"¡Oh conejos de todos los colores y de todas las variedades entre los muslos de aquellas jóvenes hijas de reyes!"
Pero cuando llegó la novena noche...
Historia del mandadero y las tres doncellas
(Fragmento)
Entonces
la joven cogió la copa de manos del mandadero, se la llevó a los labios y
después fue a sentarse junto a sus hermanas. Y todos empezaron a cantar, a
danzar y a jugar con las flores exquisitas. Y
mientras tanto, el mozo las abrazaba y las besaba. Y una le dirigía chanzas,
otra lo atraía hacia ella, y la otra le golpeaba con las flores. Y siguieron
bebiendo, hasta que el vino se les subió a la cabeza. Cuando el vino reinó por
completo, la joven que había abierto la puerta se levantó, se quitó toda la
ropa y se quedó desnuda. Y de un salto echó su alma en el estanque, se puso a jugar con el agua, se llenó de ella la
boca y roció ruidosamente al mandadero. Esto no le estorbaba para que el agua
corriese por todos sus miembros y por entre sus muslos juveniles. Después salió
del estanque, se echó sobre el pecho del mandadero, y tendiéndose luego boca
arriba, dijo señalando a la cosa situada entre sus muslos:
«¡Oh
mi querido! ¿Sabes cómo se llama esto?» Y contestó el mozo: «¡Ah!... ¡ah!...
Ordinariamente, suele llamarse la casa de la misericordia.» Pero ella exclamó:
«¡Yu! ¡yu! ¿No te da vergüenza tu ignorancia?» Y le cogió del pescuezo y empezó
á darle golpes. Entonces dijo él: «¡Basta! ¡basta! Se llama la vulva.» Y
repitió ella: «Tampoco es así.» Y el mandadero dijo: «Pues tu pedazo de atrás.»
Y ella repitió: «Otra cosa.» Y dijo él: «Es tu zángano.» Pero ella, al oírlo, golpeó
al joven con tal fuerza, que le arañó la piel. Y entonces él dijo: «Pues dime
cómo se llama.» Y ella contestó: «La albahaca de los puentes.» Y exclamó el
mozo: «¡Ya era hora! ¡Alabado sea Alá! y él te
guarde, ¡oh mi albahaca de los puentes!»
Después
volvió a circular la copa y la subcopa. En seguida la segunda joven se desnudó
y se metió en el estanque, e hizo lo mismo que su hermana. Salió después, se
echó en el regazo del mozo, y señalando con el dedo hacia sus muslos y a la
cosa situada entre los muslos, preguntó: «¿Cuál es el nombre de esto, luz de
mis ojos?» Y él dijo: «Tu grieta.» Pero ella exclamó: «¡Qué palabras tan
abominables dice este hombre!» Y le abofeteó con tal furia, que retembló toda
la sala. Y después dijo él: «Entonces será la albahaca de los puentes.» Pero
ella replicó: «¡No es eso, no es eso!» Y volvió a darle golpes. Entonces
preguntó el mozo: «¿Pues cuál es su nombre?» Y contestó ella: «El sésamo
descortezado.» Y él exclamó: «¡Para ti sean, ¡oh el más descortezado de entre
los sésamos! las mejores bendiciones!»
Después
se levantó la tercera joven, se desnudó y se metió en el estanque, donde hizo
como sus hermanas, y luego se vistió, y fue a tenderse entre las piernas del
mandadero, y le dijo, señalando hacia sus partes delicadas: «Adivina su
nombre.» Entonces él le dijo: «Se llama esto, se llama lo otro.» Y enumerando
con los dedos, decía: «El estornino mudo, el conejo sin orejas, el polluelo sin
voz, el padre de la blancura, la fuente de las gracias.» Y por fin, en vista de
sus protestas, acabó por preguntarle, para que no le pegara más: «¿Pues cuál es su nombre?» Y ella contestó: «El Khan de Aby-Mansur».
Entonces
el mandadero se levantó, se despojó de sus vestidos y se metió en el agua. ¡Y
su espalda sobrenadaba majestuosa en la superficie! Se lavó todo el cuerpo,
como se habían lavado las doncellas, y después salió del baño y fue a echarse
en el regazo de la más joven, apoyó los pies en el regazo de la otra hermana, y
señalando a su virilidad, preguntó a la mayor de todas: «¿Sabes ¡oh soberana
mía! cuál es su nombre?» Al oír estas palabras, las tres se echaron a reir tan a
gusto, que cayeron sobre sus posaderas, y exclamaron: «¡Tu zib!» Y él dijo: «No
es eso, no es eso.» Y les dio a cada una un mordisco. Entonces dijeron: «¡Tu
herramienta!» Y él contestó: «Tampoco es eso.» Y a cada una les dio un pellizco
en un seno. Y ellas, asombradas, replicaron: «Sí que es tu herramienta, porque
está ardiente; sí que es tu zib, porque se mueve.» Y el mozo seguía negando con
un movimiento de cabeza, y luego las besaba, las mordía, las pellizcaba y las
abrazaba, y ellas reían a más no poder, hasta que acabaron por decirle: «¿Cómo
se llama, pues?» Entonces él meditó un momento, se miró entre los muslos, guiñó
los ojos, y señalando a su zib, dijo: «¡Oh señoras mías! vais a oír lo que
acaba de decirme este niño: «Me llaman el macho poderoso y sin castrar, que
pace la albahaca de los puentes, se deleita con
raciones de sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby-Mansur».
