Plenilunio
(cuatro primeras estrofas)
En la célica alcoba reinaba
un silencio de rosas dormidas,
de tímidas ansias, de ruegos callados,
de nidos sin aves, de iglesias en ruinas;
mas de pronto se siente que salta,
que salta agitado, que llama o palpita,
el vital corazón de una virgen:
campana de fuego que al goce convida.
En su lecho de escarchas de seda,
cual cisne entre espumas, la virgen dormía:
¡eran alas de su ángel custodio
los leves encajes de la alba cortina!
En su boca entreabierta mostraba
una hermosa y extraña sonrisa
que la noche anterior en sus labios,
pensando en un rezo, quedóse dormida.
Miréla y de pronto quédeme extasiado,
admirando sus formas benditas,
y sus senos: ¡las cúpulas blancas
del templo de carne de Santa Afrodita!
- ¡Besadla, Poeta -me dijo mi Musa-,
panal es su boca, bebed ambrosía
y sea la lengua de ardientes rubíes
la hostia de fuego de su eucaristía!
Su frente tan blanca, tan pálida y tersa,
semejaba la página nívea
en que Psiquis pintaba sus sueños
con sangre nevada de rosas lascivas…
Yo miraba en sus curvas ojeras
las sendas que atraen, las sendas prohibidas,
las manchas sensuales, los arcos de gloria
¡que adoran la eterna ciudad de la Vida!
Julio Herrera y Reissig (Uruguay, 1875-1910).
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