MITOS Y REINCIDENCIAS
lunes, 18 de enero de 2021
La tristeza del tercer lunes de enero
domingo, 17 de enero de 2021
Año nuevo: NUDO DE VÍBORAS, de François Mauriac
sábado, 16 de enero de 2021
Año nuevo: UN ARTISTA DEL MUNDO FLOTANTE, de Kazuo Ishiguro
viernes, 15 de enero de 2021
Año nuevo: DEMASIADA FELICIDAD, de Alice Munro
Obtuvo el premio Nobel en 2013.
La ilustración corresponde al cementerio de Staglieno en Genova, Italia.
jueves, 14 de enero de 2021
Enero: EMMA ZUNZ, de Jorge Luis Borges
El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tatbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve o diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Fein o Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto.
Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto continuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue a su cuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería.
En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día el suicidio de Manuel Maier, que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz. Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el oprobio, recordó los anónimos con el suelto sobre “el desfalco del cajero”, recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal. Loewenthal, Aarón Loewenthal, antes gerente de la fábrica y ahora uno de los dueños. Emma, desde 1916, guardaba el secreto. A nadie se lo había revelado, ni siquiera a su mejor amiga, Elsa Urstein. Quizá rehuía la profana incredulidad; quizá creía que el secreto era un vínculo entre ella y el ausente. Loewenthal no sabía que ella sabía; Emma Zunz derivaba de ese hecho ínfimo un sentimiento de poder.
No durmió aquella noche, y cuando la primera luz definió el rectángulo de la ventana, ya estaba perfecto su plan. Procuró que ese día, que le pareció interminable, fuera como los otros. Había en la fábrica rumores de huelga; Emma se declaró, como siempre, contra toda violencia. A las seis, concluido el trabajo, fue con Elsa a un club de mujeres, que tiene gimnasio y pileta. Se inscribieron; tuvo que repetir y deletrear su nombre y su apellido, tuvo que festejar las bromas vulgares que comentan la revisación. Con Elsa y con la menor de las Kronfuss discutió a qué cinematógrafo irían el domingo a la tarde. Luego, se habló de novios y nadie esperó que Emma hablara. En abril cumpliría diecinueve años, pero los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico... De vuelta, preparó una sopa de tapioca y unas legumbres, comió temprano, se acostó y se obligó a dormir. Así, laborioso y trivial, pasó el viernes quince, la víspera.
El sábado, la impaciencia la despertó. La impaciencia, no la inquietud, y el singular alivio de estar en aquel día, por fin. Ya no tenía que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas alcanzaría la simplicidad de los hechos. Leyó en La Prensa que el Nordstjärnan , de Malmö, zarparía esa noche del dique 3; llamó por teléfono a Loewenthal, insinuó que deseaba comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre la huelga y prometió pasar por el escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz; el temblor convenía a una delatora. Ningún otro hecho memorable ocurrió esa mañana. Emma trabajó hasta las doce y fijó con Elsa y con Perla Kronfuss los pormenores del paseo del domingo. Se acostó después de almorzar y recapituló, cerrados los ojos, el plan que había tramado. Pensó que la etapa final sería menos horrible que la primera y que le depararía, sin duda, el sabor de la victoria y de la justicia. De pronto, alarmada, se levantó y corrió al cajón de la cómoda. Lo abrió; debajo del retrato de Milton Sills, donde la había dejado la antenoche, estaba la carta de Fain. Nadie podía haberla visto; la empezó a leer y la rompió.
Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? Emma vivía por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto. Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos, publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos, pero más razonable es conjeturar que al principio erró, inadvertida, por la indiferente recova... Entró en dos o tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres. Dio al fin con hombres del Nordstjärnan . De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada. El hombre la condujo a una puerta y después a un turbio zaguán y después a una escalera tortuosa y después a un vestíbulo (en el que había una vidriera con losanges idénticos a los de la casa en Lanús) y después a un pasillo y después a una puerta que se cerró. Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman.
¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo. El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia.
martes, 12 de enero de 2021
Año nuevo: MARCA DE AGUA, apuntes venecianos, de Joseph Brodsky
(Fragmento que alude a la víspera del año nuevo)
Obtuvo el premio Nobel en 1987.
lunes, 11 de enero de 2021
Año nuevo: CIEN AÑOS DE SOLEDAD, de Gabriel García Márquez
domingo, 10 de enero de 2021
Año nuevo: HENDERSON, EL REY DE LA LLUVIA, de Saul Bellow
sábado, 9 de enero de 2021
Año nuevo: LOS ESCONDITES, de Eugenio Montale
Cuando no estoy seguro de estar vivo
la certidumbre
está a dos pasos, pero cómo duele
reencontrar los
objetos, una pipa, el perrito
de madera de mi
esposa, una esquela
del hermano de
ella, tres o cuatro gafas
también de ella,
un corcho de botella
que le pegó en
la frente en un lejano
cotillón de año nuevo
en Sils Maria
y otras
chácharas. Mudan de domicilio, entran
en los agujeros
más ocultos, siempre
cerca de acabar
en la basura.
Conspirando
entre sí se organizaron
para sostenerme,
saben mejor que yo
el hilo que las
une a quien quisiera
deshacerse de
ellas y no se atreve. Más cercano
en el tiempo el
Gubelin automático trata
de sumárseles,
perpetuamente rechazado.
Lo compramos en
Lucerna y ella dijo
llueve demasiado
en Lucerna, jamás nos va a servir.
Y en efecto…
Eugenio Montale (Italia 1896-1981). Obtuvo el premio Nobel en 1975.
viernes, 8 de enero de 2021
Año nuevo: LA BALANZA DE LOS BALEK, de Heinrich Böll
(Fragmento)
Cuando el día de
Año Nuevo los Balek von Bilgan concurrieron a misa mayor con sus nuevas armas
-un gigante sentado al pie de un abeto- en su coche ya campeando sobre azul y
oro, vieron los duros y pálidos rostros de la gente mirándolos de hito en hito.
Habían esperado ver el pueblo lleno de guirnaldas, y que irían por la mañana a
cantarles al pie de sus ventanas, y vivas y aclamaciones, pero, cuando ellos
pasaron con su coche, el pueblo estaba como muerto; en la iglesia, los pálidos
rostros de la gente se volvieron hacia ellos con expresión enemiga, y cuando el
párroco subió al púlpito para decir el sermón, sintió el frío de aquellos
rostros hasta entonces tan apacibles y amables, pronunció pesaroso su plática y
regresó al altar bañado en sudor. Y cuando, después de la misa, los Balek von
Bilgan salieron de la iglesia, pasaron entre dos filas de silenciosos y pálidos
rostros. Pero la joven Balek von Bilgan se detuvo delante, junto a los bancos
de los niños, buscó la cara de mi abuelo, el pequeño y pálido Franz Brücher y,
en la misma iglesia, le preguntó:
- ¿Por qué no
llevaste el café a tu madre?
Y mi abuelo se
levantó y dijo:
- Porque todavía
me debe usted tanto dinero como cuestan cinco kilos de café -y sacando los
cinco guijarros del bolsillo, los presentó a la joven dama y añadió-: Todo
esto, cincuenta y cinco gramos, es lo que falta en medio kilo de su justicia.
