Invierno en Vancouver: la bahía bajo la nieve. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 15 de marzo de 2023

Conejos: GRANDES ESPERANZAS, de Charles Dickens

"... me alarmé mucho al ver que había una liebre colgada de las patas posteriores..."

(Fragmento final del capítulo II)

Si aquella noche pude dormir, sólo fue para imaginarme a mí mismo flotando río abajo en una marea viva de primavera y en dirección a los Pontones. Un fantástico pirata me llamó, por medio de una bocina, cuando pasaba junto a la horca, diciéndome que mejor sería que tomase tierra para ser ahorcado en seguida, en vez de continuar mi camino. Temía dormir, aunque me sentía inclinado a ello por saber que en cuanto apuntase la aurora me vería obligado a saquear la despensa. No era posible hacerlo durante la noche, porque en aquellos tiempos no se encendía la luz como ahora gracias a la sencilla fricción de un fósforo. Para tener luz habría tenido que recurrir al pedernal y al acero, haciendo así un ruido semejante al del mismo pirata al agitar sus cadenas.

Tan pronto como el negro aterciopelado que se vela a través de mi ventanita se tiñó de gris, me apresuré a levantarme y a bajar la escalera; todos los tablones de madera y todas las resquebrajaduras de cada madero parecían gritarme: «¡Deténte, ladrón!» y «¡Despiértese, señora Joe!» En la despensa, que estaba mucho mejor provista que de costumbre por ser la víspera de Navidad, me alarmé mucho al ver que había una liebre colgada de las patas posteriores y me pareció que guiñaba los ojos cuando estaba ligeramente vuelto de espaldas hacia ella. No tuve tiempo para ver lo que tomaba, ni de elegir, ni de nada, porque no podía entretenerme. Robé un poco de pan, algunas cortezas de queso, cierta cantidad de carne picada, que guardé en mi pañuelo junto con el pan y manteca de la noche anterior, y un poco de aguardiente de una botella de piedra, que eché en un frasco de vidrio (usado secretamente para hacer en mi cuarto agua de regaliz). Luego acabé de llenar de agua la botella de piedra. También tomé un hueso con un poco de carne y un hermoso pastel de cerdo. Me disponía a marcharme sin este último, pero sentí la tentación de encaramarme en un estante para ver qué cosa estaba guardada con tanto cuidado en un plato de barro que había en un rincón; observando que era el pastel, me lo llevé, persuadido de que no estaba dispuesto para el día siguiente y de que no lo echarían de menos en seguida.

En la cocina había una puerta que comunicaba con la fragua. Quité la tranca y abrí el cerrojo de ella, y así pude tomar una lima de entre las herramientas de Joe. Luego cerré otra vez la puerta como estaba, abrí la que me dio paso la noche anterior al llegar a casa y, después de cerrarla de nuevo, eché a correr hacia los marjales cubiertos de niebla.

Charles Dickens (Inglaterra, 1812-1870).

martes, 14 de marzo de 2023

Conejos: VILLANELA RÍTMICA, de Téophile Gautier

"Espantemos al conejo escondido..."

Cuando llega la nueva 
temporada
Cuando el frío ha desaparecido,
Iremos los dos, querida,
Para recoger lirios del valle en el bosque;
Bajo nuestros pies se desgranan las perlas
Que vemos temblar por la mañana,
Iremos a escuchar a los mirlos
Silbar.
Ha llegado la primavera, querida,
Es el mes de los benditos amantes,
Y el pájaro, satinando su ala,
Dice versos al borde del nido.
¡Oh! ven al banco de musgo,
Para hablar de nuestros bellos amores,
Y dime con tu voz tan dulce:
¡Siempre!
Lejos, muy lejos, extraviados en nuestra carrera,
Espantemos al conejo escondido,
Y al ciervo en el espejo de las fuentes
Admirando el gran bosque inclinado,
Luego, en la casa, todo alegre, todo a gusto,
En una canasta entrelazando nuestros dedos,
Volvamos trayendo fresas
del bosque.

(Villanelle rhythmique
Quand viendra la saison nouvelle,
Quand auront disparu les froids,
Tous les deux nous irons, ma belle,
Pour cueillir le muguet au bois;
Sous nos pieds égrenant les perles
Que l'on voit au matin trembler,
Nous irons écouter les merles
Siffler.
Le printemps est venu, ma belle,
C'est le mois des amants béni,
Et l'oiseau, satinant son aile,
Dit des vers au rebord du nid.
Oh! viens donc sur le banc de mousse,
Pour parler de nos beaux amours,
Et dis-moi de ta voix si douce:
Toujours!
Loin, bien loin, égarant nos courses,
Faisons fuir le lapin caché,
Et le daim au miroir des sources
Admirant son grand bois penché,
Puis, chez nous, tout joyeux, tout aises,
En panier enlaçant nos doigts,
Revenons rapportant des fraises
Des bois.)

Théophile Gautier (Francia, 1811-1872).

(Traducido del francés por Jules Etienne).

lunes, 13 de marzo de 2023

Conejos: EL LIBRO DE LOS ESNOBS, ESCRITO POR UNO DE ELLOS, de William Makepeace Thackeray

"... exactamente lo mismo que un pobre conejo se convierte en presa de la terrible boa constrictora."

