Invierno en Vancouver: la bahía bajo la nieve. (Fotografía de Jules Etienne).

domingo, 19 de marzo de 2023

Conejos: VILLETTE, CUMBRES BORRASCOSAS y AGNES GRAY, de las hermanas Brontë

"¿Pero no estaba loco? - Bastante loco -asentí-. Tan loco como una liebre de marzo."

Villette

(
Fragmento)

- Fue una noche encantadora. ¡Oh, ese divino de Hamal! Y luego ver al otro enfurruñarse y morir en la distancia; y la anciana, ¡mi futura suegra! Pero me temo que Lady Sara y yo fuimos un poco groseros al interrogarla.

- Lady Sara nunca la interrogó en absoluto; y por lo que hiciste, no te inquietes en lo más mínimo: la señora Bretton sobrevivirá a tu burla.

- Ella puede: las ancianas son duras; ¡Pero ese pobre hijo suyo! Dime lo que dijo: vi que estaba terriblemente cortado.

- Dijo que te veías como si en el fondo ya fueras Madame de Hamal.

- ¿Lo hizo? -gritó con deleite-. ¿Se dio cuenta de eso? ¡Qué encanto! Pensé que estaría loco de celos.

- Ginevra, ¿has terminado seriamente con el Dr. Bretton? ¿Quieres que te entregue?

- ¡Oh! Sabes que no puede hacer eso: ¿pero no estaba loco?

- Bastante loco -asentí-. Tan loco como una liebre de marzo.

- Bueno, ¿y cómo lo llevaste a casa?

- ¡Sin embargo, de hecho! ¿No tienes piedad de su pobre madre y de mí? Imagina que lo sostenemos fuerte en el carruaje, y él delirando entre nosotros, listo para hacernos delirar a todos. El mismo cochero salió mal, de alguna manera, y perdimos nuestro camino

- ¿No lo dices? Te estás riendo de mí. Ahora, Lucy Snowe.

- Les aseguro que es un hecho, y un hecho, también, que el Dr. Bretton no se quedaría en el carruaje: se separó de nosotros y salió.

- ¿Y después?

- Después, cuando llegó a casa, la escena trasciende la descripción. 

Charlotte Brontë (Inglaterra, 1816-1855).

"¿No hay nada que puedas enseñar a tu prima? ¿Ni un mal conejo...?"

Cumbres borrascosas

(Fragmento del capítulo XXI)

- ¿No hay nada que puedas enseñar a tu prima? ¿Ni un mal conejo o un nido de comadrejas? Anda, hombre, deja de cambiarte el calzado, llévala al jardín y enséñale tu caballo.

- ¿No prefieres sentarte aquí? _preguntó él a Cati indicando en su tono la poca gana que tenía de moverse.

- No sé... -contestó ella, dirigiendo a la puerta una mirada que indicaba claramente que prefería hacer algo a sentarse.

Pero él se repantigó en su silla y se aproximó más al fuego. Heathcliff se fue a buscar a Hareton. Se notaba que el joven acababa de lavarse, en sus mejillas brillantes y su cabello mojado.

- Quiero hacerle una pregunta, tío -dijo Catalina-. Este no es primo mío, ¿verdad?

- Sí -contestó él-. Es sobrino de tu madre. ¿No te agrada?

Catalina le miró con extrañeza.

- ¿No es un buen mozo ? -siguió Heathcliff.

La joven se levantó sobre las puntas de los pies y habló a Heathcliff al oído. Él se echó a reír. Hareton se puso sombrío, y yo reparé en que era muy suspicaz para algunas cosas. Pero Heathcliff le tranquilizó al decirle:

- ¡Ea, Hareton, te preferiremos a ti! Me ha dicho que eres un... ¿un qué? Bueno, no me acuerdo... Una cosa muy agradable. Acompáñala a dar una vuelta y pórtate como un caballero. No digas palabrotas, no la mires cuando ella no te mire a ti, ruborízate cuando se ruborice ella, háblale con dulzura y no lleves las manos en los bolsillos. Anda, trátala todo lo mejor que puedas.

Emily Brontë (Inglaterra, 1818-1848).

"... preguntándose cómo la gata habría descubierto la conejera..."

Agnes Gray

(Fragmento del capítulo XII: El chaparrón)

- Veo mejor aquí, gracias, Nancy -respondí, llevando mi labor junto a la ventana, donde tuvo la bondad de dejar que me quedara tranquila, mientras ella cogió un cepillo para quitarle los pelos de la gata al abrigo del señor Weston, le quitó cuidadosamente la lluvia del sombrero, y le dio de cenar a la gata, sin dejar de hablar todo el rato: ora dando las gracias a su amigo el clérigo por lo que había hecho, ora preguntándose cómo la gata habría descubierto la conejera, ora lamentándose de las posibles consecuencias de dicho descubrimiento. Él escuchaba con una sonrisa tranquila y bonachona y finalmente, accediendo a sus insistentes invitaciones, tomó asiento, aunque repitió que no tenía intención de quedarse.