Y antes de que
la señora pudiera decir nada, los hombres y mujeres que había en la iglesia
entonaron el canto:
“La Justicia de
la tierra, oh, Señor, te dio muerte…”
Mientras los
Balek estaban en la iglesia, Wilhelm Vohla, el cazador furtivo, había entrado
en el gabinete, habían robado la balanza y aquel libro tan grueso, encuadernado
en piel, en el cual estaban anotados todos los kilos de setas, todos los kilos
de amapolas, todo lo que los Balek habían comprado en el pueblo. Y toda la
tarde del día de Año Nuevo, estuvieron los hombres del pueblo en casa de mis
abuelos contando; contaron la décima parte de todo lo que les habían comprado…
pero cuando habían ya contado muchos miles de marcos y aún no terminaban,
llegaron los gendarmes del comandante del distrito e irrumpieron en la choza de
mi abuelo disparando y empuñado las bayonetas y, a la fuerza, se llevaron la
balanza y el libro. En la refriega murió la pequeña Ludmilla, hermana de mi
abuelo, resultaron heridos un par de hombres y fue agredido uno de los
gendarmes por Wilhem Vohla, el cazador furtivo.
No sólo se
sublevó nuestro pueblo, sino también Blaugau y Bernau, y durante casi una
semana se interrumpió el trabajo de las agramaderas. Pero llegaron muchos
gendarmes y amenazaron a hombres y mujeres con meterlos en la cárcel, y los
Balek obligaron al párroco a que exhibiera públicamente la balanza en la
escuela y demostrara que el fiel de la justicia estaba bien equilibrado. Y
hombres y mujeres volvieron a las agramaderas, pero nadie fue a la escuela a
ver al párroco. Estuvo allí solo, indefenso y triste con sus pesas, la balanza
y las bolsas de café.
Heinrich Böll (Alemania, 1917-1985). Obtuvo el premio Nobel en 1972.
La lectura del texto íntegro es posible en Ciudad Seva.
jueves, 7 de enero de 2021
Año nuevo: LO BELLO Y LO TRISTE, de Yasunari Kawabata
(Fragmento del capítulo Primavera temprana)
Al día siguiente, cuando estaba por subir al tren, mientras se repetía que era inútil esperar que Otoko lo despidiera en la estación, apareció su discípula Sakami Keiko.
- ¡Feliz Año Nuevo! La señorita Ueno tenía intenciones de venir a despedirlo, pero tuvo que hacer algunas llamadas de Año Nuevo que le ocuparán toda la mañana y por la tarde recibirá visitas. Por eso he venido en su lugar.
- Muy amable de su parte –replicó Oki.
La belleza de la muchacha atraía la atención de las pocas personas que viajaban aquel día de fiesta.
- Es la segunda vez que usted se incomoda por mí.
- Es un placer. Keiko llevaba el mismo quimono de la noche anterior: una prenda de satén estampado en el que predominaban los tonos de azul, con un motivo de pájaros que revoloteaban entre copos de nieve. Los pájaros ponían una nota de color, pero el conjunto era bastante sombrío para ser la vestimenta festiva de una muchacha tan joven.
- Muy elegante su quimono. ¿El estampado es obra de la señorita Ueno?- No –dijo Keiko y se ruborizó un poco–. Es obra mía, pero no resultó como esperaba.
Pero lo cierto era que ese quimono oscuro hacía resaltar la perturbadora belleza de Keiko. Además había algo juvenil en la decorativa armonía de colores y en las variadas formas de los pájaros. Hasta los copos de nieve parecían estar danzando.
La muchacha le entregó varias cajas de bocadillos típicos de Kyoto para que comiera en el tren y le señaló que se las enviaba Otoko. Durante los minutos que el tren permaneció en la estación, Keiko estuvo de pie junto a la ventanilla. Al verla así, enmarcada por la ventanilla, Oki pensó que quizás aquel fuera el período en que la belleza de aquella mujer había llegado a su esplendor. Él no había visto a Otoko en el apogeo de su belleza juvenil. Tenía dieciséis años cuando se separaron.
Oki comió temprano; alrededor de las cuatro y media. En las cajas encontró una variedad de comidas de Año Nuevo, entre las que figuraban algunas bolitas de arroz de forma perfecta. Parecían expresar las emociones de una mujer. Sin duda la propia Otoko las había preparado para el hombre que, mucho tiempo atrás, había destruido su tierna juventud.