(
Fragmento del capítulo II: La realeza snob)

Conjuro ante un horrible tribunal de juventud e inocencia, al que asisten sus venerables instructores (como los diez mil niños de caridad con sus mejillas rojas en San Pablo), sentados en juicio, y Gorgio en medio de ellos, defendiendo su causa.¡Fuera de la corte, fuera de la corte, viejo gordo Florize! ¡Beadles, resulta ese hombre hinchado y con la cara llena de granosSi Gorgio debe tener una estatua en el nuevo Palacio que la nación de Brentford está construyendo, debería instalarse en el Salón de los Flunkeys. Y él tendría que estar representado cortando un abrigo, en cuyo arte se dice que sobresalió. También inventó el ponche Marrasquino, una hebilla para los zapatos (eso cuando estaba en pleno vigor de su juventud, con la fuerza principal de su inventiva) y un pabellón chino, el más espantoso edificio del mundo. Guiaba casi tan bien como el mejor cochero de Brighton; empuñaba el florete con donaire y tocaba aceptablemente el violín. Su sonrisa era tan fascinante, que cuantos tenían el honor de serle presentados, se le entregaban en cuerpo y alma, exactamente lo mismo que un pobre conejo se convierte en presa de la terrible boa constrictora.

William Makepeace Thackeray (Inglés nacido en India, 1811-1863).

domingo, 12 de marzo de 2023

Conejos: EL FISTOL DEL DIABLO, de Manuel Payno

"... con un estanque cristalino y un bosquecillo de árboles."

(
Fragmento del capítulo VIII. Santiago Tlatelolco)

El cazador preparó su escopeta, apuntó al aguilucho, y por fin, disparó. El pájaro voló de la rama, y fue a caer en una barranca a poca distancia.

Salir el tiro, volar el pájaro y correr ladrando en su seguimiento, fue todo obra simul- tánea y de un instante.

El perro, precipitándose violentamente por el declive de la barranca, llegó poco tiempo después que el ave herida de las alas y sin fuerza, había caído en medio de un arroyo, que con estrépito y saltando entre rocas y arbustos, corría en el fondo del precipicio.

- ¡Hola! Turco, aquí, aquí, sin destrozar el pájaro… pronto, aquí, bribón… toma, toma.

El cazador, al mismo tiempo, que con toda la fuerza de sus pulmones hablaba con su perro, había echado su escopeta al hombro, y con una ligereza comparable a la del fiel sabueso, descendía por una estrecha vereda. El perro, que después de perseguir al aguilucho logró cogerlo, subía con rapidez hacia donde se hallaba su amo.

- ¡Pícaro! ya comenzabas con tu maña vieja, y has destrozado un ala a esta infeliz águila, como si no hubiese sido bastante la munición.

El Turco, humildemente dejó el ave a los pies de su amo, se acostó en la tierra, y volvió a gruñir tristemente, como si llorara por la reprimenda de su dueño.

"... y trajo a poco con el hocico un conejo; y dicho sea de paso, con la mayor delicadeza..."

- ¡Dios mío! -dijo el cazador-, hay en esta barranca tantos conejos como piedras. Tres días enteros pasaría yo aquí sin comer. Mientras esto decía, volvió a cargar su escopeta, que era de una excelente fábrica inglesa, y disparó, casi sin apuntar, a la multitud de conejos que saltaban de los matorrales. El perro, avisado, listo y atento a los movimientos de su amo, se lanzó sobre la caza inmediatamente que oyó tronar el fulminante, y trajo a poco en el hocico un conejo; y sea dicho de paso, con la mayor delicadeza, de suerte que su amo en vez de reñirlo, le hizo muchas caricias, a que el perro correspondió abundantemente. Volviendo a cargar su escopeta, repitiendo la misma conversación con el Turco, el cazador, no sólo bajó hasta el fondo del precipicio, sino que subió a una prominencia situada en el parte opuesta, y desde donde se descubría una de las más encantadoras vistas.

El sitio en que pasaba esta solitaria escena entre un cazador y su perro, era en la cumbre de la Sierra Madre, en el camino de Tampico, y a dos o tres leguas de un pueblecito llamado Jaumave.* Algunos de los lectores, que hayan subido a la cumbre de la alta cordillera, podrán recordar la fría y delgada atmósfera que se respira; la majestad infinita en que se encuentra el hombre que mira aglomerarse las nubes a sus pies, y formarse las tempestades, la pintoresca vista de los arroyos, que, como serpientes fabulosas con escamas de plata, se deslizan y pierden en medio de los espantosos precipicios que forman las montañas; y luego, entre las rocas áridas y enormes, hay a veces un pequeño valle, ameno, verde, fresco, lleno de flores silvestres, con un estanque cristalino y un bosquecillo de árboles. Tendiendo la vista, se divisan inmensos valles, que se pierden entre la bruma y las nubes de púrpura que van elevándose del horizonte, o series de montañas, colocadas unas tras otras, como una perspectiva, donde van disminuyéndose, y deslavándose las tintas azules, hasta formar un medio color vaporoso e indefinible: tal era la perspectiva que tenía el cazador delante de sus ojos, y la cual contemplaba extático volviéndose hacia todas partes, y examinando cada uno de los puntos con una minuciosa atención.

