"Oh, un baile de carnaval -tan delicioso y sugestivo-."
(Fragmento)
La señorita Laura X, frondosa, jovial y
despreocupada muchacha de diecinueve años, que habita una pequeña casa en los
suburbios de la ciudad en compañía de su tío, el profesor de música Rómulo
Pimentel, de cincuenta y ocho años, soltero, hipocondriaco, es llamada por
teléfono a las diez en punto de la mañana. La voz del impaciente novio al
audífono. Su voz de ella, a la recíproca. Oh, un baile de carnaval -tan
delicioso y sugestivo-. Pero ya veremos. ¿Que aquella misma noche? No iba a ser
fácil, así de golpe. Sin embargo, su tío accede, la señorita Laura va al
peinador -localizado posteriormente por Galisteo-, ordena sus ropas, se baña,
se limpia las uñas, se perfuma sus axilas y parte. Son las nueve y cuarenta y
cinco de la noche. Una clara noche de luna. El baile es allá, a treinta calles
de distancia, sobre el sector norte de la ciudad. El novio -bajo, rubio,
petulante- luce una flor marchita en la solapa. Ella dice -lo recordaría, si
viviera-:
- Qué flor tan estúpida has elegido.
¿Qué significa eso? -y ríe.
Él detiene un taxi y arroja la flor al
pavimento. El ojal de su solapa permanece entreabierto, como un pardo ojo
adormilado. Las avenidas obscuras. Todo huele bien. Y la señorita Laura y su
novio se apean. Un parque privado. Suena la música. Pudieron beber más de la
cuenta o no, mas bailaron como les permitieron sus fuerzas. Lindos jardines,
igual que en las estampas de Viena: farolitos, serpentinas, claras fuentes por
entre los macizos y tropeles de mamarrachos haciendo cabriolas. Laura se sentía
transportada. Un vals.
- Creo que ya debiéramos marcharnos. Mi
tío...
El novio luce ahora otra flor nueva y
un trozo de serpentina. Ella, un plateado gorro de almirante. Transcurre el
tiempo. Y de súbito, un disfraz ante ella: el enigma. ¿Quién es? ¿Cómo es? ¿Qué
pretende? Tan divertido. La sigue a lo largo de toda la pieza. Por entre unos
cartones lívidos y sucios, dos ojos apasionados y obscuros. El profesor duerme,
la señorita Laura baila y el novio siente que una inefable espuma se le sube a
la cabeza. La estrecha; linda, breve vida.
- ¿Salimos?
Ella comprende. Él es joven; también
ella lo es. Siente un pájaro en el pecho. Joven, joven. Se instalan en una
banca. Donde no haya estruendo. Él la atrae, tiene prisa.
- Bésame
¿Por qué no? Mas la señorita Laura
advierte algo: un breve ruido de hojas a su espalda, un aliento. Se mueven unas
ramas, no hay duda.
- ¿Qué tienes?
Miedo. Tiene miedo. Fueron demasiadas
miradas durante aquella danza, demasiado entregarse con sus ojos al
desconocido. Su novio ya no existe; existe alguien tras ella, amenazador e
incomprensible. El dice:
- Pues iré a buscarte una copa de vino
para que te animes. ¡Qué rara estás esta noche!
Cuando el novio desaparece, la cara
gris se presenta. Ya lo sabía ella. Y que la toman así, por su tibio brazo,
huyendo. Recuerda algo de golpe: los periódicos. Va a gritar, mas se lo impiden
atenazándole la boca. Y un pensamiento fortuito:
“Van a asesinarme.” Besos, besos, a
través del cartón humedecido. Labios fríos -sin vida, deduce ella-. No se
entregará, si de esto se trata. Pierde el gorro de almirante, su novio no
regresa con las copas. Se sofoca, la ahogan. Y comprende que su vida está en
peligro.
- Dime, ¿no sientes la primavera?
Y algo helado, punzante, que le
atraviesa el pecho. A poco, un liquido caliente que le desciende hasta el
vientre. Fuente roja y abundante de la cual el asesino bebe. Me estoy muriendo
—-dice, cree-. Palpa su sangre, ya sin fuerzas. Y se abandona. Mas al
abandonarse, se desmaya. No obstante, tiene noción de que trisca la hierba
porque no ha llovido en mucho tiempo y alguien escapa a toda prisa. Después, un
embudo de rostros adustos en una sala desconocida. Giran, hablan, abren los
ojos. Quieren saber algo; ella dice lo que puede:
- Chaleco -y se muere sobre la plancha.
Francisco Tario: Francisco Peláez (México, 1911-1977).
Cuándo termina el rollo este de los carnavales?
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