a empezar?" Ella contestó: "A tu gusto. ¡oh truhán!" Yo dije: "¡Entonces vamos a dar primero su comida al estornino mudo!" Ella dijo: "Ya está esperando! ¡ya está esperando!"

Entonces ¡oh mi señor sultán! dije a mi niño: "¡Satisface al estornino!" Y el niño contestó con el oído y la obediencia, y fué pródigo y generoso en la pitanza del estornino mudo (…)

Pero cuando llegó la noche 842...

Ella dijo:

- Y el niño, siempre despierto, habló al conejo, por más que éste no tenía orejas, y le dió tan buenos consejos, que hubo de exclamar el aludido: "¡Qué maravilla! ¡qué maravilla!"

Pero cuando llegó la noche 917...

Entonces la joven abandonó de pronto su postura displicente, y corrió a mí, cual movida de un deseo irresistible, y me tomó en sus brazos, y me estrechó contra ella con calor, y se puso muy pálida y cayó desvanecida en mis brazos. Y no tardó en moverse, jadeando y estremeciéndose, de modo y manera que, sin interrupción, entró el niño en su cuna, sin gritos ni sufrimientos, igual que el pez en el agua. Y mi espíritu conmovido, libre de inconvenientes de los celos, ya sólo se preocupó del goce puro y sin trabas. Y nos pasamos todo el día y toda la noche sin hablar, ni comer, ni beber, haciendo contorsiones de piernas y de riñones y todo lo consiguiente respecto a movimientos de avance y retroceso. Y el cordero corneador no perdonó a aquella oveja batalladora, y sus sacudidas eran las de un verdadero padre de cuello gordo, y la confitura que le sirvió era una confitura de nervio gordo, y el padre de la blancura no fue inferior a la herramienta prodigiosa, y la carne dulce fue la ración del asaltante tuerto, y el mulo terco fue domado por el báculo del derviche, y el estornino mudo se acordó con el ruiseñor modulador, y el conejo sin orejas marchó a compás con el gallo sin voz, y el músculo caprichoso hizo moverse a la lengua silenciosa, y en una palabra, se arrebató lo que había que arrebatar, y se redujo lo que había que reducir; y no cesamos en nuestra tarea hasta la aparición de la mañana, en que nos interrumpimos para recitar la plegaria e ir al baño.

Y de tal modo nos pasamos un mes, sin que nadie sospechara mi presencia en el palacio ni la vida extraordinaria que llevábamos, toda llena de copulaciones sin palabras y de otras cosas semejantes. Y habría sido completa mi alegría, a no ser por la aprensión que no cesaba de sentir mi amiga, temerosa de ver nuestro secreto descubierto por su padre y su madre, aprensión tan viva, en verdad, que partía el corazón.

Y he aquí que no dejó de llegar el tan temido día. Porque una mañana el padre de la joven, al despertarse, fue al aposento de su hija, y observó que su belleza lunar y su lozanía había disminuido y que una especie de fatiga profunda alteraba sus facciones y las velaba de palidez. Y al instante llamó a la madre y le dijo: "¿Por qué ha cambiado el color del rostro de nuestra hija? ¿No ves que el viento funesto de otoño ha marchitado las rosas de sus mejillas?" Y la madre miró durante largo rato en silencio y con aire suspicaz a su hija, que dormía apaciblemente, y sin pronunciar palabra se acercó a ella, le levantó con un movimiento brusco la camisa, y con los dedos de la mano izquierda separó las dos mitades encantadoras de cierta parte inferior de su hija. Y con sus ojos vio lo que vio, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín...

Anónimo persa del siglo X.

(Traducido al español por Vicente Blasco Ibáñez).

jueves, 26 de enero de 2023

Conejos: TRES EPIGRAMAS GRIEGOS DE LA ANTOLOGÍA PALATINA

"Tal se deleita mi amor en seguir lo que escapa pasando de largo por lo que yace herido."

(
XII 102)

Caza un hombre en el monte,
Epicides, buscando las liebres
todas y los rastros de todas las gacelas
y afrontando la escarcha y la nieve; mas, si alguien
le dice «Mira, ya está tocada la pieza», no la cobra.
Tal se deleita mi amor en seguir lo que escapa
pasando de largo por lo que yace herido.