Y cuando llegó la noche 586...
Cuando
acabaron su baño, salieron del lago; y la más bella subió al estrado y fue a
sentarse en el trono, sin tener más vestido que su cabellera. Y al contemplar
sus encantos, sintió Hassán que se le huía la razón, y pensó: "¡Ah! ¡bien
sé ahora por qué me prohibió mi hermana Botón-de-Rosa abrir esa puerta! ¡He
aquí que perdí mi reposo para siempre!" Y continuó detallando las diversas
bellezas de la joven desnuda. ¡Qué maravillas no vió! ¡ah! ¡En verdad que era,
a no dudar, la cosa más perfecta salida de los dedos del Creador! ¡Oh su espléndida
desnudez! Superaba a las gacelas en la hermosura de su nuca y en el brillo de
sus ojos negros, y a la araka en la esbeltez de su talle. Su cabellera de
tinieblas era una noche de invierno, espesa y negra. Su boca, que emulaba a la
rosa, era el sello de Soleimán. Sus dientes de marfil joven eran un collar de
perlas o de granizos de igual tamaño; su cuello era un lingote de plata; su
vientre tenía rincones y escondrijos, y su grupa hoyuelos y protuberancias; su
ombligo poseía la capacidad suficiente para contener una onza de almizcle
negro; sus muslos eran pesados y a la vez firmes y elásticos cual cojines rellenos
de plumas de avestruz, y sobre ellos, en su nido cálido y encantador, semejante
a un conejo sin orejas, aparecía una historia llena de gloria, con su terraza y
su territorio, y sus cañadas en declive, para dejarse caer allá a fin de
olvidar las penas negras. Y también se la hubiera podido tomar por una cúpula
de cristal, redonda por todos lados y asentada sobre una base sólida, o por una
taza de plata colocada al revés.
Y cuando llegó la noche 607...
Pero
entre tantos rostros de luna y talles flexibles, entre tantos ojos negros y dientes
blancos, entre tantas cabelleras de colores distintos y grupas de bendición, por
más que miró Hassán no reconoció la incomparable belleza de su bienamada Esplendor.
Y dijo a la vieja: "¡Oh mi buena madre, no está Esplendor entre
ellas!"
Y
contestó la anciana jinete: "¿Quién sabe, hijo mío? ¡Quizá la distancia no
te permita enterarte bien!" Y dió una palmada, y salieron del agua todas
las jóvenes y fueron a ponerse en fila sobre la arena, húmedas de pedrerías
aún. Y una tras otra, flexibles y ondulantes, pasaron por delante de la roca en
que estaba Hassán con la Madre-de-las-Lanzas, sin llevar encima de sí, por toda
armadura, más que sus cabellos esparcidos por la espalda, y ataviadas solamente
con las joyas de su carne desnuda.
¡A
la sazón, ¡oh Hassán! fue cuando viste lo que viste! ¡Oh conejos de todos los colores
y de todas las variedades entre los muslos de aquellas jóvenes hijas de reyes!
Y cuando llegó la noche 841..
"Antes
del combate, ¡oh Jeique! es preciso que yo sepa si conoces el nombre de tu adversario.
¿Cómo se llama?" Y contesté: "¡La fuente de las gracias!" Ella dijo:
"¡No!" Yo dije: "¡El padre de la blancura!" Ella dijo:
"¡No!" Yo dije: "¡El pasto dulce!" Ella dijo:
"¡No!" Yo dije :"¡El sésamo descortezado!" Ella dijo:
"¡No!" Yo dije: "¡La albahaca de los puentes!" Ella dijo:
"¡No!" Yo dije: "¡El mulo terco!" Ella dijo:
"¡No!" Yo dije: "Pues, por Alah, ¡oh mi señora! que no conozco
ya más que un nombre, y es el último: ¡el albergue de mi padre Mansur!"
Ella dijo: "¡No!" Y añadió "¡Oh estúpido! ¿qué te han enseñado
entonces los sabios teólogos y los maestros de gramática?" Yo dije:
"¡Nada absolutamente!" Ella dijo: "¡Pues escucha! He aquí
algunos de sus nombres: el estornino mudo, el carnero gordo, la lengua
silenciosa, el elocuente sin palabras, la rosca adaptable, la grapa a la
medida, el mordedor rabioso, el sacudidor infatigable, el abismo magnífico, el
pozo de Jacob, la cuna del niño, el nido sin huevo, el pájaro sin plumas, el
pichón sin mancha, el gato sin bigotes, el pollo sin voz y el conejo sin
orejas".
