Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

lunes, 21 de marzo de 2016

Exilio: PRIMAVERA CON UNA ESQUINA ROTA, de Mario Benedetti

"Uno de esos asombros fue en una tienda con máscaras, de colores un poco abusivos, hipnotizantes."

DON RAFAEL (Derrota y derrotero)

Lo esencial es adaptarse. Ya sé que a esta edad es difícil. Casi imposible. Y sin embargo. Después de todo, mi exilio es mío. No todos tienen un exilio propio. A mí quisieron encajarme uno ajeno. Vano intento. Lo convertí en mío. ¿Cómo fue? Eso no importa. No es un secreto ni una revelación. Yo diría que hay que empezar a apoderarse de las calles. De las esquinas. Del cielo. De los cafés. Del sol, y lo que es más importante, de la sombra. Cuando uno llega a percibir que una calle no le es extranjera, sólo entonces la calle deja de mirarlo a uno como a un extraño. Y así con todo. Al principio yo andaba con un bastón, como quizá corresponda a mis sesenta y siete años. Pero no era cosa de la edad. Era una consecuencia del desaliento. Allá, siempre había hecho el mismo camino para volver a casa. Y aquí echaba eso de menos. La gente no comprende ese tipo de nostalgia. Creen que la nostalgia sólo tiene que ver con cielos y árboles y mujeres. A lo sumo, con militancia política. La patria, en fin. Pero yo siempre tuve nostalgias más grises, más opacas.

Por ejemplo, ésa. El camino de vuelta a casa. Una tranquilidad, un sosiego, saber qué viene después de cada esquina, de cada farol, de cada quiosco. Aquí, en cambio, empecé a caminar y a sorprenderme. Y la sorpresa me fatigaba. Y por añadidura no llegaba a casa, sino a la habitación. Cansado de sorprenderme, eso sí. Tal vez por eso recurrí al bastón. Para aminorar tantas sorpresas. O quizá para que los compatriotas que iba encontrando, me dijeran: «Pero, don Rafael, usted allá no usaba bastón», y yo pudiera contestarles: «Bueno, tampoco vos usabas guayabera.» Sorpresa por sorpresa. Uno de esos asombros fue una tienda con máscaras, de colores un poco abusivos, hipnotizantes. No podía habituarme a las máscaras, aunque siempre fueran las mismas. Pero junto con la recurrencia de las máscaras, se repetía también mi deseo, o quizá mi expectativa, de que las máscaras cambiaran, y diariamente me asombraba encontrar las mismas. Y entonces el bastón me ayudaba. ¿Por qué? ¿Para qué? Bueno, para apoyarme cuando me asaltaba esa modesta decepción de todas las tardes, quiero decir cuando comprobaba que las máscaras no habían cambiado. Y debo reconocer que mi expectativa no era tan absurda. Porque la máscara no es un rostro. Es un artificio, ¿no? Un rostro cambia sólo por accidente. Quiero decir en su estructura; no en su expresión, que ésta sí es variable. En cambio, una máscara puede cambiar por miles de motivos. Digamos: por ensayo, por experimentación, por ajuste, por mejoría, por deterioro, por sustitución. Sólo a los tres meses comprendí que no podía esperar nada de las máscaras. No iban a cambiar esas empecinadas, esas tozudas. Y empecé a fijarme en los rostros. Al fin de cuentas, fue un buen cambio. Los rostros no se repetían. Venían hacia mí, y dejé el bastón. Ya no tenía que apoyarme para soportar el estupor. Quizá cada rostro no cambiara con los días, sino con los años, pero los que venían a mí (con excepción de una mendiga huesuda y tímida) eran siempre nuevos. Y con ellos venían todas las clases sociales, en autos impresionantes, en autitos modestos, en autobuses, en sillas de ruedas, o simplemente caminando. Ya no eché de menos el camino, montevideano y consabido, de vuelta a casa. En la nueva ciudad había nuevos derroteros. Derrotero viene de derrota, ya lo sé. Nuestra derrota no será total, pero es derrota. Ya lo había comprendido, pero lo confirmé plenamente cuando di la primera clase. El alumno se puso de pie y pidió permiso para preguntar. Y preguntó: «Maestro, ¿por qué razón su país, una asentada democracia liberal, pasó tan rápidamente a ser una dictadura militar?» Le pedí que no me llamara maestro. No es nuestra costumbre. Pero se lo pedí solamente para organizar la respuesta. Le dije lo consabido: que el proceso empezó mucho antes, no en la calma, sino en el subsuelo de la calma. Y fui anotando en el pizarrón los varios rubros, los períodos, las caracterizaciones, los corolarios. El muchacho asintió. Y yo leí en sus ojos compren- sivos toda la dimensión de mi derrota, de mi derrotero. Y desde entonces regreso cada tarde por una ruta distinta. Por otra parte, ahora ya no vuelvo a una habitación. Tampoco es una casa. Es simplemente un apartamento, o sea, un simulacro de casa: una habitación con agregados. Pero la nueva ciudad me gusta, ¿por qué no? Su gente -menos mal- tiene defectos. Y es muy entretenido especializarme en ellos. Las virtudes -por supuesto también las poseen- generalmente aburren. Los defectos, no. La cursilería, por ejemplo, es una zona prodigiosa, en la que nunca acabo de especializarme. Mi bastón, sin ir más lejos, era un amago de cursilería, y sin embargo tuve que abandonarlo. Cuando me siento cursi, me desprecio un poquito, y eso es malísimo. Porque nunca es bueno despreciarse, a menos que existan fundadas razones, que no es mi caso.

Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009).

jueves, 3 de marzo de 2016

Marzo: LAS CAMPANAS, de H. P. Lovecraft

"Hacia las viejas torres donde tañían badajos enloquecidos. Tañían... pero desde las corrientes sin sol..."

Hongos de Yuggoth

XIX. Las campanas

Año tras año oí aquel tañido débil y lejano
De graves campanas traído por el viento negro de medianoche;
Extraños repiques, que no venían de ningún campanario
Que pudiese descubrir, sino como de más allá de un gran vacío.
Busqué una pista en mis sueños y recuerdos,
Y pensé en todos los carillones que albergaban mis visiones;
Los de la apacible Innsmouth, donde las blancas gaviotas planeaban
En torno a una aguja que conocí antaño.

Siempre perplejo seguí oyendo caer aquellas notas
Hasta una noche de marzo en que la lluvia fría y desapacible
Me hizo franquear de nuevo las puertas del recuerdo
Hacia las viejas torres donde tañían badajos enloquecidos.
Tañían... pero desde las corrientes sin sol que fluyen
Por valles profundos hasta verter al lecho muerto del mar.


Howard Philips Lovecraft (Estados Unidos, 1890-1937).

(Traducido al español por Juan Antonio Santos y Sonia Trebelt).

Marzo: IN MEMORIAM, de Alfred Tennyson

"... se desliza y vuela, azul marino, el pájaro de marzo..."

Cuando rosadas plumas al alerce coronan,
y gorjea primores el tordo en una cima,
o bajo el matorral estéril se desliza
y vuela, azul marino, el pájaro de marzo,

ven, toma aquella forma por la cual reconozco
a tu espíritu a tiempo, entre tus pares:
y brille la esperanza de los años futuros,
anchurosos en tu frente.

Cuando va madurando, de hora en hora, el verano
y en muchas rosas de dulzura alienta,
y sobre las mil ondas de los trigos
que en torno a la alquería solitaria murmuran:

ven entonces, no cuando velamos en la noche,
sino con luz de sol, que cálida se tiende:
vente con la hermosura de esa tu nueva forma,
y dentro de la luz, como una luz más clara.


Alfred Tennyson (Inglaterra, 1809-1892).

(Traducido al español por Marià Manent).

miércoles, 2 de marzo de 2016

Marzo: EL CONDE DE MONTE- CRISTO, de Alexandre Dumas

"... el verdadero banquete de bodas se aplaza para el 2 de marzo."

(Fragmento del capítulo V: El banquete de boda)

- Pero ¿y las formalidades? -preguntó tímidamente Danglars- ¿el contrato... ?