- Tengo que ir a otro lugar .dijo- y veo (mirando el libro que estaba sobre la mesa) que otra persona le ha leído.

- Sí, señor, la señorita Grey ha tenido la amabilidad de leerme un capítulo, y ahora me ayuda con una camisa para Bill, pero me temo que vaya a tener frío allí. ¿No quiere usted acercarse al fuego, señorita?

- No, gracias, Nancy, no tengo frío. Debo irme en cuanto se acabe este chaparrón.

- ¡Ay, señorita! Si ha dicho usted que podía quedarse hasta la caída de la tarde  -exclamó la anciana provocativa, y el señor Weston cogió el sombrero.

- No, señor -dijo ella-, por favor no se vaya ahora que llueve tanto.

- Pero tengo la impresión de que impido a su visita acercarse al fuego.

- En absoluto, señor Weston. -Respondí, esperando que no habría ninguna maldad en un embuste de tal naturaleza.

- ¡No, ya lo creo! -exclamó Nancy-. Si hay sitio de sobra.

- Señorita Grey -dijo él, medio en broma, como si sintiera la necesidad de cambiar de tema aunque no tuviese nada especial que decir-, quisiera que me disculpara usted ante el señor de la mansión cuando lo vea. Estaba presente cuando he rescatado a la gata de Nancy, y no ha aprobado exactamente mi hazaña. Le he dicho que la gata significaba más para ella que todos los conejos para él, y tan audaz afirmación ha merecido que me dedicase unas palabras muy poco caballerosas y me temo que le he replicado con demasiado entusiasmo.

Anne Brontë (Inglaterra, 1820-1849).

sábado, 18 de marzo de 2023

Conejos: ASTUCIA, EL JEFE DE LOS HERMANOS DE LA HOJA, de Luis G. Inclán

"... se puso unas pistolas en la cintura, tomó un mosquetón..."

(
Fragmento del tomo I, capitulo III)

Vamos ahora a la casa de don Epitacio que hemos dejado alborotada con los alarmantes gritos de: «Ladrones, ladrones», causados por una molendera que casualmente salió al corral cuando estaba montado sobre la barda Lorenzo, y se sorprendió al ver un bulto que se movía; de repente lo vio desaparecer, y acto continuo oyó el estrépito de los adobes, por lo que azorada corrió para adentro y cerró precipitada dando de gritos hasta llegar con la noticia a la recámara de don Epitacio; quien comenzando a dormirse, en el instante, muy asustado, se vistió, dejó encerradas en aquella pieza a la criada y a su mujer, se puso unas pistolas en la cintura, tomó un mosquetón, y de puntitas se salió para la sala. Después de escuchar con precaución, se aventuró a abrir la puerta, y cual si fuera a cazar algún conejo, se dirigió para la puerta de la trastienda con su arma preparada mirando para todos lados lleno de pavor; no dejó de sorprenderle más encontrarse con la puerta abierta, y al penetrar en la trastienda oír algunas voces extrañas; algún consuelo le dio el diálogo que en ese instante se entabló.

"... es verdad que esa joven es muy avezada: pero no pasa de la viveza del conejo."

(Fragmento del tomo I, capítulo XV)

Don Juan que había sabido que Camila le había dado varios descolones al español don Manuel, que trató en vano de burlarse de ella, por bullirlo le dijo:

- Y usted, don Manuel, ¿qué opina de la ventura que mi amigo se ha encontrado en este escondido pueblo, en este páramo?

- Basta que el señor lo diga, y ustedes así lo juzguen para que no se dude; pero hay un dicho que dice que por el sobre escrito, se saca la carta, y me parece muy difícil haber hallado tantos méritos y bondades en este miserable pueblucho soterrado entre los bosques; es verdad que esa joven es muy avezada; pero no pasa de la viveza del conejo. No ha tenido educación, sociedad, y sin estos requisitos no es alhaja de tanto valor, como supone su futuro padre.

- Permítame usted que le conteste -dijo el señor Garduño-, he dicho que es un tesoro y alhaja de valor inestimable; ¿usted duda que tales cosas se hallen en un páramo, en un miserable poblado? No hay cosa más apreciada que el oro y la plata, ¿y adónde se encuentra ese tesoro?: en los páramos, en los desiertos, en las entrañas de los cerros, en las profundidades de la tierra, y nada tiene de extraño que en un poblado me haya encontrado lo que para mí es un tesoro. Lo mismo sucede con las alhajas, cuanto más valiosas, tanto más es el trabajo en su adquisición, díganlo los pescadores de perlas, los buscadores de brillantes, y pregúnteles ¿de dónde las sacan? En fin, esta niña es un diamante sin pulir, que sin mayor trabajo lucirá haciendo opacar sus brillantes luces a más de cuatro piedras falsas; si yo quiero dar a conocer su valor, y que sea admirada, lo conseguiré sin sacrificio, podré presentarla hecha una gran señora, y es más fácil que ésta imite sus maneras y maneje el abanico, que aquélla tire el traje y empuñe el metlapil, aquélla sólo es un mueble de lujo, carísimo e inútil, me entiende usted, señor don Manuel, ésta, es el verdadero tesoro que yo buscaba, una mujer que en cualquiera situación sea útil, no una carga onerosa que sólo sirva de estorbo.