Y
habiendo acabado de adornar de este modo mi entendimiento y de aclarar mi juicio,
me tomó de pronto entre sus piernas y sus brazos, y me dijo: "¡Yalah!
¡yalah oh infeliz! sé rápido en el asalto, y pesado en el descenso, y ligero en
el peso, y fuerte en el abrazo, y nadador de fondo, y tapón hermético, y
saltador sin tregua. Porque el detestable es el que se levanta una vez o dos
veces para sentarse luego, y el que alza la cabeza para bajarla, y el que se
pone de pie para caer. Brío, pues, ¡oh valiente!" Y yo ¡oh mi señor!
contesté: "¡Oye, por tu vida, ¡oh mi señora! procedamos con orden, procedamos
con orden!" Y añadí: "¿Por quién vamos a empezar?" Ella
contestó: "A tu gusto. ¡oh truhán!" Yo dije: "¡Entonces vamos a
dar primero su comida al estornino mudo!" Ella dijo: "Ya está
esperando! ¡ya está esperando!"
Entonces
¡oh mi señor sultán! dije a mi niño: "¡Satisface al estornino!" Y el
niño contestó
con el oído y la obediencia, y fué pródigo y generoso en la pitanza del estornino mudo (…)
Pero cuando llegó la noche 842...
Ella
dijo:
- Y
el niño, siempre despierto, habló al conejo, por más que éste no tenía orejas, y le
dió tan buenos consejos, que hubo de exclamar el aludido: "¡Qué maravilla!
¡qué maravilla!"
Pero cuando llegó la noche 917...
Entonces
la joven abandonó de pronto su postura displicente, y corrió a mí, cual movida
de un deseo irresistible, y me tomó en sus brazos, y me estrechó contra ella con
calor, y se puso muy pálida y cayó desvanecida en mis brazos. Y no tardó en moverse,
jadeando y estremeciéndose, de modo y manera que, sin interrupción, entró el
niño en su cuna, sin gritos ni sufrimientos, igual que el pez en el agua. Y mi espíritu
conmovido, libre de inconvenientes de los celos, ya sólo se preocupó del goce
puro y sin trabas. Y nos pasamos todo el día y toda la noche sin hablar, ni comer,
ni beber, haciendo contorsiones de piernas y de riñones y todo lo consiguiente
respecto a movimientos de avance y retroceso. Y el cordero corneador no perdonó
a aquella oveja batalladora, y sus sacudidas eran las de un verdadero padre de
cuello gordo, y la confitura que le sirvió era una confitura de nervio gordo, y
el padre de la blancura no fue inferior a la herramienta prodigiosa, y la carne
dulce fue la ración del asaltante tuerto, y el mulo terco fue domado por el
báculo del derviche, y el estornino mudo se acordó con el ruiseñor modulador, y
el conejo sin orejas marchó a compás con el gallo sin voz, y el músculo
caprichoso hizo moverse a la lengua silenciosa, y en una palabra, se arrebató
lo que había que arrebatar, y se redujo lo que había que reducir; y no cesamos
en nuestra tarea hasta la aparición de la mañana, en que nos interrumpimos para
recitar la plegaria e ir al baño.
Y de
tal modo nos pasamos un mes, sin que nadie sospechara mi presencia en el palacio
ni la vida extraordinaria que llevábamos, toda llena de copulaciones sin palabras
y de otras cosas semejantes. Y habría sido completa mi alegría, a no ser por la
aprensión que no cesaba de sentir mi amiga, temerosa de ver nuestro secreto descubierto
por su padre y su madre, aprensión tan viva, en verdad, que partía el corazón.
Y he
aquí que no dejó de llegar el tan temido día. Porque una mañana el padre de la
joven, al despertarse, fue al aposento de su hija, y observó que su belleza
lunar y su lozanía había disminuido y que una especie de fatiga profunda alteraba
sus facciones y las velaba de palidez. Y al instante llamó a la madre y le
dijo: "¿Por qué ha cambiado el color del rostro de nuestra hija? ¿No ves
que el viento funesto de otoño ha marchitado las rosas de sus mejillas?" Y
la madre miró durante largo rato en silencio y con aire suspicaz a su hija, que
dormía apaciblemente, y sin pronunciar palabra se acercó a ella, le levantó con
un movimiento brusco la camisa, y con los dedos de la mano izquierda separó las
dos mitades encantadoras de cierta parte inferior de su hija. Y con sus ojos vio
lo que vio, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel
conejo color de jazmín...
Anónimo persa del siglo X.
(Traducido al español por Vicente Blasco Ibáñez).
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