Manuel Payno (México, 1810-1894).

* Es muy probable que el sitio al que Payno se refiere sea la región de poco más de ciento cuarenta hectáreas denominada El Cielo, que se ubica en la proximidad de Jaumave y a 148 kilómetros de Tampico. Fue designada por la Unesco como reserva de la biósfera, en 1986. La ilustración superior corresponde a una imagen de su paisaje.

sábado, 11 de marzo de 2023

Conejos: MARGOT, de Alfred de Musset

"... pero le veía sacar del morral una liebre o un par de perdices y depositarlas sobre la mesa..."

(
Fragmento del capítulo V)

Escondida tras de su persiana, Margot le veía montar a caballo y perderse entre la bruma matinal que cubría los campos, dispuesta la escopeta y rodeado de sus perros. Le seguía con los ojos con la misma emoción que si fuese una castellana cautiva cuyo amante partiese para Palestina. Muchas veces Gastón, al salir, en vez de abrir el postigo del seto, obligaba al caballo a saltarlo, y Margot, al verlo, daba secretos suspiros, dulcísimos y crueles a la vez. Se figuraba que en la caza se corrían los más grandes peligros, y cuando Gastón regresaba a la noche, cubierto de polvo, le examinaba de pies a cabeza para asegurarse de que no estaba herido, como si volviera de un combate; pero cuando le veía sacar del morral una liebre o un par de perdices y depositarlas sobre la mesa, la parecía tener ante sí un guerrero vencedor cargado con los despojos del enemigo.

Alfred de Musset (Francia, 1810-1857).

viernes, 10 de marzo de 2023

Conejos: ENOCH ARDEN y un poema, de Alfred Tennyson

"... le enviaba harina de su elevado molino, que silbaba en lo más alto del pueblo."

(
Fragmento)

Felipe puso al muchacho y a la niña en la escuela, les compró los libros necesarios, y miró por ellos con tanta solicitud como si hubieran sido hijos suyos. Pero temeroso, por causa de Anita, de la ociosa charla de las comadres del puerto, frecuentemente negaba a su corazón su más querido deseo, y sólo raras veces cruzaba el umbral de la tiendita; sin embargo, le enviaba con los niños regalos consistentes en hortalizas y frutas, las más tempranas y más tardías rosas de su jardín, conejos de la llanura, y de vez en cuando, con el pretexto de la excelencia del trigo (para de esta manera evitar de su acción cualquier apariencia de una obra de caridad), le enviaba harina de su elevado molino, que silbaba en lo más alto del pueblo.

"El conejo acaricia su propia cara inofensiva (The rabbit fondles his own harmless face)..."

El campo de Aylmer
(Aylmer's Field, octeto final)

Entonces el gran Salón fue derribado por completo,
Y el amplio bosque parcelado en granjas;
Y allí donde los dos planeaban el bien de su hija,
Aguarda la bandada de halcones, el topo ha hecho su carrera,
El erizo perfora bajo el platanar,
El conejo acaricia su propia cara inofensiva,
El lento gusano se arrastra, y allá la esbelta comadreja
Sigue al ratón, y todo es campo abierto.

Alfred, Lord Tennyson (Inglaterra, 1809-1892).

(Enoch Arden, traducido del imglés por Vicente Arana; El campo de Aylmer por Jules Etienne).

jueves, 9 de marzo de 2023

Conejos: LA CAZA, de Mariano José de Larra

"... y se vuelve molido y sudado al anochecer, después de haber tenido que comprar algún conejo..."

(
Fragmento)

A media mañana se comen unas naranjas y se echa un trago; a las tres o las cuatro se recoge la gente a la casa y se devora con apetito parte de la mortandad de la mañana; con el bocado en la boca, y con todo el calor del sol, se vuelve a la caza, se cena, se sueña con la caza, hombres y perros, y al día siguiente se repite la misma función.

Los escopetas y cazadores ejercitados matan, pero los aficionados principiantes, o se sobrecogen a la salida del «bicho» y pierden el momento favorable, o se mueven y hacen torcer de su camino los animales maliciosos, o tiran por fin demasiado pronto, sin calcular el tiempo y la distancia, el vuelo recto de la perdiz o torcido de la paloma; en una palabra, no logran hacer dar a una liebre la vuelta «de campana».

Concluida la batida se suman las piezas, se reúnen las tropas, se cruzan apuestas sobre el número de vencejos que matarán en el pueblo el día siguiente; hay quien se atreve a matar con bala, de doce, nueve; se suceden las burlas y los denuestos entre los peritos, y los pobres aficionados se muerden los labios de despecho y se vuelven a la ciudad con una insolación o un tabardillo, la piel tostada y con la perspectiva ante los ojos de los sarcasmos y las chanzas de las damas que los esperan con impa- ciencia, para vengarse de la soledad en que las ha dejado una diversión que por lo regular aborrecen, como un rival que les roba sus víctimas y adoradores.