"Aquí están, a cada uno le regalo su fusil con seis paradas de cartuchos..."

(
Fragmento del tomo II, Capítulo IX)

Un maestro herrero de confianza con los criados del coronel, y él mismo improvisaron su maestranza en la cima del cerro de la Culebra donde puso su depósito, y se dedicaron a desempaquetar las armas, limpiarlas y ponerlas al corriente; en cuanto había listas algunas, se iba a los pueblos, hacia que la autoridad citara en secreto a todos los hombres de bien que le inspiraban confianza para el sitio más oculto, y allí reunidos les decía:

- Señores, ¿quieren ustedes defender el orden, y no dejarse atropellar por los bandidos

- Sí, señor, contestaban, pero no tenemos armas, ni…

- Aquí están, a cada uno le regalo su fusil con seis paradas de cartuchos y cien cápsulas de refacción, mírenlos flamantes y listos, cada cual oculte el suyo donde le parezca, procuren subirse al cerro a ejercitarse, tirar a los conejos, a matar venados, para que cuando le apunten a un bandido no se les vaya ni anden cerrando los ojos; desde este momento son mis soldados, los fieles sostenedores de sus autoridades respectivas, y la fuerza de Seguridad Pública que aquí restablezca el orden y la paz. No tenemos cuartel, guardias ni ningún servicio que cause trastorno en nuestros trabajos y atenciones.

Luis Gonzaga Inclán (México, 1816-1875).

viernes, 17 de marzo de 2023

Conejos: EL GATO BLANCO DE DRUMGUNNIOL, de Sheridan Le Fanu

"No me vas a decir que confundo una rata y un conejo con un gran gato blanco..."

(
Fragmento)

Has interpretado mal lo que he dicho -repuso mi padre-. Bueno, en realidad ha ocurrido algo que me ha quitado las ganas de tomar nada. Mira, Molly, no voy a andarme con misterios contigo, pues a lo mejor me  queda ya poco tiempo de estar aquí. Así que te diré lo que ha pasado. He visto al gato blanco.

- ¡Que el Señor se apiade de nosotros! -exclamó mi madre, de repente tan pálida y descompuesta como mi padre; y luego, tratando de reponerse, agregó con una risita-: Seguro que es una broma que me estás gastando. Me han dicho que el domingo pasado cayó en una trampa un conejo blanco en el bosque de Grady; y que Teigue vio ayer una gran rata blanca en el granero.

- No ha sido ninguna rata ni ningún conejo. No irás a decirme que confundo una rata y un conejo con un gran gato blanco con unos ojos verdes más grandes que platos y el lomo arqueado como un puente, que se me acerca dispuesto, si me quedo quieto, a restregarse el lomo contra mis espinillas, y a lo mejor a saltarme al cuello y pegarme un mordisco... Bueno, si es que a eso se le puede llamar un gato y no otra cosa peor...

Joseph Thomas Sheridan Le Fanu (Irlanda, 1814-1873).

jueves, 16 de marzo de 2023

Conejos: UN HÉROE DE NUESTRO TIEMPO y un poema, de Mijaíl Lermontov

"Intentamos atraparle, pero se escabulló como una liebre entre los arbustos."

(
Fragmento de la segunda parte: Conclusión del diario de Pechorin;
Capítulo II: La princesita Mary)

16 de junio
- Voy a contarles toda la historia -respondió Grushnitski-. Lo único que les pido es que no me traicionen. Esto fue lo que pasó: ayer un hombre, cuyo nombre no voy a revelar, vino a verme y me dijo que, pasadas ya las nueve de la noche, había visto a alguien rondando la casa de las Ligovskaia. Debo recordarles que la princesa madre estaba aquí y que la hija se había quedado en su casa. Nos dirigimos juntos allí y montamos guardia debajo de las ventanas para sorprender al afortunado.

Reconozco que me asusté, aunque mi interlocutor estaba muy ocupado con su desayuno: podía oír cosas muy desagradables para él, si es que Grushnitski había adivinado la verdad. No obstante, cegado por los celos, no había albergado la menor sospecha.

- Pues como iba diciendo -continuó Grushnitski-, nos dirigimos juntos a casa de la princesa, pero antes cogimos un fusil cargado de balas de fogueo, porque solo queríamos darle un susto. Esperamos en el jardín hasta las dos de la madrugada. Finalmente apareció, aunque solo Dios sabe por dónde salió, pero no desde luego por la ventana, porque estaba cerrada. Probablemente se deslizara por la puerta acristalada que hay detrás de la columna. Bueno, el caso es que alguien bajó desde el balcón… Vaya con la princesita, ¿eh? ¡Hay que ver cómo son las señoritas de Moscú! Después de esto, ¿de quién puede uno fiarse? Intentamos atraparle, pero se escabulló como una liebre entre los arbustos. Fue entonces cuando le disparé.

