En el baile
de máscaras organizado en casa de Basura una noche de Carnaval, hubo señoras
irreprochables que aprovecharon el amparo del antifaz para satisfacer su
curiosidad. Algunos de los señores casados que aquella noche acudieron
observaron hasta el final un comportamiento sospechosamente reservado, temiendo
ser espiados detrás de un antifaz por ojos conyugales. Las jóvenes solteras
comentaron entre sí alguna salida nocturna y misteriosa de sus madres.
Seguramente habían ido a casa de Basura. Cuando se encontraban solas tarareaban
a media voz las canciones de Rosa Fröhlich. El misterioso juego de prendas, en
el que las parejas se tendían en el suelo bajo una manta, penetró en los
hogares burgueses y se jugaba cuando las hijas casaderas recibían la visita de
posibles maridos. Antes del verano, tres señoras de la buena sociedad y dos
muchachas solteras salieron de pronto para el campo, anticipando de un modo que
pareció singular las vacaciones de verano. Tres comerciantes se declararon en
quiebra. Meyer, el tabaquero de la plaza del mercado, falsificó unas letras y
se ahorcó al descubrirse su delito. Empezó a murmurarse sobre la situación
económica de Breetpoot...
Y esta desmoralización de toda una ciudad, que nadie
podía impedir por ser muchos los que se hallaban implicados en ella, era obra
de Basura y constituía su triunfo. La pasión que le dominaba en secreto,
aquella pasión que su cuerpo reseco, sólo muy raras veces delataba con una
mirada de venenoso brillo verde gris, desafiaba y se imponía a toda una ciudad.
Basura era fuerte; podía ser feliz.
Heinrich Mann (Alemán radicado y fallecido en Estados Unidos; 1871-1950)
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