"... yacía Lenina profundamente dormida y tan hermosa entre sus rizos, tan conmovedoramente infantil..."
(Fragmento del capítulo IX)
Media hora después se le ocurrió echar una ojeada por
la ventana. Lo primero que vio fue una maleta verde con las iniciales L. C.
pintadas en la tapa. El júbilo se levantó en su interior como una hoguera.
Cogió una piedra. El cristal roto cayó estrepitosamente al suelo. Un momento
después, John se hallaba dentro del cuarto. Abrió la maleta verde; e
inmediatamente se encontró respirando el perfume de Lenina, llenándose los
pulmones con su ser esencial. El corazón le latía desbocadamente; por un
momento, estuvo a punto de desmayarse. Después, agachándose sobre la preciosa
caja, la tocó, la levantó a la luz, la examinó. Las cremalleras del otro par de
pantalones cortos de Lenina, de pana de viscosa, de momento le plantearon un
problema que, una vez resuelto, le resultó una delicia. ¡Zis!, y después ¡zas!,
¡zis!, y después ¡zas! Estaba entusiasmado. Sus zapatillas verdes eran lo más
hermoso que había visto en toda su vida. Desplegó un par de pantaloncillos
interiores, se ruborizó y volvió a guardarlos inmediatamente; pero besó un
pañuelo de acetato perfumado y se puso una bufanda al cuello. Abriendo una
caja, levantó una nube de polvos perfumados. Las manos le quedaron enharinadas.
Se las limpió en el pecho, en los hombros, en los brazos desnudos. ¡Delicioso
perfume! Cerró los ojos y restregó la mejilla contra su brazo empolvado. Tacto
de fina piel contra su rostro, perfume en su nariz de polvos delicados… su
presencia real.
- ¡Lenina! -susurró-. ¡Lenina!
Un ruido lo sobresaltó; se volvió con expresión
culpable. Guardó apresuradamente en la maleta todo lo que había sacado de ella,
y cerró la tapa; volvió a escuchar, mirando con los ojos muy abiertos. Ni una
sola señal de vida; ni un sonido. Y, sin embargo, estaba seguro de haber oído
algo, algo así como un suspiro, o como el crujir de una madera. Se acercó de
puntillas a la puerta, y, abriéndola con cautela, se encontró ante un vasto
descansillo. Al otro lado de la meseta había otra puerta, entornada. Se acercó
a ella, la empujó, y asomó la cabeza.
Allí, en una cama baja, con el cobertor bajado,
vestida con un breve pijama de una sola pieza, yacía Lenina, profundamente
dormida y tan hermosa entre sus rizos, tan conmovedoramente infantil con sus
rosados dedos de los pies y su grave cara sumida en el sueño, tan confiada en
la indefensión de sus manos suaves y sus miembros relajados, que las lágrimas
acudieron a los ojos de John.
Aldous Huxley
(Inglés fallecido en Estados Unidos, 1894-1963).
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