Alrededor de Grushnitski se elevó un murmullo de incredulidad.

- ¿No me creen? -continuó-. Les doy mi palabra de honor de caballero de que es la pura verdad, y para probarlo les voy a dar el nombre de ese señor.

- ¡Dígalo! ¡Dígalo! ¿Quién es? -se oyó por todas partes.

"... más veloz que un gamo o una liebre al escapar del águila."

(Estrofa inicial de El fugitivo, leyenda de las montañas)

Harún corría más veloz que un gamo
o una liebre al escapar del águila.
Atemorizado huía del campo de batalla,
donde a chorros corría la sangre circasiana.
Su padre y dos de sus hermanos con honor
cayeron luchando por la libertad:
bajo los pies del enemigo
yacían sus cabezas en el polvo.
Su sangre fluía y clamaba venganza,
pero Harún, olvidando su deber y su honra,
arrojó al suelo en el fragor del combate
su fusil y su sable y echó a correr.
Caía la tarde: las brumas, desplegándose,
cubrían los oscuros calveros
con su ancha espuma blanca.
Soplaba de oriente un viento frío
y sobre el desierto del profeta
se alzaba en silencio una luna dorada.
Agotado y acuciado por la sed,
enjugándose del rostro el sudor y la sangre,
Harún reconoce a la luz de la luna
su aldea natal entre las peñas.
Se acerca a hurtadillas sin ser visto…
Allí todo es serenidad y silencio.
De la sangrienta batalla sin daño
solo él ha vuelto a casa.

Mijaíl Lermontov (Rusia, 1814-1841).

(Traducido al español por Víctor Gallego Ballestero).

miércoles, 15 de marzo de 2023

Conejos: GRANDES ESPERANZAS, de Charles Dickens

"... me alarmé mucho al ver que había una liebre colgada de las patas posteriores..."

(Fragmento final del capítulo II)

Si aquella noche pude dormir, sólo fue para imaginarme a mí mismo flotando río abajo en una marea viva de primavera y en dirección a los Pontones. Un fantástico pirata me llamó, por medio de una bocina, cuando pasaba junto a la horca, diciéndome que mejor sería que tomase tierra para ser ahorcado en seguida, en vez de continuar mi camino. Temía dormir, aunque me sentía inclinado a ello por saber que en cuanto apuntase la aurora me vería obligado a saquear la despensa. No era posible hacerlo durante la noche, porque en aquellos tiempos no se encendía la luz como ahora gracias a la sencilla fricción de un fósforo. Para tener luz habría tenido que recurrir al pedernal y al acero, haciendo así un ruido semejante al del mismo pirata al agitar sus cadenas.

Tan pronto como el negro aterciopelado que se vela a través de mi ventanita se tiñó de gris, me apresuré a levantarme y a bajar la escalera; todos los tablones de madera y todas las resquebrajaduras de cada madero parecían gritarme: «¡Deténte, ladrón!» y «¡Despiértese, señora Joe!» En la despensa, que estaba mucho mejor provista que de costumbre por ser la víspera de Navidad, me alarmé mucho al ver que había una liebre colgada de las patas posteriores y me pareció que guiñaba los ojos cuando estaba ligeramente vuelto de espaldas hacia ella. No tuve tiempo para ver lo que tomaba, ni de elegir, ni de nada, porque no podía entretenerme. Robé un poco de pan, algunas cortezas de queso, cierta cantidad de carne picada, que guardé en mi pañuelo junto con el pan y manteca de la noche anterior, y un poco de aguardiente de una botella de piedra, que eché en un frasco de vidrio (usado secretamente para hacer en mi cuarto agua de regaliz). Luego acabé de llenar de agua la botella de piedra. También tomé un hueso con un poco de carne y un hermoso pastel de cerdo. Me disponía a marcharme sin este último, pero sentí la tentación de encaramarme en un estante para ver qué cosa estaba guardada con tanto cuidado en un plato de barro que había en un rincón; observando que era el pastel, me lo llevé, persuadido de que no estaba dispuesto para el día siguiente y de que no lo echarían de menos en seguida.

En la cocina había una puerta que comunicaba con la fragua. Quité la tranca y abrí el cerrojo de ella, y así pude tomar una lima de entre las herramientas de Joe. Luego cerré otra vez la puerta como estaba, abrí la que me dio paso la noche anterior al llegar a casa y, después de cerrarla de nuevo, eché a correr hacia los marjales cubiertos de niebla.

Charles Dickens (Inglaterra, 1812-1870).

martes, 14 de marzo de 2023

Conejos: VILLANELA RÍTMICA, de Téophile Gautier

"Espantemos al conejo escondido..."