El cazador generalmente es infatigable; a la larga le sucede siempre alguna avería, o pierde un ojo o un dedo, o se rompe un brazo, y diariamente, por lo regular, se hiere y se estropea bregando entre la maleza; el sol y el aire, el agua y el frío le combaten; los peligros le cercan; pero todo ello es nada a sus ojos. Haya que matar y vamos viviendo. En eso se parece al militar y al médico. Hay cierta felicidad en su vida envidiable aun para aquellos que no comprenden todas sus delicias. Desnudo de ambición y de otras pasiones mundanas, nada le impide satisfacer la suya, porque la afición a la caza es como el amor, que donde está ha de dominar. Es como ciertas enfermedades que se apoderan hasta de los huesos del enfermo; el cazador es todo caza. Una puerta cerrada de golpe es un tiro para él; en medio de su frenesí, su podenco mismo entre las matas es un zorro; un compañero que bulle entre la jara es un ciervo, y el burro del ganadero, que corre espantado de los tiros entre las encinas, recibe más de una vez una posta que se le dispara, haciéndole los honores de jabalí. La escopeta es el amigo del cazador, amigo hasta en faltarle alguna vez; su perro es su querida, su compañera, su mujer. En cuanto a las ventajas, apelamos a todo cazador viudo. La verdad, ¿cuál cuesta menos?, ¿cuál vale más?

Se entiende que estas circunstancias sólo corresponden al verdadero cazador, al cazador de batida; de ninguna manera al cazador de Madrid, que equipado de los pies a la cabeza de instrumentos de caza, seguido de dos podencos y dos galgos, sale al amanecer del domingo por la puerta de Atocha, con su hermosa escopeta debajo del brazo y su gorra de visera reluciente, asusta a los gorriones de la pradera del Canal y se vuelve molido y sudado al anochecer, después de haber tenido que comprar algún conejo y una caña de alondras para

a casa
volver, como suele el conde
de Toledo, vencedor

Este simulacro de cazador le ha descrito ya mejor que pudiera yo hacerlo mi antece- sor «el Curioso Parlante», y le dejaré por tanto descansar sobre sus comprados laureles.

Después de haber sufrido a la intemperie ratos que hubieran sido muy pesados a no haberlos aligerado la compañía del conde, y de habernos ocupado seriamente unos cuantos días en matar aquellos animales, que ni nos hacían daño ni nos estorbaban, ni podían oponernos resistencia (si bien a mí me podía tocar muy poca parte de culpabilidad y de remordimiento), me despedí de mi amigo, proponiéndome no volver a probar mis fuerzas en un ejercicio para el cual sin duda no debo de haber nacido, y que reclamará, como todas las habilidades del mundo, su poco de vocación, que yo no tengo, y su mucho de perseverancia, de la que yo no me siento capaz.


Mariano José de Larra (España, 1809-1837).

miércoles, 8 de marzo de 2023

Conejos: ALMAS MUERTAS, de Nikolái Gógol

"Allí, en aquel campo, (...) hay tal cantidad de conejos que no permiten ver el suelo."

(
Fragmento del capítulo IV)

- Allí, en aquel campo -dijo Nozdriov mientras señalaba con un dedo-, hay tal cantidad de conejos que no permiten ver el suelo. En cierta ocasión, llegué a coger una liebre con las manos por las patas traseras.

- Jamás has cogido tú una liebre por las patas traseras -objetó el cuñado.

- Sí, la cogí, es cierto que la cogí -contestó Nozdriov-. Ahora -continuó volviéndose a Chichikov- te voy a enseñar las lindes de mis tierras.

Nikolái Gógol (Ruso nacidoe en Ucrania, 1809-1852).

martes, 7 de marzo de 2023

Conejos: EL SISTEMA DEL DOCTOR TARR Y DEL PROFESOR FETHER, de Edgar Allan Poe

"Había sobre mesa algunas fuentes conteniendo lo que parecía ser conejo ordinario, plato muy exquisito..."

(
Fragmento)

Pero un escrutinio más cuidadoso me aseguró que se trataba tan sólo de un ternerillo asado entero, apoyado en las rodillas y sosteniendo una manzana en la boca, como se acostumbra en Inglaterra para servir una liebre.

- Muchas gracias -repuse-. Para decir verdad, no me gusta mucho la ternera à la... ¿cómo era?, pues siento que no me cae bien. Prefiero cambiar de plato y probar un bocado de conejo.

Había sobre la mesa algunas fuentes conteniendo lo que parecía ser conejo ordinario, plato muy exquisito y digno de ser recomendado.

- ¡Pierre! -gritó el huésped-. Cambie el plato del señor y sírvale un trozo de conejo au-chat.

- ¿Al qué? -dije yo.

- Au-chat.

- Pues bien, muchas gracias, pero... pensándolo mejor, prefiero servirme un poco de jamón.

«Verdaderamente uno nunca sabe lo que come en las mesas de estos provincianos -me dije-. No quiero saber nada de su conejo al gato, ni tampoco de su gato al conejo, si es que lo sirven...»

Edgar Allan Poe (Estados Unidos, 1809-1849).

(Traducido al español por Julio Cortázar).
La ilustración corresponde a un fotograma de la película El manicomio de Eliza (Stonehearst Asylum, 2014).
El texto íntegro puede leerse en Literatura.us.

domingo, 5 de marzo de 2023

Conejos: SANCHO SALDAÑA, o EL CASTELLANO DE CUÉLLAR, de José de Espronceda


(
Fragmento del tomo I, capítulo II)

Dicho esto se retiró a un lado y volvió a sus acostumbradas meditaciones. En esto estaba ya Usdrobal muy querido y considerado de sus compañeros, merced a su buena suerte y animosa disposición, cuando un hombre que por su traje no parecía pertenecer a la compañía llegó a ellos con mucho misterio mirando a un lado y a otro como receloso de que le siguieran; llamó al Velludo, y se apartó con él a un lado secretamente.

