(Fragmento)
El baúl está abierto y
sus cosas tiradas por todas partes como antes. Está acostada en la cama con la
ropa puesta. Una, dos, tres, cuatro veces... temo que se vuelva loca... En la
cama, bajo las sábanas, ¡qué placer sentir su cuerpo de nuevo! Pero, ¿por
cuánto tiempo? ¿Durará esta vez? Ya tengo el presentimiento de que no.
Me habla febrilmente...
como si no fuese a haber mañana. «¡Calla, Mona! Mírame solamente... ¡no
hables!» Por fin, se queda dormida y retiro el brazo de debajo de ella. Se
me cierran los ojos. Su cuerpo está ahí, a mi lado... va a estar ahí hasta
mañana, seguramente... Fue en febrero cuando zarpé del puerto, con una ventisca
cegadora. La última visión que tuve de ella fue en la ventana diciéndome adiós
con la mano. Un hombre parado al otro lado de la calle, en la esquina, con el
sombrero calado sobre los ojos, con la boca hundida entre las solapas. Un feto
mirándome. Un feto con un puro en la boca. Mona en la ventana diciéndome adiós.
Rostro blanco y triste, con los cabellos ondeando desordenados. Y ahora es un
dormitorio triste, su respiración acompasada por la boca, savia que le rezuma
todavía entre las piernas, un olor cálido y felino y su cabello en mi boca.
Tengo los ojos cerrados. Respiramos nuestro cálido aliento uno en la boca del
otro. Muy juntos, América a cinco mil kilómetros de distancia. No quiero
volverla a ver. Tenerla aquí en la cama conmigo, respirándome en la piel, con
su cabello en mi boca... lo considero como una especie de milagro. Ahora nada
puede ocurrir hasta mañana...
Despierto de un sueño
profundo para mirarla. Una pálida luz se filtra en la habitación.
Henry Miller (Estados Unidos, 1891-1980).
(Traducido al español por Carlos Manzano).
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