(Fragmento del capítulo Joe Williams)
El maldito matasanos
judío trató de sacarle otros veinticinco pavos para completar la cura, pero Joe
dijo que al carajo con todo aquello y se enroló de marinero en un petrolero
completamente nuevo de la Standard Oil, el Montana, que zarpaba para
Tampico y luego seguiría, unos decían que hasta Adén y otros decían que hasta
Bombay. Joe estaba harto del frío y la humedad y las heladas, de las sucias calles
de Brooklyn y de las tablas de logaritmos del curso de náutica, que no le entraban,
y de la alegre voz de la señora Olsen. Ésta empezaba a comportarse como si quisiera
mandar en él; era buena persona, sí, pero ya era hora de largarse.
El Montana dobló
Sandy Rock en medio de una furiosa tempestad de nieve que venía del noroeste,
pero tres días más tarde estaban ya en la corriente del Golfo, al sur del cabo
Hatteras, cabeceando suavemente con las camisas de algodón de los marineros
secándose en cuerdas tendidas entre los cables. Era agradable estar de nuevo en
el mar azul.
Tampico era un
infierno; dicen que el mezcal lo vuelve loco a uno si se bebe demasiado; había grandes
salas llenas de hispanos grasientos bailando con el sombrero puesto y la
pistola en la cadera, y orquestas y pianos mecánicos que funcionaban a todo volumen
en cada bar, y peleas y texanos borrachos de los pozos de petróleo. Las puertas
de los cuartos de los burdeles estaban abiertas, de modo que se podía ver la cama
con almohadas blancas y un retrato de la Virgen encima, y las lámparas proyectaban
sombras raras y los papeles de colores temblaban; las chicas morenas de cara
ancha estaban apoyadas en la puerta con bragas de encaje. Pero todo era tan endiabladamente
caro que se gastaron toda la pasta enseguida y tuvieron que volver a bordo
antes de medianoche. Y los mosquitos invadían el castillo de proa, y las moscas
durante el día, y hacía mucho calor y nadie podía dormir.
John Dos Passos (Estados Unidos, 1896-1970).
(Traducido al español por Mariano Antolín Rato).
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