(VII 717)

Náyades, pastos lozanos, decid a la abeja,
cuando la primavera venga, que el anciano
Leucipo murió en una noche de invierno tendiendo
trampas a las liebres de veloces patas
y ya no le es dado cuidar sus enjambres;
los valles pastoriles añoran al aquí sepultado.

(VII 207)

A mí, la de rápidos pies, a la liebre orejuda
que de niña robaron al pecho de su madre.
Fanion la dulce criaba en su seno y mimaba
dejándome comer primaverales flores
sin nostalgia de casa; mas heme aquí muerta por culpa
de un copioso festín que engordó mi sangre.
Y mi cuerpo enterró junto al lecho, de modo que siempre
contemple ella entre sueños mi tumba cercana.


Varios autores. La antología palatina surgió en el año 980
por obra de un compilador bizantino desconocido.

(Traducida al español por Manuel Fernández-Galiano).

El tomo VII está dedicado a los epitafios y epigramas funerarios
y el XII a epigramas de amor, tanto pederasta como heterosexual.

miércoles, 25 de enero de 2023

Conejos: LA BALADA DE MULÁN, Anónimo chino


“Tsi-tsi, tsi-tsi” –delante de la puerta, Mulan teje.
A menudo, el ruido de la lanzadera se interrumpe
y sólo se oyen los suspiros de la niña.
Le preguntan en quién piensa,
qué es lo que evoca.
“No pienso en nadie,
no me acuerdo de nada.
Ayer tarde leí la gaceta militar
y me enteré de la movilización del Khan;
el nombre de mi padre aparece en las doce ordenanzas.
Mi padre no tiene un hijo en edad de servir,
no tengo un hermano mayor.
Voy a comprar un caballo y un arnés,
y remplazaré a mi padre en la ida al combate.”

En el mercado del este, consigue un buen caballo,
y en el del oeste, compra una silla;
la muserola, el freno y las riendas, en la feria del sur,
y en la del norte una larga fusta.
Por la mañana, abandona a sus padres;
en la noche, se detiene a la orilla del Río Amarillo;
allí, ya no escucha los llamados del padre y de la madre,
sólo las olas susurran. Al día siguiente parte al alba,
al anochecer alcanza el Monte Negro;
tampoco allí puede alcanzarla la voz de sus padres;
sólo los caballos de los Hun relinchan en la falda del monte Yen.
Para llegar al campo de batalla cruza miles de millas;
los montes y las fortalezas desfilan como al vuelo.
En el aire frío del norte retumban los gongs metálicos de los guardias,
los rayos glaciales se reflejan sobre la armadura de los soldados.

El general sucumbió después de cien combates;
mientras que la heroína regresa, vencedora,
luego de haber guerreado por diez años.
A su retorno, se presenta ante el monarca,
que la recibe en la sala de audiencia.
Para recompensar sus hazañas militares,
él debería elevarla de grado doce veces;
para gratificarla, mil lingotes de oro no bastarían.
Entonces el Khan le pregunta qué desea.
“Mulan no quiere un ministerio, emperador;
sólo deseo un camello vigoroso
para volver a mi país natal.”
Al enterarse del retorno de su hija, los padres, felices,
la esperan en las afueras de la aldea;
su hermana mayor se adorna coquetamente.
El hermano menor afila los cuchillos y sacrifica carneros y cerdos
para festejar el regreso de su hermana.

“Voy a reabrir la puerta de la terraza que da al Levante,
me sentaré en la cama del cuarto que da al Poniente,
me soltaré la armadura
y volveré a ponerme mi viejo vestido.”
Ante la ventana arregla su moño espeso como las nubes;
delante del espejo, se adorna con una pequeña flor
y pinta su frente con una capa ligera de maquillaje amarillo.
Sale para ver a sus compañeros de armas
que, asombrados, exclaman:
“¡Durante doce años hemos vivido juntos
y siempre ignoramos que fuera una muchacha!”

Chilla el conejo si lo sorprende el sol,
la coneja posee ojillos más vivaces;
cuando los dos escapan corriendo a ras de tierra,
¿quién puede distinguir a la hembra del macho?