Al masticar aquellos bocadillos de arroz, sintió el perdón de la mujer en su lengua y en sus dientes. No, no era perdón, era amor. Estaba seguro de que era amor, un amor que aún ardía en lo más hondo de su ser. Todo lo que él sabía de la vida de Otoko en Kyoto era que ella se había abierto camino como pintora sin ninguna ayuda. Quizás hubieran existido en su vida otros amores, otras historias sentimentales. Pero sabía que ella sentía por él el desesperado amor de la adolescencia. Él, por su parte, había tenido relaciones con otras mujeres; pero nunca había vuelto a amar con la misma intensidad.
Yasunari Kawabata (Japón, 1899-1972). Obtuvo el premio Nobel en 1968.
(Traducido al español por Nélida M. de Machain).
miércoles, 6 de enero de 2021
Los reyes magos no existen: Camilo José Cela y Gabriel García Márquez
Después de eso, García Márquez -al igual que le aconteció a Cela-, recuerda su amarga confrontación con el realismo del mundo adulto:
En fin, que los reyes magos no existen pero en algún momento fueron posibles porque en el universo infinito de la imaginación infantil así quisimos que fuese. Negarlos, dice Cela, es pecar contra la fantasía, al hacerlo, según García Márquez, habremos perdido la inocencia. Parecerá ridículo, pero he decidido volver a dejar mis zapatos a la vista durante la próxima noche de reyes, sólo para "seguir creyen- do". Qué importa que amanezcan vacíos.
lunes, 4 de enero de 2021
Año nuevo: UN CUENTO DE AÑO NUEVO, de Anatole France
Horteur, el fundador de la Etoile, el director político y literario de la Revue National y del Nouveau Siécle Ilustré, habiéndome recibido en su gabinete, repantigado en su silla dictatorial, me dijo:
- Mi buen Marteau, hazme un cuento para el número extraordinario del Nouveau Siécle. Trescientas líneas con ocasión del “año nuevo”. Alguna cosa viviente, con cierto perfume aristocrático.Contesté a Horteur que yo no podría hacerlo como él quería, pero que de buena gana le escribiría un cuento.
- Me gustaría -dijo-, que se titulase: “Cuento para los ricos”.
- Yo preferiría titularlo: “Cuento para los pobres”.
- Es lo mismo. Un cuento que inspire a los ricos piedad para los pobres.
- Es que precisamente no me gusta que los ricos tengan piedad de los pobres.
- ¡Bravo!
- No bravo, sino científico. Creo que la piedad del rico hacia el pobre es injuriosa y contraria a la fraternidad humana. Si quieres que hable a los ricos, les diré: “Ahórrenle a los pobres su piedad; para nada les sirve. ¿Por qué la piedad y no la justicia? Están en deuda con ellos; salden sus cuentas. Esta no es cuestión de sentimiento; es una cuestión económica. Si lo que les dan graciosamente es para prolongar la pobreza de ellos y la riqueza de ustedes, ese don es inicuo y las lágrimas que mezclen no lo harán más equitativo. Hay que restituir, como decía el procurador al juez después del sermón del hermano Maillard. Ustedes hacen limosna para no restituir. Dan un poco para guardar mucho, y se felicitan por ello. Así el tirano de Samos arrojó su anillo al mar. Pero la Némesis de los dioses no recibió la ofrenda. Un pescador devolvió al tirano su anillo dentro del vientre de un pescado. Y Polycrato fue despojado de todas sus riquezas.”
- Estás bromeando.
- No bromeo. Quiero hacer comprender a los ricos que son benéficos con descuento y generosos de conveniencia, que entretienen al acreedor y que no es así como se hacen los negocios. Es un aviso que puede serles útil.
- Y quieres meter semejantes ideas en el Nouveau Siécle para acreditarlo. ¡Nada de esto, amigo mío, nada de esto!