- ¿Qué hay de nuevo? le preguntó el capitán: ¿sale mañana el conejo de su madri- guera, o no sale?

- Sale, le respondió el otro, y lo que hay que hacer es tener buenos perros para que no se escape.

- Eso va de mi cuenta, respondió el capitán: tu amo el señor de Cuellar y yo hemos tratado lo que hay que hacer, y sería yo el perro más perro del mundo sino se la entregase como desea. La cosa está en que ella se asome siquiera a la puerta de su castillo.

"¿... quieres retardar ahora la prueba de los dos mejoras galgos que han acosado una liebre?"

(Fragmento del tomo I, capítulo III)

- ¿Qué fin podría llevarse esta mujer en engañarme tan neciamente? lo mejor será decírselo a mi hermano y dejar para otro día la prueba de los galgos, que harto tiempo queda para correr una liebre. ¿Y si se mofa de mí, diciéndome que creo en brujerías? ¿Y si piensa que desdoro mi linaje y me reconviene de tener temores indignos de una dama de mi jerarquía? No, no se lo diré; él dispondrá lo que guste, y cúmplase la voluntad de Dios.

Pensando así, y esforzándose a disimular el sobresalto que a su despecho alborotaba su corazón, llegó adonde su hermano, que ya había concluido su disputa con el abad, examinaba dos galgos nuevos, hablando con un montero mientras se disponía todo para probarlos. Estaba tan ocupado de su diversión, que no percibió la mudanza del rostro de Leonor, que en vano se animaba interiormente a sí misma y procuraba disfrazar su sobresalto bajo la máscara de la alegría.

- Veremos si esta tarde, le dijo Hernando volviéndose a ella con muestras de mucho contento, te llevas la palma en la caza de liebres, como esta mañana en la del halcón.

- Mejor seria, le respondió su hermana con timidez, dejar para otro día la prueba.

- ¡Cómo! repuso su hermano: ¿tú, la reina de la caza, y que aguardabas esta tarde alcanzar nuevos triunfos, quieres retardar ahora la prueba de los dos mejores galgos que han acosado una liebre?

- No… pero… replicó Leonor sin saber qué decir: ya ves… el cielo está muy nublado, y por la parte de Olmedo parece anunciar una tempestad.


José de Espronceda (España, 1808-1842).

Conejos: EL ESQUELETO EN EL ARMARIO, de Henry Wadsworth Longfellow

"... mientras que de mi camino la liebre huyó como una sombra."

(Fragmentos)

“Lejos en la Tierra del Norte,
por la salvaje playa del Báltico,
yo, con mi mano infantil,
          domestiqué al gerifalte;
y, con las raquetas atadas a mis pies,
apenas rozo el sonido casi congelado
donde el pobre sabueso quejumbroso
          tiembla al caminar.

"A su guarida congelada
he rastreado al oso espeluznante,
mientras que de mi camino la liebre
          huyó como una sombra;
A menudo entre de las tinieblas del bosque
seguí el aullido del hombre lobo,
hasta que la alondra voladora
          cantó desde el prado.

“Pero cuando crecí,
uniéndome a la tripulación de un corsario,
Sobre el mar oscuro volé
          junto a los merodeadores.
Salvaje era la vida que llevábamos;
muchas las almas que apresuraron,
muchos los corazones que sangraron,
              por cumplir nuestras severas órdenes.


Henry Wadsworth Longfellow (Estados Unidos, 1807-1882).

sábado, 4 de marzo de 2023

Conejos: EL GOLLETE DE BOTELLA, de Hans Christian Andersen

"... hasta dar en el patio, donde acabaron de desmenuzarse y desparramarse por el suelo. Sólo el gollete quedó entero..."

(
Fragmento)

Por el jardín paseaban los invitados, y también gente del pueblo deseosa de admirar aquella magnificencia. Entre éstas paseaba una vieja solterona que había visto morir a todos sus familiares, aunque no le faltaban amigos. Por su cabeza pasaban los mismos pensamientos que por la mente de la botella: pensaba en el verde bosque y en una joven pareja de enamorados; de todo había gozado, puesto que la novia era ella misma. Había sido la hora más feliz de su vida, hora que no se olvida ya nunca, ni cuando se llega a ser una vieja solterona. Pero ni ella reconoció la botella ni ésta a la ex prometida, y así es como andamos todos por el mundo, pasando unos al lado de otros, hasta que volvemos a encontrarnos; eso les ocurrió a ellas, que vinieron a encontrarse en la misma ciudad. La botella salió del jardín para volver a la tienda del cosechero, donde otra vez la llenaron de vino para el aeronauta que el próximo domingo debía elevarse en globo. Un enorme hormiguero de personas se apretujaban para asistir al espectáculo. Resonó la música de la banda militar y se efectuaron múltiples preparativos; la botella lo vio todo desde una cesta donde se hallaba junto con un conejo vivo, aunque medio muerto de miedo, porque sabía que se lo llevaban a las alturas con el exclusivo objeto de soltarlo en paracaídas. La botella no sabía de subidas ni de bajadas; vio cómo el globo iba hinchándose gradualmente, y cuando ya alcanzó el máximo de volumen, comenzó a levantarse y a dar muestras de inquietud. De pronto, cortaron las amarras que lo sujetaban, y el aeróstato se elevó en el aire con el aeronauta, el cesto, la botella y el conejo. La música rompió a tocar, y todos los espectadores gritaron «¡hurra!».