Anónimo.
Poema narrativo chino escrito en el siglo VI,
cuyo original se ha perdido. Guo Maoqian
lo rescató en una antología del siglo XII.

martes, 24 de enero de 2023

Conejos: LISÍSTRATA y LOS CABALLEROS, de Aristófanes

"Cazaba liebres con redes que trenzaba, y nunca más regresó a su casa..."

Lisístrata

(Fragmento)

Coro de ancianos:

Una historia quiero contaros,
que escuché un día cuando era niño.
Érase una vez un muchacho, Melanio,
que rehuyendo el matrimonio llegó a un lugar desierto,
y por los montes habitaba.
Cazaba liebres con redes que trenzaba,
y nunca más regresó a su casa, por esa aversión.
Hasta tal punto aborrecía aquél a las mujeres, y nosotros,
ni pizca menos que Melanio, pues somos juiciosos.

Los caballeros

(Fragmento)

El paflagonio: Acepta ahora de mi este trozo de suculenta tarta.

El choricero: Pero yo te ruego que aceptes esta otra toda entera.

El paflagonio: Pero tú no tienes liebre que ofrecerle, y yo sí.

El choricero: ¡Caramba! ¿Dónde podía procurarme una liebre? Ingenio mío, es preciso que inventes una buena jugarreta.

El paflagonio: ¿Estás viendo, desgraciado?

El choricero: ¡Bah! Pero ¡calla! Ahí vienen unos delegados que me traen varios sacos de dinero.

El paflagonio: ¿Dónde, dónde? (Deja su plato para ir a ver).

El choricero: ¿Qué puede importarte? ¿Qué interés puedes tú tener? (Se apodera del plato). Querido Demos: repara en este guisadito de liebre que te traigo.

El paflagonio: ¡ Maldición! Me has robado. Eso es una estafa.

El choricero: Por Poseidón, que lo mismo hiciste tú con los cautivos de Pilos.

Demos: ¿Quieres decirme, por favor, cómo se te ha ocurrido la idea de este robo?

El choricero: La idea es de Atenea; el robo mío. Yo soy el que ha corrido el riesgo.

El paflagonio: Pero soy yo el que ha guisado el plato.


Aristófanes (Grecia, 446 a. C.-386 a. C.).

La ilustración corresponde a una escena de la adaptación de Lisístrata
al cine mudo, dirigida por Max Reinhardt en 1920.

lunes, 23 de enero de 2023

Conejos y liebres saltan de página en página


La presencia de conejos y liebres en la literatura es abundante y variada. Fueron material indispensable para las fábulas escritas por Esopo en la antigua Grecia, y más tarde el francés La Fontaine o los españoles Iriarte y Samaniego. Aparecen lo mismo en textos hindúes como el Ramayana ("Es como un orgulloso elefante y una liebre que están juntos en el bosque"; "Era como un león cuando mira a una liebre") que en la mitología egipcia, el teatro griego o la poesía china.

En Las mil y una noches y en Romeo y Julieta, de Shakespeare, pueden encon- trarse referencias a liebres y conejos. Uno de los más famosos es, sin duda, el de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carrol. Fieles a su naturaleza han saltado de las páginas literarias al teatro y de allí, desde luego, al cine.

Para empezar estaría el conejo invisible de la obra teatral Harvey, de Mary Chase, ganadora del premio Pulitzer en 1945, que se adaptó al cine con James Stewart como Elwood P. Dowd, el único humano capaz de establecer contacto con el conejo, reminiscente del que sólo Donnie Darko podía ver, en una película posterior. El conejo Roger Rabbit no fue concebido originalmente para la película, sino que era el personaje de una novela: ¿Quién censuró a Roger Rabbit?, escrita por Gary Wolf y publicada en 1981.

Pero sería posible continuar ampliando el tema hasta el infinito si se incluye también a la literatura infantil. Los días subsecuentes estarán dedicados a liebres y conejos, puesto que ahora se vive, de acuerdo con la milenaria tradición china: el año del conejo.

Jules Etienne

domingo, 22 de enero de 2023

Conejos: ¿CUÁNTO LLEVARÁ LA LUNA EN EL CIELO AZUL? y EL POLVO ANCESTRAL, de Li Bai (Li Po)

"Yo sólo deseo que, cuando cante y beba, su luz se refleje eternamente en el vaso."

¿Cuánto llevará la luna en el cielo azul?
Le pregunto hoy, dejando mi libación.
En vano pretende el hombre alcanzar la luna,
la luna errabunda, en cambio, acompaña al hombre.
Refulgente espejo, sobrevuela palacios;
extintas las nieblas, irradia esplendor puro.
Se la ve en la noche emergiendo desde el mar.
se sabe que al alba se sumerge en las nubes.
El conejo elabora un elixir año tras año.
¿Con quién vivirá la solitaria Chang’e?
El hombre de hoy no ve la luna de antaño,
la luna de hogaño alumbró al hombre de ayer.
El hombre de ayer y el de hoy, aguas que corren,
miraron la luna clara, y así fue siempre.
Yo sólo deseo que, cuando cante y beba,
su luz se refleje eternamente en el vaso.

(青天有月來幾時我今停杯一問之。
人攀明月不可得月行卻與人相隨。
皎如飛鏡臨丹闕綠煙滅盡清輝發。
但見宵從海上來寧知曉向雲間沒
白兔搗藥秋復春嫦娥孤棲與誰鄰
今人不見古時月今月曾經照古人。
古人今人若流水共看明月皆如此。
唯願當歌對酒時月光長照金樽裡)


El polvo ancestral (拟古)

El vivo es un viajero que pasa;
el que muere es un hombre que vuelve a casa.
Un viaje breve entre el cielo y la tierra,
¡Ay! No somos más que el mismo polvo de diez mil eras.
El conejo en la luna mezcla en vano el elíxir de la vida;
Fu-Sang, el árbol de la inmortalidad, se ha convertido en leña.
El hombre muere, sus blancos huesos enmudecen sin palabra
cuando los verdes pinos sienten el retorno de la primavera.
Miro hacia atrás y suspiro; miro hacia delante y de nuevo suspiro.
¿Qué hay que apreciar en la vaporosa gloria de la vida?

Li Bai también conocido como Li Po (China, 701-762).

viernes, 20 de enero de 2023

Enero: DOS RELATOS DE HORACIO QUIROGA (Los cascarudos y Yaguaí)

"... los cinco peones se dedicaron a cazar bichitoa. Mariposas, hormigas, larvas, escarabajos..."

Los cascarudos

(Fragmento)

Este fue el principio de la catástrofe. Durante dos meses enteros, sin perder diez segundos en quitar el barro a una azada, los cinco peones se dedicaron a cazar bichitos. Mariposas, hormigas, larvas, escarabajos estercoleros, cantaridas de frutales, guitarreros de palos podridos, cuanto insecto vieron sus ojos, fue llevado al naturalista. Fue aquello un ir y venir constante de la quinta al rancho. Franke, loco de gozo ante el ardor de aquellos entusiastas neófitos, prometía escopetas de uno, dos y tres tiros.

Pero los peones no necesitaban estimulo. No quedaba en la quinta tronco sin remover ni piedra que no dejara al descubierto el húmedo hueco de su encaje. Aquello era, evidentemente, más divertido que carpir. Las cajas del naturalista prosperaron así de un modo asombroso, tanto que a fines de enero dio el sabio por concluida su colección y regreso a Posadas.

Yaguaí

(Fragmento)

Fragoso intentó algún aprendizaje con el fox-terrier. Pero siendo Yaguaí mucho más perjudicial que útil al trabajo desenvuelto de sus tres perros, lo relegó desde entonces en el rancho a espera de mejores tiempos para esa enseñanza.

Entretanto, la mandioca del año anterior comenzaba a concluirse; las últimas espigas de maíz rodaron por el suelo, blancas y sin un grano, y el hambre, ya dura para los tres perros nacidos con ella, royó las entrañas de Yaguaí. En aquella nueva vida había adquirido con pasmosa rapidez el aspecto humillado, servil y traicionero de los perros del país. Aprendió entonces a merodear de noche en los ranchos vecinos, avanzando con cautela, las piernas dobladas v elásticas, hundiéndose lentamente al pie de una mata de espartillo, al menor rumor hostil. Aprendió a no ladrar por más furor o miedo que tuviera, y a gruñir de un modo particularmente sordo, cuando el cuzco de un rancho defendía a éste del pillaje. Aprendió a visitar los gallineros, a separar dos platos encimados con el hocico, y a llevarse en la boca una lata con grasa, a fin de vaciarla en la impunidad del pajonal. Conoció el gusto de las guascas ensebadas, de los zapatones untados de grasa, del hollín pegoteado de una olla, y, alguna vez, de la miel recogida y guardada en un trozo de tacuara. Adquirió la prudencia necesaria para apartarse del camino cuando un pasajero avanzaba, siguiéndolo con los ojos, agachado entre el pasto. Y a fines de enero, de la mirada encendida, las orejas firmes sobre los ojos, y el rabo alto y provocador del fox-terrier, no quedaba sino un esqueletillo sarnoso, de orejas echadas atrás y rabo hundido y traicionero, que trotaba furtivamente por los caminos.