- ¿Por qué quieren que el rico proceda con el pobre de otro modo que con los ricos y los poderosos? Les pagan lo que les deben, y si nada les deben, nada les pagan. Esta es la probidad. Si es honrado, que haga lo mismo con los pobres. Y no digan que los ricos nada deben a los pobres. Yo no creo que lo piense ni un solo rico. Las incertidumbres comienzan al tratar de la extensión de la deuda, que no se tiene prisa por solventar. Se prefiere permanecer en la duda. Se sabe que se debe, no se sabe lo que se debe, y se entrega de cuando en cuando una pequeñez a cuenta. Esto se llama la beneficencia; y es muy ventajoso.
- Pero lo que dices no tiene sentido común, mi querido colaborador. Yo tal vez soy más socialista que tú; pero soy práctico. Suprimir un sufrimiento, prolongar una existencia, reparar una pequeña parte de las injusticias sociales, ya es un resultado. El poco bien que se hace, hecho queda. No es todo, pero es algo. Si el cuentecito que te pido enternece a un centenar de mis ricos suscriptores y los dispone a dar, esto se habrá ganado contra el mal y contra el sufrimiento. Así, poco a poco, se hace soportable la condición de los pobres.- ¿Acaso es bueno que la condición de los pobres sea soportable? La pobreza es indispensable a la riqueza; la riqueza es necesaria a la pobreza. Estos dos males se engendran el uno al otro y se sostienen el uno por el otro. No se ha de mejorar la condición de los pobres; hay que suprimirla. Yo no induciré a los ricos a que den limosna, porque su limosna está envenenada, porque la limosna beneficia al que la da y daña al que la recibe, y porque, en fin, la riqueza, siendo por sí misma dura y cruel, no debe revestir la apariencia engañosa de la dulzura. Si quieres que escriba un cuento para los ricos, yo les diré: “Sus pobres son sus perros a quienes alimentan para morder. Los socorridos son para los poseedores una jauría que ladra a los proletarios. Los ricos no dan sino a los que piden. Los trabajadores nada piden; por lo tanto nada reciben.”
- Pero, ¿los huérfanos, los enfermos, los ancianos?…
- Tienen derecho a vivir. Para ellos no excitaría la piedad, sino que invocaría el derecho.
- ¡Todo esto son teorías! Volvamos a la realidad. Me escribes un cuentecito con ocasión del año nuevo y puedes meter en él un poco de socialismo. El socialismo está de moda. Es una elegancia. No hablo del socialismo de Guesde, ni de Jaurés; sino del buen socialismo que la gente de mundo opone, con intención e ingenio, al colectivismo. Ha de haber en tu cuento figuras jóvenes. Se publicará con ilustraciones y la gente gusta de las láminas que representan asuntos agradables. Pon en escena una muchacha joven y hermosa. Esto no es difícil.
- Efectivamente, no es difícil.
- ¿No podrías también introducir en el cuento un muchacho deshollinador? Tengo una ilustración a propósito, un grabado en colores que representa una linda joven que da limosna a un pequeño deshollinador en las escalinatas de la Magdalena. Sería una ocasión de utilizarlo… Hace frío, nieva; la linda señorita socorre al muchacho… ¿Te haces cargo?
- Comprendo perfectamente.
- Tú harías primores sobre este tema.
- Los haré. El pequeño deshollinador, en un transporte de agradecimiento, se arroja al cuello de la linda señorita, que resulta ser la propia hija del señor conde de Linotte. Le da un beso e imprime sobre la mejilla de la graciosa criatura una pequeña O de hollín, una hermosa O redonda y negra. La ama. Edma (porque ella se llama Edma) no se muestra insensible a un sentimiento tan sincero y tan ingenuo… Me parece que la idea es sugestiva.
- Sí… con esto podrías hacer algo.