«¡Es gracioso esto de volar por los aires! -pensó la botella es otra forma de navegar. No hay peligro de choques aquí arriba».

Muchos millares de personas seguían la aeronave con la mirada, entre ellas, la vieja solterona, desde la abierta ventana de su buhardilla, de cuya pared colgaba la jaula con el pardillo, que no tenía aún bebedero y debía contentarse con una diminuta escudilla de madera. En la misma ventana había un tiesto con un arrayán, que habían apartado algo para que no cayera a la calle cuando la mujer se asomaba. Esta distinguía perfectamente al aeronauta en su globo, y pudo ver cómo soltaba el conejo con el paracaídas y luego arrojaba la botella proyectándola hacia lo alto. La vieja solterona poco sospechaba que la había visto volar ya otra vez, aquel día feliz en el bosque, cuando era ella aún muy jovencita.

A la botella no le dio tiempo de pensar; ¡fue tan inopinado aquello de encontrarse de repente en el punto crucial de su existencia! Al fondo se vislumbraban campanarios y tejados, y las personas no eran mayores que hormigas.

Luego se precipitó, a una velocidad muy distinta a la del conejo. Volteaba en el aire, sintiéndose joven y retozona -estaba aún llena de vino hasta la mitad-, aunque por muy poco tiempo. ¡Qué viaje! El sol le comunicaba su brillo, toda la gente seguía con la vista su vuelo; el globo había desaparecido ya, y pronto desapareció también la botella. Fue a caer sobre uno de los tejados, haciéndose mil pedazos; pero los cascos llevaban tal impulso, que no se quedaron en el lugar de la caída, sino que siguieron saltando y rodando hasta dar en el patio, donde acabaron de desmenuzarse y desparramarse por el suelo. Sólo el gollete quedó entero, cortado en redondo, como con un diamante.

Hans Christian Andersen (Dinamarca, 1805-1875).

El texto íntegro puede leerse en Ciudad Seva.

viernes, 3 de marzo de 2023

Conejos: LA PRESA, de Kenzaburo Oé


(
Fragmentos)

Morro de Liebre estaba de pie a la entrada de la aldea, en el lugar donde comienza la carretera, y abrazaba a un perro contra su pecho. Arrastré a mi hermano del hombro y cruzamos la densa sombra de un viejo albaricoquero para ir a examinar el animal que Morro de Liebre sostenía en sus brazos.

Morro de Liebre sacudió al perro y lo obligó a gruñir.

- ¡Ven! ¡Mira esto!

Puso sus brazos bajo mi nariz: estaban cubiertos de mordeduras en las que se mezclaban la sangre y los pelos del perro. También en su pecho, así como en su cuello grueso y corto, se veían diversas mordeduras hinchadas como granos.

- ¡Mira! -repitió Morro de Liebre dándose importancia.

- ¡Me habías prometido que iríamos juntos a cazar un perro salvaje! ¡No tienes palabra! -exclamé, anonadado por la sorpresa y el pesar-. ¡Y fuiste solo!

- Te busqué, pero no te encontré... -replicó precipitadamente Morro de Liebre.

(...)

"... se ganaba la vida con la caza del conejo del monte (...) y, los inviernos en que la nieve era abundante..."

No teníamos ningún mueble. Lo único que confería cierta sensación de utilidad a nuestro humilde habitáculo era la escopeta de caza de mi padre, cuyo cañón brillaba débilmente, lo mismo que la culata, que gracias a su reflejo aceitoso parecía de auténtico acero y muy capaz de dejarte el brazo dolorido con su retroceso una vez disparado el tiro. También había, colgando en racimos de las vigas desnudas, pieles secas de comadreja, así como toda clase de trampas. En efecto, mi padre se ganaba la vida con la caza del conejo de monte, de las aves silvestres y, los inviernos en que la nieve era abundante, del jabalí; también ponía trampas y llevaba al ayuntamiento de «la ciudad» las pieles secas de las comadrejas que había atrapado.

(...)


De repente el soldado negro comenzó a gritar, me agarró de los hombros para levantarme y me arrastró hasta el centro de la bodega para que estuviera a la vista de quienes miraban por el tragaluz. Yo no entendía en absoluto los motivos que le llevaban a comportarse así. Innumerables pares de ojos contemplaban, desde lo alto de la abertura, mi humillación; tenía las orejas gachas, como un conejo. Si las pupilas negras de mi hermano humedecidas por las lágrimas hubieran estado allí, estoy seguro de que, de una dentellada, me habría cortado la lengua a causa de la vergüenza. Pero en la abertura del tragaluz sólo había una infinidad de ojos de adulto mirándome.