Cuando llega la nueva 
temporada
Cuando el frío ha desaparecido,
Iremos los dos, querida,
Para recoger lirios del valle en el bosque;
Bajo nuestros pies se desgranan las perlas
Que vemos temblar por la mañana,
Iremos a escuchar a los mirlos
Silbar.
Ha llegado la primavera, querida,
Es el mes de los benditos amantes,
Y el pájaro, satinando su ala,
Dice versos al borde del nido.
¡Oh! ven al banco de musgo,
Para hablar de nuestros bellos amores,
Y dime con tu voz tan dulce:
¡Siempre!
Lejos, muy lejos, extraviados en nuestra carrera,
Espantemos al conejo escondido,
Y al ciervo en el espejo de las fuentes
Admirando el gran bosque inclinado,
Luego, en la casa, todo alegre, todo a gusto,
En una canasta entrelazando nuestros dedos,
Volvamos trayendo fresas
del bosque.

(Villanelle rhythmique
Quand viendra la saison nouvelle,
Quand auront disparu les froids,
Tous les deux nous irons, ma belle,
Pour cueillir le muguet au bois;
Sous nos pieds égrenant les perles
Que l'on voit au matin trembler,
Nous irons écouter les merles
Siffler.
Le printemps est venu, ma belle,
C'est le mois des amants béni,
Et l'oiseau, satinant son aile,
Dit des vers au rebord du nid.
Oh! viens donc sur le banc de mousse,
Pour parler de nos beaux amours,
Et dis-moi de ta voix si douce:
Toujours!
Loin, bien loin, égarant nos courses,
Faisons fuir le lapin caché,
Et le daim au miroir des sources
Admirant son grand bois penché,
Puis, chez nous, tout joyeux, tout aises,
En panier enlaçant nos doigts,
Revenons rapportant des fraises
Des bois.)

Théophile Gautier (Francia, 1811-1872).

(Traducido del francés por Jules Etienne).

lunes, 13 de marzo de 2023

Conejos: EL LIBRO DE LOS ESNOBS, ESCRITO POR UNO DE ELLOS, de William Makepeace Thackeray

"... exactamente lo mismo que un pobre conejo se convierte en presa de la terrible boa constrictora."

(
Fragmento del capítulo II: La realeza snob)

Conjuro ante un horrible tribunal de juventud e inocencia, al que asisten sus venerables instructores (como los diez mil niños de caridad con sus mejillas rojas en San Pablo), sentados en juicio, y Gorgio en medio de ellos, defendiendo su causa.¡Fuera de la corte, fuera de la corte, viejo gordo Florize! ¡Beadles, resulta ese hombre hinchado y con la cara llena de granosSi Gorgio debe tener una estatua en el nuevo Palacio que la nación de Brentford está construyendo, debería instalarse en el Salón de los Flunkeys. Y él tendría que estar representado cortando un abrigo, en cuyo arte se dice que sobresalió. También inventó el ponche Marrasquino, una hebilla para los zapatos (eso cuando estaba en pleno vigor de su juventud, con la fuerza principal de su inventiva) y un pabellón chino, el más espantoso edificio del mundo. Guiaba casi tan bien como el mejor cochero de Brighton; empuñaba el florete con donaire y tocaba aceptablemente el violín. Su sonrisa era tan fascinante, que cuantos tenían el honor de serle presentados, se le entregaban en cuerpo y alma, exactamente lo mismo que un pobre conejo se convierte en presa de la terrible boa constrictora.

William Makepeace Thackeray (Inglés nacido en India, 1811-1863).

domingo, 12 de marzo de 2023

Conejos: EL FISTOL DEL DIABLO, de Manuel Payno

"... con un estanque cristalino y un bosquecillo de árboles."

(
Fragmento del capítulo VIII. Santiago Tlatelolco)

El cazador preparó su escopeta, apuntó al aguilucho, y por fin, disparó. El pájaro voló de la rama, y fue a caer en una barranca a poca distancia.

Salir el tiro, volar el pájaro y correr ladrando en su seguimiento, fue todo obra simul- tánea y de un instante.

El perro, precipitándose violentamente por el declive de la barranca, llegó poco tiempo después que el ave herida de las alas y sin fuerza, había caído en medio de un arroyo, que con estrépito y saltando entre rocas y arbustos, corría en el fondo del precipicio.

- ¡Hola! Turco, aquí, aquí, sin destrozar el pájaro… pronto, aquí, bribón… toma, toma.

El cazador, al mismo tiempo, que con toda la fuerza de sus pulmones hablaba con su perro, había echado su escopeta al hombro, y con una ligereza comparable a la del fiel sabueso, descendía por una estrecha vereda. El perro, que después de perseguir al aguilucho logró cogerlo, subía con rapidez hacia donde se hallaba su amo.

- ¡Pícaro! ya comenzabas con tu maña vieja, y has destrozado un ala a esta infeliz águila, como si no hubiese sido bastante la munición.

El Turco, humildemente dejó el ave a los pies de su amo, se acostó en la tierra, y volvió a gruñir tristemente, como si llorara por la reprimenda de su dueño.

"... y trajo a poco con el hocico un conejo; y dicho sea de paso, con la mayor delicadeza..."