- El contrato -le interrumpió Dantés riendo-, el contrato está ya hecho. Mercedes no tiene nada, yo tampoco; nos casamos en iguales condiciones; conque como verán ni se ha tardado en escribir el contrato, ni costará mucho dinero.

Esta broma excitó una nueva explosión de alegría y de enhorabuenas.

- Conque, es decir, que ésta es la comida de bodas -dijo Danglars.

- No -repuso Dantés-, no se la perderán, por eso pueden estar tranquilos. Mañana parto para París: cuatro días de ida, cuatro de vuelta y uno para desempeñar puntualmente la misión de que estoy encargado; el primero de marzo estoy ya aquí; el verdadero banquete de bodas se aplaza para el 2 de marzo.

La promesa de un nuevo banquete aumentó la alegría hasta tal punto, que el padre de Dantés, que al principio de la comida se quejaba del silencio, hacía ahora vanos esfuerzos para expresar sus deseos de que Dios hiciera felices a los esposos.


Alexandre Dumas (Francia, 1802-1870).

La ilustración corresponde a la adaptación cinematográfica dirigida por Claude Autant-Lara en 1961,
con Louis Jourdan en el papel de Dantés e Yvonne Furneaux como Mercedes.

martes, 1 de marzo de 2016

Marzo: DEUTSCHES REQUIEM, de Jorge Luis Borges


(Fragmento sobre lo acontecido el 1 de marzo de 1939*)

Aseveran los teólogos que si la atención del Señor se desviara un solo segundo de mi derecha mano que escribe, esta recaería en la nada, como si la fulminara un fuego sin luz. Nadie puede ser, digo yo, nadie puede probar una copa de agua o partir un trozo de pan, sin justificación. Para cada hombre, esa justificación es distinta; yo esperaba la guerra inexorable que probaría nuestra fe. Me bastaba saber que yo sería un soldado de sus batallas. Alguna vez temí que nos defraudaran la cobardía de Inglaterra y de Rusia. El azar, o el destino, tejió de otra manera mi porvenir: el primero de marzo de 1939, al oscurecer, hubo disturbios en Tilsit que los diarios no registraron; en la calle detrás de la sinagoga, dos balas me atravesaron la pierna, que fue necesario amputar. Días después, entraban en Bohemia nuestros ejércitos; cuando las sirenas lo proclamaron, yo estaba en el sedentario hospital, tratando de perderme y de olvidarme en los libros de Schopenhauer. Símbolo de mi vano destino, dormía en el reborde de la ventana un gato enorme y fofo.

En el primer volumen de Panerga und Paralipomena releí que todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas; esa teleología individual nos revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad. ¿Qué ignorado propósito (cavilé) me hizo buscar ese atardecer, esas balas y esa mutilación? No el temor de la guerra, yo lo sabía; algo más profundo. Al fin creí entender. Morir por una religión es más simple que vivirla con plenitud; batallar en Éfeso contra las fieras es menos duro (miles de mártires oscuros lo hicieron) que ser Pablo, siervo de Jesucristo; un acto es menos que todas las horas de un hombre. La batalla y la gloria son facilidades.; más ardua que la empresa de Napoleón fue la de Raskolnikov.


Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)

* El relato incluye una nota de pie de página, supuestamente del editor, como ingenioso recurso narrativo, que dice: Ni en los archivos ni en la obra de Soergel figura el nombre de Jerusalem. Tampoco lo registran las historias de la literatura alemana. No creo, sin embargo, que se trate de un personaje falso. Por orden de Otto Dietrich fur Linde fueron torturados en Tarnowitz muchos intelectuales judíos, entre ellos la pianista Emma Rosenzweig. “David Jerusalem” es tal vez un símbolo de varios individuos. Nos dicen que murió el primero de marzo de 1943; el primero de marzo de 1939, el narrador fue herido en Tilsit.

No es la única coincidencia respecto a la fecha. También El aleph, del propio Borges, tiene una posdata correspondiente al 1º de marzo de 1943.

El texto íntegro ha sido publicado por Material de lectura de la UNAM: