Según algunas de las diversas interpretaciones y glosas de la Biblia, dicen que Dios creó la Tierra con la nieve que se encontraba debajo de su trono divino, arrojando parte de ella a las aguas, que se helaron y después se convirtieron en polvo. Otros suponen que entretejió dos madejas, una de fuego y otra de nieve para crear el mundo; y dos más, de fuego y agua, para crear los Cielos. También hay quienes sostienen que los Cielos fueron hechos solamente con nieve. Por supuesto que cualquier explicación científica resulta más verosímil, aunque sin duda carece de la fantasía poética con que todas las mitologías de la humanidad intentan describir el origen del mundo.
Hace unos días me ocupaba de las frases relativas a la nieve escritas por algunos poetas. En esta ocasión lo haré con aquellas obras que ya cargan la nieve desde su título. Identifico a cuatro premios Nobel: William Faulkner, Yasunari Kawabata, Gabriel García Márquez y Orhan Pamuk. Se dice que los primeros intentos de Faulkner por publicar su cuento Nieve, tuvieron lugar en 1942, y sólo se le conoció hasta que apareció editado en el volumen Relatos (Uncollected Stories), después de su muerte, en 1979. Considero que El país de la nieve, del japonés Kawabata, es la gran obra maestra sobre el tema. No sólo se trata de una novela excepcional, sino que la nieve es, más que un elemento, un personaje omnipresente. Uno de los Doce cuentos peregrinos de García Márquez se llama El rastro de tu sangre en la nieve. La novela de Pamuk se titula, de manera por demás precisa y lacónica: Nieve.
Otras obras dignas de mención serían La nieve está de luto, del francés de origen armenio Henri Troyat; La nieve estaba sucia, de Georges Simenon, belga que escribía en lengua francesa; para no dejar el género, Ángeles en la nieve, novela policiaca de James Thompson, estadounidense radicado en Finlandia; de las mismas latitudes es el sueco Johan Theorin, autor de La tormenta en la nieve, segundo título de El cuarteto de Öland.
Las estaciones del año y la nieve quedan consignadas en Nieve de primavera, del japonés Yukio Mishima, volumen inicial de otra tetralogía, en este caso El mar de la fertilidad; y la muy breve Nieve en otoño, de la rusa Iréne Némirovsky.
En cuanto a los títulos en idioma español destacan La nieve del almirante, de Álvaro Mutis; El perjurio de la nieve, de Adolfo Bioy Casares; Soñé que la nieve ardía, de Antonio Skármeta; El manuscrito de nieve, de Luis García Jambrina, que se ocupa del autor de La Celestina, Fernando de Rojas; Nieve y silencio, de David Lorenzo Magariño; De cómo llegó la nieve, de Antonio Tello; y Nieve sobre Oaxaca, del mexicano Gerardo de la Torre.
No pretendo que esta sea, de ninguna manera, una relación exhaustiva al respecto, pero creo que recoge autores muy significativos. Para terminar, un párrafo de Jorge Luis Borges, aunque su cuento Ulrica no lleve la nieve en el título, si cae con ímpetu en su conclusión:
"Sentí que la nieve arreciaba. Ya no quedaban muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba el tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica".
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