(Fragmento del capítulo I: Raymond Blair - Borracho)
Es probable que usted no conozca la Isla de
Tampico*. Iré más allá y diré que probablemente nunca haya oído hablar de
la Isla de Tampico. Y en muchos sentidos es usted digno de lástima. Si
alguna vez hubo una joya impecable engarzada en un zafiro marino Tampico es esa
joya. Y debido a que las joyas impecables son pocas y distantes entre sí, de usted es la pérdida.
Pero haciendo un balance, usted gana. Porque si alguna
vez ha existido un lugar donde el alma y el cuerpo se pudren más rápida y
completamente, todavía tengo que encontrarlo. Esa hermosa isla, una reina
incluso entre las glorias de los Mares del Sur, contenía más vicios por milla
cuadrada que los barrios bajos de una gran ciudad. Porque en cualquier
ciudad siempre hay trabajo que hacer; durante una parte de las
veinticuatro horas por lo menos, los restos humanos se dan con el trabajo. Pero en Tampico no había trabajo que hacer, salvo los poquísimos
que venían por un espacio de negocios y partían a su debido tiempo.
En Tampico, donde se podía conseguir fruta y
suficiente comida con sólo pedirla, no había lucha por sobrevivir. De
hecho, nadie tuvo problemas en Tampico excepto por una cosa: la bebida. No
se podía beber si se pedía. La bebida tenía que pagarse en
efectivo. Y el dinero en efectivo no abundaba entre los derrelictos que
llegaron a esa isla, y una vez que vinieron se quedaron hasta que la muerte se los
llevó, y otro nombre falso fue escrito toscamente en una cruz de madera para
marcar el evento. La madera es barata en Tampico, por eso las lápidas en
el cementerio de los perdidos son monótonas a la vista. Después de todo,
¿quién podría esperar que aumentara el precio de una botella de ginebra en
perfecto estado para erigir una estúpida piedra ornamental en la tumba de un
hombre que había muerto de delirium tremens?
Se encontraba fuera de las rutas trilladas de los grandes
trasatlánticos por muchos cientos de millas: sólo llegaban botes pequeños, dedicados principalmente al comercio de frutas, con alojamiento para seis
pasajeros en la primera clase. La fruta era el comercio particular de
Tampico; frutas y diversos productos tropicales que crecían con tal opulencia y al alcance de la mano que resultaba casi innecesario
recogerlos. Si se esperaba lo suficiente, caían en las manos. Y nunca
nadie hizo otra cosa que esperar en Tampico, por eso está tan
podrido. Incluso cuando un trozo de ámbar gris llega a tierra -grueso y
apestoso, es un Evento con E mayúscula-, el afortunado hallador no se
apresura. Cierto, podría apuñalar al hombre que intentara robarlo, pero por
lo demás sus movimientos son plácidos. Hay un traficante en el pueblo, y el ámbar gris significa tragos durante semanas, o tal vez días, según la capacidad
del bebedor.
Herman Cyril McNeile: Sapper (Inglaterra, 1888-1937).
(Traducido del inglés por Jules Etienne).
* No existe una isla con el nombre de Tampico en los Mares del Sur ni en alguna otra parte. Si bien varias poblaciones llevan el nombre de Tampico, sobre todo en los Estados Unidos: en Illinois (allí nació el presidente Ronald Reagan), Indiana, Montana, Ohio, Tennessee y Washington; también hay seis lugares llamados Tampico en México, desde Baja California hasta Chiapas, y otros dos más en Guatemala y Venezuela. Pero la isla de Tampico es mera fantasía del autor. Decidí incluir el presente texto aunque no se refiera a Tampico, en el estado de Tamaulipas, que es el objeto de esta recopilación, porque me pareció original y divertido.
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