- ¡Dios mío! -dijo el cazador-, hay en esta barranca tantos conejos como piedras. Tres días enteros pasaría yo aquí sin comer. Mientras esto decía, volvió a cargar su escopeta, que era de una excelente fábrica inglesa, y disparó, casi sin apuntar, a la multitud de conejos que saltaban de los matorrales. El perro, avisado, listo y atento a los movimientos de su amo, se lanzó sobre la caza inmediatamente que oyó tronar el fulminante, y trajo a poco en el hocico un conejo; y sea dicho de paso, con la mayor delicadeza, de suerte que su amo en vez de reñirlo, le hizo muchas caricias, a que el perro correspondió abundantemente. Volviendo a cargar su escopeta, repitiendo la misma conversación con el Turco, el cazador, no sólo bajó hasta el fondo del precipicio, sino que subió a una prominencia situada en el parte opuesta, y desde donde se descubría una de las más encantadoras vistas.

El sitio en que pasaba esta solitaria escena entre un cazador y su perro, era en la cumbre de la Sierra Madre, en el camino de Tampico, y a dos o tres leguas de un pueblecito llamado Jaumave.* Algunos de los lectores, que hayan subido a la cumbre de la alta cordillera, podrán recordar la fría y delgada atmósfera que se respira; la majestad infinita en que se encuentra el hombre que mira aglomerarse las nubes a sus pies, y formarse las tempestades, la pintoresca vista de los arroyos, que, como serpientes fabulosas con escamas de plata, se deslizan y pierden en medio de los espantosos precipicios que forman las montañas; y luego, entre las rocas áridas y enormes, hay a veces un pequeño valle, ameno, verde, fresco, lleno de flores silvestres, con un estanque cristalino y un bosquecillo de árboles. Tendiendo la vista, se divisan inmensos valles, que se pierden entre la bruma y las nubes de púrpura que van elevándose del horizonte, o series de montañas, colocadas unas tras otras, como una perspectiva, donde van disminuyéndose, y deslavándose las tintas azules, hasta formar un medio color vaporoso e indefinible: tal era la perspectiva que tenía el cazador delante de sus ojos, y la cual contemplaba extático volviéndose hacia todas partes, y examinando cada uno de los puntos con una minuciosa atención.

Manuel Payno (México, 1810-1894).

* Es muy probable que el sitio al que Payno se refiere sea la región de poco más de ciento cuarenta hectáreas denominada El Cielo, que se ubica en la proximidad de Jaumave y a 148 kilómetros de Tampico. Fue designada por la Unesco como reserva de la biósfera, en 1986. La ilustración superior corresponde a una imagen de su paisaje.

sábado, 11 de marzo de 2023

Conejos: MARGOT, de Alfred de Musset

"... pero le veía sacar del morral una liebre o un par de perdices y depositarlas sobre la mesa..."

(
Fragmento del capítulo V)

Escondida tras de su persiana, Margot le veía montar a caballo y perderse entre la bruma matinal que cubría los campos, dispuesta la escopeta y rodeado de sus perros. Le seguía con los ojos con la misma emoción que si fuese una castellana cautiva cuyo amante partiese para Palestina. Muchas veces Gastón, al salir, en vez de abrir el postigo del seto, obligaba al caballo a saltarlo, y Margot, al verlo, daba secretos suspiros, dulcísimos y crueles a la vez. Se figuraba que en la caza se corrían los más grandes peligros, y cuando Gastón regresaba a la noche, cubierto de polvo, le examinaba de pies a cabeza para asegurarse de que no estaba herido, como si volviera de un combate; pero cuando le veía sacar del morral una liebre o un par de perdices y depositarlas sobre la mesa, la parecía tener ante sí un guerrero vencedor cargado con los despojos del enemigo.

Alfred de Musset (Francia, 1810-1857).

viernes, 10 de marzo de 2023

Conejos: ENOCH ARDEN y un poema, de Alfred Tennyson

"... le enviaba harina de su elevado molino, que silbaba en lo más alto del pueblo."

(
Fragmento)

Felipe puso al muchacho y a la niña en la escuela, les compró los libros necesarios, y miró por ellos con tanta solicitud como si hubieran sido hijos suyos. Pero temeroso, por causa de Anita, de la ociosa charla de las comadres del puerto, frecuentemente negaba a su corazón su más querido deseo, y sólo raras veces cruzaba el umbral de la tiendita; sin embargo, le enviaba con los niños regalos consistentes en hortalizas y frutas, las más tempranas y más tardías rosas de su jardín, conejos de la llanura, y de vez en cuando, con el pretexto de la excelencia del trigo (para de esta manera evitar de su acción cualquier apariencia de una obra de caridad), le enviaba harina de su elevado molino, que silbaba en lo más alto del pueblo.

"El conejo acaricia su propia cara inofensiva (The rabbit fondles his own harmless face)..."

El campo de Aylmer
(Aylmer's Field, octeto final)

Entonces el gran Salón fue derribado por completo,
Y el amplio bosque parcelado en granjas;
Y allí donde los dos planeaban el bien de su hija,
Aguarda la bandada de halcones, el topo ha hecho su carrera,
El erizo perfora bajo el platanar,
El conejo acaricia su propia cara inofensiva,
El lento gusano se arrastra, y allá la esbelta comadreja
Sigue al ratón, y todo es campo abierto.