Horacio Quiroga
(Uruguayo fallecido en Argentina, 1878-1937).

jueves, 19 de enero de 2023

Enero: HORACIO QUIROGA, el suicidio como destino


Fue el 19 de febrero de 1937, cuando Horacio Quiroga, tras enterarse de que padecía un avanzado e incurable cáncer gástrico, decidió suicidarse ingiriendo cianuro. Sin embargo, su vida parecería marcada por las muertes trágicas de su entorno. No había cumplido ni tres meses de edad cuando su padre murió al dispararse accidentalmente la escopeta que llevaba; siendo todavía adolescente, de quince años, su padrastro se suicidó tras padecer un derrame cerebral; sus hermanos Prudencio y Pastora murieron de fiebre tifoidea en el Chaco; y la muerte accidental de su mejor amigo, Federico Ferrando, fue todavía más dramática: éste había decidido batirse en duelo, como se estilaba por aquella época -lo narrado tuvo lugar en 1901-, con un periodista de Montevideo, que era donde radicaban. Ferrando se lo informó a Quiroga quien, en un acto de buena fe, se dio a la tarea de revisar y limpiar el revólver de su amigo cuando una bala se disparó por accidente, provocando su muerte instantánea. Incluso permaneció detenido unos días hasta que se pudo aclarar la naturaleza fortuita de lo acontecido.

Marcado por la experiencia, decide abandonar su Uruguay natal y se traslada a Argentina. En Buenos Aires se dedica a la docencia y como era un buen fotógrafo, su maestro Leopoldo Lugones lo invita a viajar a la región de las misiones jesuitas, en la selva. Quiroga se enamoró de aquel lugar -lo cual quedaría plasmado en su obra- y, con el tiempo, adquirió una propiedad en Misiones, a la que se llevaría a vivir a su esposa Ana María Cirés, una joven muy bella que había sido su alumna y a quien le dedica su novela Historias de un amor turbio. Pero como si un oráculo griego lo hubiese determinado, hastiada de la monotonía de una vida tan apartada, acabaría por suicidarse, ingiriendo veneno. La agonía fue terrible, se prolongó varios días, durante los cuales Quiroga le pidió perdón y le suplicó que viviera, pero fue inútil. Habían tenido dos hijos, Eglé -hermoso nombre mitológico: la más bella de las hijas del sol- y Darío. Tras su muerte, por fin decidió regresar a Buenos Aires con sus hijos, no sin antes quemar la ropa y destruir sus fotos, borrar todo vestigio de la presencia de Ana María en su vida.

Tiempo después se enamoró de una joven de 17 años, que también se llamaba Ana María, pero los padres se opusieron a la relación y se la llevaron lejos de él. Eso inspiró su novela Pasado amor, que publicaría en 1929. Finalmente, se casó con María Elena Bravo, una compañera de escuela de su hija Eglé, que aún no había cumplido los veinte años cuando se fue a vivir con él a la propiedad que conservaba en Misiones.

Los cuentos de Quiroga fueron equiparados con el estilo de Poe, fantasías misteriosas y a menudo delirantes. En 1896, antes de cumplir los dieciocho años, escribió una reflexión premonitoria sobre el suicidio: "Para mí el suicidio sigue inmediatamente a la desgracia. El arruinado se mata cuando su casa quiebra. El enfermo se mata cuando llanamente comprende que su mal no tiene cura y entre sufrir y no sufrir es fácil la elección..." Poco tiempo después de que su segunda esposa lo abandonó, se le diagnosticó el cáncer que lo orilló al suicidio en 1937, cuando tenía 58 años de edad.

Pero el recuento de los suicidios no termina allí. Leopoldo Lugones, su mentor literario y a quien Quiroga tanto admiraba, se embarcó rumbo a un lugar de recreo denominado Tigre, en Argentina, vestido de blanco, pidió un whisky y se le veía tranquilo. Después en su habitación, lo mezcló con cianuro y lo ingirió. Era el 18 de febrero de 1938. Al día siguiente se cumpliría el primer aniversario de la muerte de Quiroga.

Cuando Alfonsina Storni y Quiroga se conocieron, surgió entre ambos una simpatía inmediata y se decía que hubo algo más que amistad. Al enterarse de su muerte ella escribió:
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria...
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien que luego sonreías...
Allá dirán.

Por la misma época de la muerte de Lugones, también se suicidó Eglé, la hija de Quiroga. Devastada, Alfonsina empezó a frecuentar el Tigre durante ese año. Debido a que padecía de cáncer en el seno se le había practicado una mastectomía un par de años atrás. El 25 de octubre se internó en el mar con todos los poemas que le quedaban por escribir. Darío, el último sobreviviente de los Quiroga Cirés, se suici- daría más tarde, en 1952.

En sus días finales, Quiroga le envió una carta de despedida a uno de sus amigos, César Tiempo -periodista y escritor argentino de origen ucraniano-, donde le decía: "Yo ya escribí cien cuentos y dije todo lo que tenía que decir". Un tanto a la manera del poeta Cesare Pavese, cuyo testamento fueron el puñado de palabras que precedieron a su suicidio: "Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más".
 
Jules Etienne

La ilustración corresponde a una fotografía de la casa de Horacio Quiroga,
en San Ignacio, provincia de Misiones, Argentina.

miércoles, 18 de enero de 2023

Enero: EL LIBRO NEGRO, de Orhan Pamuk

"... y que se favorita Bezmiálem (...) está rpresentada llevando con todo descaro una cruz de rubíes y diamantes."

(Fragmento del capítulo 30: Hermano mío)

Dame tu dirección y te me mostraré grabados de los últimos ocho sultanes otomanos haciéndoselo con las mujeres de su harén, a las que han vestido de putas occiden- tales y con las que se han citado en un rincón secreto de Estambul. ¿Sabías que en las sastrerías y burdeles de lujo de París le llamaban a esa enfermedad que requería tanto de ropa y de accesorios «el mal turco»? ¿Sabías que en el grabado en el que se muestra a Mahmud II fornicando disfrazado en un callejón oscuro de Estambul nuestro sultán lleva en sus piernas desnudas las botas que calzaba Napoleón en su expedición a Egipto y que su favorita Bezmiálem, la madre del heredero -abuela, por cierto, de ese príncipe cuya historia tanto te gusta y madrina de un barco otomano-, está representada llevando con todo descaro una cruz de rubíes y diamantes?

- ¿Y la cruz? -preguntó Galip con cierta alegría y sintiendo por primera vez en los seis días y siete horas desde que su mujer lo había abandonado que saboreaba la vida.

- Sé que no es una casualidad que justo debajo del artículo del 18 de enero de 1958 en el que hablabas algo pretenciosamente de la geometría egipcia primitiva, del álgebra árabe y del neoplatonismo siríaco para probar que, como forma, la cruz era lo opuesto a la media luna, su negación y su «negativo», se publicara la noticia de la boda de Edward G. Robinson, «el duro mascador de puros de la pantalla y la escena», que tanto me gustaba, con la diseñadora de modas neoyorquina Jane Adler y una fotografía en la que los recién casados aparecían bajo la sombra de una cruz. Dame tu dirección. Una semana inmediatamente después de ese artículo, escribiste otro en el que afirmabas que el hecho de que a nuestros niños se les enseñe el miedo a la cruz y el entusiasmo por la Media luna produce como resultado una represión que en sus años de madurez les impide descifrar los rostros mágicos de Hollywood y una indecisión sexual que les lleva a pensar que todas las mujeres con cara de luna son sus madres o sus tías, y para demostrar tu idea decías que si las noches de los días en que se habían enseñado las Cruzadas se hiciera un control en los dormitorios de los internados para becarios, se descubrirían cientos de estudiantes que habían mojado la cama.