- Me animas a continuar… De vuelta en su morada suntuosa del bulevar Malesherbes, Edma experimenta por primera vez repugnancia a lavarse, quisiera guardar sobre su mejilla la huella de los labios que en ella se posaron. Entre tanto, el chiquillo la ha seguido hasta la puerta y ha quedado en éxtasis bajo las ventanas de la encantadora muchacha… ¿Va bien así?
- Bueno… sí.
- Pues prosigo. A la mañana siguiente, Edma, acostada en su camita blanca, ve salir de la chimenea de su cuarto al pequeño deshollinador, que se arroja ingenuamente sobre la deliciosa niña y la cubre de redondas O de hollín. He olvidado decirte que él es maravillosamente bello. La condesa de Linotte los sorprende en esa dulce tarea. Grita, llama. Se halla él tan ocupado que ni la ve ni la oye.
- Mi querido Marteau…
- Se halla él tan ocupado que ni la ve ni la oye. Acude el conde, que tiene espíritu caballeresco, y coge al muchacho por los fondillos del pantalón, que es lo que ve primero, y lo tira por la ventana.
- Mi querido Marteau…
- Abreviaré… Nueve meses después, el pequeño deshollinador se casa con la noble señorita. No había tiempo que perder. He aquí las consecuencias de una caridad bien practicada.
- Mi querido Marteau, ¿te has burlado bastante de mí?
- No lo creas. Voy a terminar. Casado con la señorita de Linotte, el pequeño deshollinador llegó a ser conde pontificio y se arruinó en las carreras. Hoy día es fumista en la calle de la Gaité, en Montparnasse. Su mujer despacha en la tienda y vende calentadores, a 18 francos, pagaderos en ocho meses.
- Mi querido Marteau, esto no tiene nada de divertido.
- Atiende, mi querido Horteur. Lo que te acabo de contar es, en el fondo, La caída de un ángel, de Lamartine, y Eloa, de Alfredo de Vigny. En todo caso, vale más que tus historietas lacrimosas que hacen creer a las gentes que son muy buenas, cuando no son buenas; que obran bien, cuando no obran bien; que es fácil ser bienhechores, cuando es la cosa más difícil del mundo. Mi cuento es moral. Además, es optimista y acaba bien. Porque Edma encuentra en la tienda de la calle de la Gaité la felicidad que hubiera buscado en vano en las diversiones y en las fiestas, de haberse casado con un diplomático o un oficial… Mi querido director, respóndeme: ¿quieres mi cuento “Edma o la caridad bien practicada” para el Nouveau Siécle Illustré?
- ¿Es que me lo propones seriamente…?
- Te lo propongo seriamente. Si no lo quieres, lo publicaré en otra parte.
- ¿Dónde?- En un periódico burgués.
- No creo que te lo admitan.
- Pues ya lo verás.
Anatole France (Francia, 1844-1924). Obtuvo el premio Nobel en 1921.
domingo, 3 de enero de 2021
Año nuevo: LA MARCA DE LA BESTIA, de Rudyard Kipling
La ilustración corresponde a un paisaje invernal de Dharamkot, en las proximidades de Dharamsala.
sábado, 2 de enero de 2021
Año nuevo: ODA AL PRIMER DÍA DEL AÑO, de Pablo Neruda
como
si fuera
un caballito
diferente de todos
los caballos.
Adornamos su frente
con una cinta,
le ponemos
al cuello cascabeles dorados,
y a medianoche
vamos a recibirlo
como si fuera
explorador que baja de una estrella.
Como el pan se parece
al pan de ayer,
como un anillo a todos los anillos:
los días parpadean
claros, tintineantes, fugitivos,
y se recuestan en la noche oscura.
Veo el último
día
de este
año
en un ferrocarril, hacia las lluvias
del distante archipiélago morado,
y el hombre
de la máquina,
complicada como un reloj del cielo,
agachando los ojos
a la infinita
pauta de los rieles,
a las brillantes manivelas,
a los veloces vínculos del fuego.
