Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 9 de junio de 2014

Espejos (39): ALAS (relato) y ESPEJO (poema), de Yi Sang

"El espejo es práctico y útil sólo cuando nos miramos la cara en él..."

Alas
 
(Fragmento)

La parte frontal de la habitación, al menos, recibía un poco de luz. Por la mañana entraba un rayo de sol del tamaño de un pañuelo grande, que, por la tarde, se reducía a las dimensiones de un pañuelito, hasta que se marchaba. No hay que decir que la otra parte, al fondo, a la que nunca llegaba la luz, era la mía. No me acuerdo quién de nosotros decidió que la parte soleada la ocupara mi mujer y la oscura sería la mía, pero a mí me daba lo mismo.
 
Siempre que ella salía, yo venía a su habitación y abría la ventanita que daba al este. Al entreabrirla, la luz que penetraba iluminaba el tocador, y, entonces, los frascos de diferentes colores que estaban encima, se llenaban de destellos confundidos entre sí. Contemplar este resplandor era mi diversión preferida. Yo jugaba con una pequeña lupa, quemando el pañuelo de papel que usaba mi mujer. Mi juego consistía en refractar el rayo, concentrarlo exactamente en el punto focal, que se iba calentando y, finalmente, abrasaba el papel, a continuación, desde ese punto que agujereaba el papel ascendía un hilo de humo. Como todo ocurría en cuestión de segundos, la ansiedad me hacía disfrutar tanto que casi moría de placer.
 
Cuando me aburría, pasaba a divertirme de diferentes maneras, con el espejo de mano de mi mujer. El espejo es práctico y útil sólo cuando nos miramos la cara en él, pero yo creo que sirve mucho mejor para jugar, o sea, lo considero el juguete más estimulante que pueda haber.
 
Sin embargo, me aburría. Mi impulso lúdico descendía de lo físico a lo mental. Tiraba el espejo, me acercaba al tocador y me ponía a examinar aquellos frascos de cosméticos de tonos dispares. Esa era una de las cosas más atractivas que existen en este mundo. Primero, escoger uno de ellos, quitarle tranquilamente el tapón, acercar el frasco a la nariz y, entonces, empezar a aspirar delicada, cuidadosamente, muy poquito a poco, como si me fuera a asfixiar. Al expandirse aquel aroma sensual, con olor de tierras exóticas, que llenaba mis pulmones, sentía que mis ojos se cerraban lentamente, sin darme cuenta. Podría decir, sin equivocarme, que aquel olor era un fragmento desprendido de mi mujer. Volvía a tapar el frasquito y pensaba: ¿en qué lugar de mi mujer había olido yo aquella fragancia...? No obstante, esta no era una duda que llegara a tener una solución clara. ¿Por qué? Porque seguramente, la fragancia de mi mujer era la suma total de todos estos aromas.

 
Espejo
 
No hay sonido en el espejo.
No existe otro mundo tan quieto como éste.
 
Mis orejas están en el espejo
pero son incapaces de escucharme.
 
En el espejo soy zurdo,
por eso no puedo estrechar mi mano.
 
A causa del espejo no puedo tocar al yo del espejo
y si no fuera por él, ¿cómo podría encontrarme en el espejo?
 
Aunque ahora no tengo un espejo,
siempre estoy en su interior.
 
No sé bien lo que estaré haciendo en el espejo cuando no me miro
pero me imagino dedicado a cosas solitarias.
 
Aunque el yo del espejo se opone al yo verdadero,
ambos se parecen mucho el uno al otro.
 
Sin poder cuidar a mi otro yo en el espejo,
estoy muy preocupado por él.
 
Yi Sang (Corea, 1910-1937)
 
(La traducción de Alas corresponde a Lee Hye-kyung; la versión al español de Espejos a Jules Etienne) 

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