Kenzaburo Oé (Japón, 1935-2023). Obtuvo el premio Nobel en 1994.
Falleció el día de hoy en la ciudad de Tokio.

(Traducido del japonés por Yoonah Kim, con la colaboración de Joaquín Jordá).

jueves, 2 de marzo de 2023

Conejos: LOS MISTERIOS DE PARÍS, de Eugène Sué

"El figón o la taberna del Conejo Blanco está situado en el centro de la calle de Fèves..."

(Fragmento del tomo I, capítulo IV: Historia del Churiador
)

- Dinos tu nombre, Churiador, -interrumpió Rodolfo.

- El color de mi cabello era aún más claro que ahora; siempre tenía los ojos encar- nados como sangre, y por eso me llamaban el Albino. Los albinos son los conejos blancos de los hombres, y tienen los ojos encarnados -añadió con tono grave el Churiador, a manera de paréntesis fisiológico.

(Fragmento del tomo II, capítulo IX: Jaime Ferrand)

Esta puerta daba entrada a un pasillo cubierto; a la derecha estaba el cuarto de un portero viejo medio sordo, que era entre la corporación de los sastres, lo que M. Pipelet entre el gremio de los zapateros; a la izquierda una cuadra que servía de bodega, de lavadero, de leñera y de establecimiento a una colonia naciente de conejos, instalados en el pesebre por el portero, que se distraía de su reciente viudez criando estos animales domésticos.

El conejo blanco

Una parte sustancial de la acción en Los misterios de París transcurre en la taberna del Conejo Blanco, el cual aparece mencionado en casi treinta ocasiones a lo largo de su primer tomo, cuyo segundo capítulo, titulado La figonera, da principio con una descripción del lugar:

El figón o la taberna del Conejo Blanco está situado en el centro de la calle de Fèves, y ocupa el piso bajo de una casa alta, en cuya fachada hay dos ventanas de cierta construcción llamada a la guillotina.

Sobre el dintel de la puerta está colgado un farol oblongo, en cuyo vidrio hendido se leen estas palabras: Aquí se hospeda de noche.

Eugène Sué (Francia, 1804-1857).

La ilustración corresponde a una imagen del Conejo Blanco en 1860, año de su demolición.

miércoles, 1 de marzo de 2023

Conejos: VEINTE DÍAS CON JULIÁN Y CONEJITO, de Nathaniel Hawthorne

"Sin alegría, tan silencioso como un pez, inactivo, la vida de Conejito transcurre entre un medio sueño tórpido...""

(
Fragmentos)

Para un compañero de juegos en el interior, estaba Conejito, que no resulta ser un compañero muy interesante, y me causa más problemas de lo que vale. Debería haber dos conejos, para resaltar las notables cualidades del otro, si es que las hay. Sin lugar a dudas, tienen la menor prominencia característica de cualquier criatura que Dios haya hecho. Sin alegría, tan silencioso como un pez, inactivo, la vida de Conejito transcurre entre un medio sueño tórpido y el mordisquear tapas de trébol, lechuga, hojas de plátano o amaranto y migajas de pan. A veces, de hecho, muestra un leve impulso de juguetear; pero no parece ser deportivo, sino nervioso. Conejito tiene un semblante singular, como el de alguien que he visto, pero a quien olvido. Es bastante imponente y aristocrático, a simple vista; Pero examinándolo más de cerca, se encuentra que es risiblemente vago. Julián le presta muy poca atención por ahora y me deja la tarea de recoger hojas para él, de lo contrario la pobre bestia probablemente moriría de hambre. Estoy bastante tentado por el Maligno de matarlo en privado, y deseo con todo mi corazón que la señora Peters lo ahogue.

(...)

"... se mantuvo lo más cerca que pudo en un rincón de la caja, y no respondió a mis avances..."

Le dije a Julián que lo iba a enviar a buscar a Conejito después del desayuno. La expresión en la cara del hombrecillo brillaba de deleite, pero aún así parecía confundido. "¿Por qué, papá?", dijo él, ya ves que dejé a Conejito allí para que fuera de Ellen; así que no puedo llevármelo, a menos que lo envíen de regreso. Tranquilicé sus escrúpulos repitiéndole lo que la señora Tappan había dicho; e inmediatamente se puso muy deseoso de ir a buscar a Conejito.
A eso de las nueve lo dejé ir; y en media hora más o menos Conejito estaba de regreso en su pequeña casa. El pobre conejito parecía haber perdido gran parte de su confianza en la naturaleza humana, se mantuvo lo más cerca que pudo en un rincón de la caja, y no respondió a mis avances, ni quiso tomar una hoja de lechuga que le ofrecí. Más bien creo que ha vivido en gran tormento durante su ausencia.

Nathaniel Hawthorne (Estados Unidos, 1804-1864).

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

martes, 28 de febrero de 2023

Conejos: EL HOMBRE QUE RÍE, de Víctor Hugo

"Por dos largas orejas peludas que sobresalían del zurrón he visto ahorcar a un padre de seis hijos."