Oh conductor de trenes
desbocados
hacia estaciones
negras de la noche,
este final del año
sin mujer y sin hijos
¿no es igual al de ayer, al de mañana?
Desde las vías
y las maestranzas
el primer día, la primera aurora
de un año que comienza,
tiene el mismo oxidado
color del tren de hierro:
y saludan
los seres del camino,
las vacas, las aldeas,
en el vapor del alba,
sin saber
que se trata
de la puerta del año,
de un día
sacudido
por campanas
adornado con plumones y claveles.
La tierra
no lo
sabe:
recibirá este día
dorado, gris, celeste,
lo extenderá en colinas,
lo mojará con
flechas
de transparente
lluvia,
y luego
lo enrollará
en su tubo,
lo guardará en la sombra.
Así es, pero
pequeña
puerta de la esperanza,
nuevo día del año,
aunque seas igual
como los panes
a todo pan,
te vamos a vivir de otra manera,
te vamos a comer, a florecer,
a esperar.
Te pondremos
como una torta
en nuestra vida,
te encenderemos
como candelabro,
te beberemos
como
si fueras un topacio.
Día
del año
nuevo,
día eléctrico, fresco,
todas
las hojas salen verdes
del
tronco de tu tiempo.
Corónanos
con
agua,
con jazmines
abiertos,
con todos los aromas
desplegados,
sí,
aunque
sólo
seas
un día,
un pobre
día humano,
tu aureola
palpita
sobre tantos
cansados
corazones,
y eres,
¡oh día
nuevo,
oh nube venidera,
pan nunca visto,
torre
permanente!
viernes, 1 de enero de 2021
Año nuevo: PRIMERO DE ENERO, de Mikhail Lermontov
A veces, rodeado de turbias multitudes,
cuando a través de mí, como a través de un sueño,
entre el rumor del baile y de la música
y en el brusco murmullo de frases aprendidas
fulguran las imágenes sin alma de los hombres
que por las conveniencias exhiben su careta.
Cuando mi fría mano roza apenas
-con el atrevimiento descuidado
de las bellezas de la corte-
con las manos ya frías, insensibles,
hundido en apariencia en sus vanos fulgores,
acaricio en el alma un viejo sueño,
los santos ecos del pasado.
Como si unos momentos pudiera adormecerme,
en el recuerdo del pasado
como un pájaro libre emprendo el vuelo.
Me veo niño, alrededor
los sitios tan queridos:
la casa señorial
en medio del jardín
con el invernadero abandonado;
cubre una verde red de hierbas
el estanque dormido;
tras el estanque el humo de la aldea,
allá en la lejanía se levanta
la niebla sobre el campo.
Yo voy por la avenida envuelta en sombra,
a través de las ramas
penetra un rayo de la tarde,
las hojas amarillas
gimen bajo los pasos temerosos.
Y una extraña tristeza
me oprime el corazón:
pienso en ella, amo y lloro,
pienso en los sueños de mi mente
-un fuego azul despide su mirada,
la sonrisa es de rosa
igual que el resplandor
de la aurora que nace tras el bosque-.
Así, señor de un encantado reino,
durante largas horas
permanezco callado
y hasta hoy guardo vivo su recuerdo
bajo las tempestades
de dolorosas dudas y pasiones;
como una fresca isla,
ingenuamente, en medio del mar
florece en húmedo desierto.
Cuando volviendo en mí reconozco el engaño
y el ruido de la turba
hace huir mis ensueños
-huéspedes no invitados a la fiesta-
deseo ardientemente
confundir su alegría
y arrojar a su rostro
versos de hierro audaces
llenos de rabia y de amargura.
jueves, 31 de diciembre de 2020
Año nuevo: LAS INTERMITENCIAS DE LA MUERTE, de José Saramago
(Fragmento sobre la noche de año nuevo)