Orhan Pamuk (Turquía, 1952).
Obtuvo el premio Nobel en 2006.

(Traducido al español por Rafael Carpintero).

martes, 17 de enero de 2023

Enero: PALACIO DEL DESEO, de Naguib Mahfuz

"¿(...) las largas noches de enero, cuando escondía en la almohada sus ojos llenos de lágrimas?"

(Fragmento del capítulo 20)

Nadie entre los humanos conocía mejor la infancia de su amada que esta bendita y feliz madre. El dolor permanecería con él mientras le quedase algo por recorrer del laberinto de la vida. O al menos, sus cicatrices no lo abandonarían. Pues, ¿dónde se perderían en el olvido las largas noches de enero, cuando escondía en la almohada sus ojos llenos de lágrimas? ¿Cuando se dirigía al Señor de los Cielos desde lo más profundo de sus entrañas: «Dios mío, dile a este amor: conviértete en ceniza, como dijiste al fuego de Abraham: Sé frío y salud para él»? ¡Cómo le habría gustado que el amor tuviera un emplazamiento conocido en el ser humano para intentar extirparlo como se hace con un miembro gangrenado! ¡Cuántas veces gritaba el nombre amado para recibir el eco de su voz en el silencio del cuarto, con el corazón sumiso, como si otro lo hubiera pronunciado! ¡En cuántas ocasiones rememoraba su voz cuando lo llamaba por su nombre, para hacer vivir el sueño de la felicidad perdida! O examinaba sus cuadernos de recuerdos para comprobar que todo aquello era verdad, y no producto de su imaginación…

Naguib Mahfuz (Egipto, 1911-2006).
Obtuvo el premio Nobel en 1988.

(Traducido al español por María Dolores López Enamorado).

lunes, 16 de enero de 2023

Enero: EN UNA DE SUS ANTIGUAS LECTURAS..., de Jaroslav Seifert

"... cuanto antes, pudiera recostar mi cabeza sobre las flores de tu cuerpo."

Na jedné ze svých dávných přednášek...

(Fragmentos)

En una de sus antiguas lecturas
Jiri Mahen sacó una copia del
Periódico del pueblo*
la enrolló en un embudo y,
como a través de un altavoz, exclamó:
“¡Viva la poesía!
                        ¡Viva la juventud!”
Entonces, esa juventud aún nos pertenecía.

En esos años inflamados de pasión
nuestras vidas ardían más rápido.
Jiri Wolker fue el primero en morir.
Hablamos frente a su ataúd.
Era enero y estaba helando.

Me alejé apresurado de la tumba como si
las eslingas del ataúd serpentearan
tras de mí entre la nieve.
Corrí a la estación del tren
para que, cuanto antes, pudiera
recostar mi cabeza sobre las flores de tu cuerpo.

(...) 

Cuando Halas estaba muriendo
escribí algunas líneas sosegadas para él
sobre nuestra juventud.
No eran particularmente buenas
pero fueron lo último que leyó.
Sonrió como sonríe la gente cuando sabe
que pronto morirá. Hasta hoy
su sonrisa melancólica
sigue a mis versos.

Escribí donde quiera que pude hacerlo:
en mesas frente a las ventanas de los cafés,
en los escritorios manchados con tinta de las oficinas de correos,
con el telégrafo repiqueteando.
Pero más bien me gustaba escribir en casa,
te puedes sentar junto a la lámpara
y escuchar tu aguja perforando
el lienzo estirado.
A veces sentía celos de mis poemas.
Andan a la deriva con Dios sabe quién
y Dios sabe dónde, y tú estabas
muy cerca, tan cerca, no más de dos, tres pasos.

¿Alguna vez has visto a un guitarrista?
La forma en que coloca suavemente su palma
a través de las cuerdas
y todas permanecen en silencio.
He cruzado el umbral
de ese inexorable momento
y en mi boca siento un resabio amargo
como si hubiera mordido un tallo de ajenjo
que no pude romper.

Jaroslav Seifert (Chequia, 1901-1986)
Obtuvo el premio Nobel en 1984.

(Traducido al español por Jules Etienne).
* Lidové Novini.