Alfred, Lord Tennyson (Inglaterra, 1809-1892).

(Enoch Arden, traducido del imglés por Vicente Arana; El campo de Aylmer por Jules Etienne).

jueves, 9 de marzo de 2023

Conejos: LA CAZA, de Mariano José de Larra

"... y se vuelve molido y sudado al anochecer, después de haber tenido que comprar algún conejo..."

(
Fragmento)

A media mañana se comen unas naranjas y se echa un trago; a las tres o las cuatro se recoge la gente a la casa y se devora con apetito parte de la mortandad de la mañana; con el bocado en la boca, y con todo el calor del sol, se vuelve a la caza, se cena, se sueña con la caza, hombres y perros, y al día siguiente se repite la misma función.

Los escopetas y cazadores ejercitados matan, pero los aficionados principiantes, o se sobrecogen a la salida del «bicho» y pierden el momento favorable, o se mueven y hacen torcer de su camino los animales maliciosos, o tiran por fin demasiado pronto, sin calcular el tiempo y la distancia, el vuelo recto de la perdiz o torcido de la paloma; en una palabra, no logran hacer dar a una liebre la vuelta «de campana».

Concluida la batida se suman las piezas, se reúnen las tropas, se cruzan apuestas sobre el número de vencejos que matarán en el pueblo el día siguiente; hay quien se atreve a matar con bala, de doce, nueve; se suceden las burlas y los denuestos entre los peritos, y los pobres aficionados se muerden los labios de despecho y se vuelven a la ciudad con una insolación o un tabardillo, la piel tostada y con la perspectiva ante los ojos de los sarcasmos y las chanzas de las damas que los esperan con impa- ciencia, para vengarse de la soledad en que las ha dejado una diversión que por lo regular aborrecen, como un rival que les roba sus víctimas y adoradores.

El cazador generalmente es infatigable; a la larga le sucede siempre alguna avería, o pierde un ojo o un dedo, o se rompe un brazo, y diariamente, por lo regular, se hiere y se estropea bregando entre la maleza; el sol y el aire, el agua y el frío le combaten; los peligros le cercan; pero todo ello es nada a sus ojos. Haya que matar y vamos viviendo. En eso se parece al militar y al médico. Hay cierta felicidad en su vida envidiable aun para aquellos que no comprenden todas sus delicias. Desnudo de ambición y de otras pasiones mundanas, nada le impide satisfacer la suya, porque la afición a la caza es como el amor, que donde está ha de dominar. Es como ciertas enfermedades que se apoderan hasta de los huesos del enfermo; el cazador es todo caza. Una puerta cerrada de golpe es un tiro para él; en medio de su frenesí, su podenco mismo entre las matas es un zorro; un compañero que bulle entre la jara es un ciervo, y el burro del ganadero, que corre espantado de los tiros entre las encinas, recibe más de una vez una posta que se le dispara, haciéndole los honores de jabalí. La escopeta es el amigo del cazador, amigo hasta en faltarle alguna vez; su perro es su querida, su compañera, su mujer. En cuanto a las ventajas, apelamos a todo cazador viudo. La verdad, ¿cuál cuesta menos?, ¿cuál vale más?

Se entiende que estas circunstancias sólo corresponden al verdadero cazador, al cazador de batida; de ninguna manera al cazador de Madrid, que equipado de los pies a la cabeza de instrumentos de caza, seguido de dos podencos y dos galgos, sale al amanecer del domingo por la puerta de Atocha, con su hermosa escopeta debajo del brazo y su gorra de visera reluciente, asusta a los gorriones de la pradera del Canal y se vuelve molido y sudado al anochecer, después de haber tenido que comprar algún conejo y una caña de alondras para

a casa
volver, como suele el conde
de Toledo, vencedor

Este simulacro de cazador le ha descrito ya mejor que pudiera yo hacerlo mi antece- sor «el Curioso Parlante», y le dejaré por tanto descansar sobre sus comprados laureles.

Después de haber sufrido a la intemperie ratos que hubieran sido muy pesados a no haberlos aligerado la compañía del conde, y de habernos ocupado seriamente unos cuantos días en matar aquellos animales, que ni nos hacían daño ni nos estorbaban, ni podían oponernos resistencia (si bien a mí me podía tocar muy poca parte de culpabilidad y de remordimiento), me despedí de mi amigo, proponiéndome no volver a probar mis fuerzas en un ejercicio para el cual sin duda no debo de haber nacido, y que reclamará, como todas las habilidades del mundo, su poco de vocación, que yo no tengo, y su mucho de perseverancia, de la que yo no me siento capaz.


Mariano José de Larra (España, 1809-1837).

miércoles, 8 de marzo de 2023

Conejos: ALMAS MUERTAS, de Nikolái Gógol

"Allí, en aquel campo, (...) hay tal cantidad de conejos que no permiten ver el suelo."

(
Fragmento del capítulo IV)

- Allí, en aquel campo -dijo Nozdriov mientras señalaba con un dedo-, hay tal cantidad de conejos que no permiten ver el suelo. En cierta ocasión, llegué a coger una liebre con las manos por las patas traseras.