(
Fragmento de la segunda parte: Por orden del rey. Libro segundo, capítulo XI:
Gwynplaine está en lo justo y Ursus en lo cierto)

¿Sabes que con sólo los conejos de los cotos del conde Lindsey se podría alimentar a toda la gentuza de los Cinco Puertos? ¡Con que rózate con eso! Allí imponen el orden. Ahorcan a todo cazador furtivo. Por dos largas orejas peludas que sobresalían del zurrón he visto ahorcar a un padre de seis hijos. Así es el señorío. El conejo de un lord vale más que un hombre. Los señores existen, ¿comprendes, bribón? Y nosotros debemos considerar que está bien. Además, si consideráramos que está mal, ¿qué les importaría? ¡El pueblo haciendo objeciones! A Plauto mismo no se le habría ocurrido nada tan cómico. Sería gracioso que un filósofo aconsejara a esa pobre diabla de multitud que protestara contra el tamaño y el peso de los lores. Sería como si la oruga protestara contra la pata del elefante. Yo vi un día un hipopótamo que caminaba sobre una topinera; aplastó todo, pero era inocente. Ni siquiera sabía que existían los topos aquel mastodonte bonachón. Querido, los topos que se aplastan son el género humano. El aplastamiento es una ley. ¿Y crees tú que el topo no aplasta nada? Es el mastodonte del insecto arador, que es, a su vez, el mastodonte de otros insectos menores. Pero no razonemos. Hijo mío, las carrozas existen. El lord va en ellas y el pueblo está bajo las ruedas. El sabio se aparta. Hazte a un lado y deja pasar.

Víctor Hugo (Francia, 1802-1885).

(Traducido al español por Luis Echávarri).

lunes, 27 de febrero de 2023

Conejos: LAS LOBAS DE MACHE- COUL, de Alexandre Dumas


(Fragmento del capítulo 
XLIV. Donde se ve que no todos
los judíos son de Jerusalén ni de Túnez todos los turcos)

- ¡Hola! ¡conejos! -gritó maese Jaime al llegar al claro.

Obedientes a la voz de su capitán, salieron presurosos los conejos de los matorrales donde se ocultaran a la primera señal de alarma y apenas se lo permitió la oscuridad, examinaron cuidadosamente a los dos prisioneros.

Pero como la inspección hecha a oscuras no podía satisfacerles, uno de ellos bajó a la cueva, encendió dos teas, y volvió para alumbrar el rostro de Perico y su compa- ñero. Maese Jaime había vuelto a sentarse en el tronco y conversaba tranquilamente con Alain, refiriéndole los pormenores de la presa que acababa de hacer, con la misma llaneza con que hubiera relatado un aldeano a su mujer la adquisición de una compra en el mercado.

Apenado Michel por la aventura y la herida que acababa de recibir, habíase tendido sobre la hierba, mientras Perico, de pie a su lado, examinaba atento y no sin repug- nancia el aspecto de los bandoleros a quienes maese Jaime llamaba conejos, lo cual era tanto más fácil, cuanto que, satisfecha la curiosidad de aquéllos, volvieron a sus interrumpidas tareas, esto es, a sus cantares y juegos, a dormir o limpiar las armas, sin que por eso los despiertos perdieran de vista a los dos prisioneros, a quienes, para mayor seguridad, habían colocado en medio del raso.

(Fragmento del capítulo LXVI. En donde volvemos a encontrar a nuestro antiguo amigo Juan Ouillér)

Y ambos se encaminaron a la zarza.

Oullier comprendió que estaba perdido; pero no queriendo ser agarrado como un conejo en su gazapera, se puso de rodillas y sacó su navaja, la cual, aunque despun- tada, podía serle muy útil en una lucha a brazo partido.

Alexandre Dumas (Francia, 1802-1870).

domingo, 26 de febrero de 2023

Conejos: EUGENIO ONIEGUIN, de Aleksandr Pushkin

"... amaba el invierno con su fría belleza, (...) la reverberación rosada de la nieve en la tardía aurora..."

(
Fragmento del capítulo V)

Tatiana, alma rusa, sin saber por qué, amaba el invierno con su fría belleza, la escarcha al sol en un día glacial, los trineos, la reverberación rosada de la nieve en la tardía aurora y la niebla que hay por la Epifanía. Estas noches triunfaban en su casa a la moda antigua; las sirvientas echaban la buenaventura a sus señoritas y les predecían cada año maridos militares y campañas en las que ellos intervenían.

Tania creía en la tradición popular de la antigüedad, en la buenaventura echada en cartas, en los sueños y en lo que auguraba la luna. Le atormentaban los objetos y secretamente todos le decían algo, el presentimiento le oprimía el corazón; el gato mimoso, sentado encima de la estufa, ronroneando, se lavaba la cara con la patita; esto era para ella un infalible presagio de la llegada de los invitados. Si veía el cuerno estrecho de la luna en el lado izquierdo del cielo, temblaba y palidecía.

Cuando la estrella fugaz volaba por el cielo oscuro, para luego desvanecerse, Tania, con turbación, se daba prisa a murmurarle el deseo de su corazón antes que desapareciese. Cuando en algún sitio se encontraba con un fraile vestido de negro, o cuando una liebre le cortaba el camino en el campo, llena de dolorosos presenti- mientos, esperaba la desgracia, y por miedo no sabía qué empezar. Encontraba un placer indecible en el mismo horror, porque la Naturaleza nos creó de tal manera, que nos gustan las contradicciones.

Aleksandr Pushkin (Rusia, 1799-1837).