- Jamás has cogido tú una liebre por las patas traseras -objetó el cuñado.

- Sí, la cogí, es cierto que la cogí -contestó Nozdriov-. Ahora -continuó volviéndose a Chichikov- te voy a enseñar las lindes de mis tierras.

Nikolái Gógol (Ruso nacidoe en Ucrania, 1809-1852).

martes, 7 de marzo de 2023

Conejos: EL SISTEMA DEL DOCTOR TARR Y DEL PROFESOR FETHER, de Edgar Allan Poe

"Había sobre mesa algunas fuentes conteniendo lo que parecía ser conejo ordinario, plato muy exquisito..."

(
Fragmento)

Pero un escrutinio más cuidadoso me aseguró que se trataba tan sólo de un ternerillo asado entero, apoyado en las rodillas y sosteniendo una manzana en la boca, como se acostumbra en Inglaterra para servir una liebre.

- Muchas gracias -repuse-. Para decir verdad, no me gusta mucho la ternera à la... ¿cómo era?, pues siento que no me cae bien. Prefiero cambiar de plato y probar un bocado de conejo.

Había sobre la mesa algunas fuentes conteniendo lo que parecía ser conejo ordinario, plato muy exquisito y digno de ser recomendado.

- ¡Pierre! -gritó el huésped-. Cambie el plato del señor y sírvale un trozo de conejo au-chat.

- ¿Al qué? -dije yo.

- Au-chat.

- Pues bien, muchas gracias, pero... pensándolo mejor, prefiero servirme un poco de jamón.

«Verdaderamente uno nunca sabe lo que come en las mesas de estos provincianos -me dije-. No quiero saber nada de su conejo al gato, ni tampoco de su gato al conejo, si es que lo sirven...»

Edgar Allan Poe (Estados Unidos, 1809-1849).

(Traducido al español por Julio Cortázar).
La ilustración corresponde a un fotograma de la película El manicomio de Eliza (Stonehearst Asylum, 2014).
El texto íntegro puede leerse en Literatura.us.

domingo, 5 de marzo de 2023

Conejos: SANCHO SALDAÑA, o EL CASTELLANO DE CUÉLLAR, de José de Espronceda


(
Fragmento del tomo I, capítulo II)

Dicho esto se retiró a un lado y volvió a sus acostumbradas meditaciones. En esto estaba ya Usdrobal muy querido y considerado de sus compañeros, merced a su buena suerte y animosa disposición, cuando un hombre que por su traje no parecía pertenecer a la compañía llegó a ellos con mucho misterio mirando a un lado y a otro como receloso de que le siguieran; llamó al Velludo, y se apartó con él a un lado secretamente.

- ¿Qué hay de nuevo? le preguntó el capitán: ¿sale mañana el conejo de su madri- guera, o no sale?

- Sale, le respondió el otro, y lo que hay que hacer es tener buenos perros para que no se escape.

- Eso va de mi cuenta, respondió el capitán: tu amo el señor de Cuellar y yo hemos tratado lo que hay que hacer, y sería yo el perro más perro del mundo sino se la entregase como desea. La cosa está en que ella se asome siquiera a la puerta de su castillo.

"¿... quieres retardar ahora la prueba de los dos mejoras galgos que han acosado una liebre?"

(Fragmento del tomo I, capítulo III)

- ¿Qué fin podría llevarse esta mujer en engañarme tan neciamente? lo mejor será decírselo a mi hermano y dejar para otro día la prueba de los galgos, que harto tiempo queda para correr una liebre. ¿Y si se mofa de mí, diciéndome que creo en brujerías? ¿Y si piensa que desdoro mi linaje y me reconviene de tener temores indignos de una dama de mi jerarquía? No, no se lo diré; él dispondrá lo que guste, y cúmplase la voluntad de Dios.

Pensando así, y esforzándose a disimular el sobresalto que a su despecho alborotaba su corazón, llegó adonde su hermano, que ya había concluido su disputa con el abad, examinaba dos galgos nuevos, hablando con un montero mientras se disponía todo para probarlos. Estaba tan ocupado de su diversión, que no percibió la mudanza del rostro de Leonor, que en vano se animaba interiormente a sí misma y procuraba disfrazar su sobresalto bajo la máscara de la alegría.

- Veremos si esta tarde, le dijo Hernando volviéndose a ella con muestras de mucho contento, te llevas la palma en la caza de liebres, como esta mañana en la del halcón.

- Mejor seria, le respondió su hermana con timidez, dejar para otro día la prueba.

- ¡Cómo! repuso su hermano: ¿tú, la reina de la caza, y que aguardabas esta tarde alcanzar nuevos triunfos, quieres retardar ahora la prueba de los dos mejores galgos que han acosado una liebre?

- No… pero… replicó Leonor sin saber qué decir: ya ves… el cielo está muy nublado, y por la parte de Olmedo parece anunciar una tempestad.


José de Espronceda (España, 1808-1842).