"Aquellos pasquines con chismes se publicaron durante los tres días de carnaval."
(Fragmento)
Despreciaba la ciudad; y ese mismo desprecio le hacía
imposible soportarla. Sin embargo, había llegado la ocasión de enfrentar a la maledicencia pública para poder liberarse a sí
misma. El carnaval se aproximaba.
El carnaval había mantenido en la ciudad, hasta el
momento en el que ocurre esta historia –aunque algo habrá cambiado desde
entonces-, su carácter poco permisivo, de una gran dureza arcaica. Fiel a sus
orígenes, debería prestarse a la relajación del espíritu para liberarlo del
yugo de la razón. En cualquier parte, incluso en otras épocas y países, siempre resulta difícil disponer de la audacia necesaria para confrontar a los guardianes de la razón.
Por eso, la ciudad en la que vivía Ana, debía ser su propia tierra de elección.
El rigor moral paraliza los gestos, amordaza las voces, aunque algunos de esos gestos
alcancen a expresarse como voces audaces y libres. Todo lo que se va amasando
en el fondo del alma: celos, odios secretos, curiosidad lasciva, los instintos
inherentes a la maliciosa bestia social, habría de enfrentarse de golpe con el ruido y
la alegría de una revancha. Cada quien ejercía su propio derecho a descender por las calles
y Ana, oculta bajo una prudente máscara, llegó para clavar en la picota, en
plena plaza pública, a aquellos a quienes detestaba, mostrando a los
transeúntes todo lo que había aprendido durante un año de esfuerzo paciente, su
tesoro de secretos escandalosos acumulados gota a gota. Tal fue su propio
desfile de carros alegóricos. Tales las linternas que erraban para transparentar
las inscripciones e imágenes con la historia secreta de la ciudad. Se atrevió
incluso a ponerse la máscara de su enemigo, tan fácilmente reconocible que las
bromas corrientes referían su nombre. Aquellos pasquines con chismes se
publicaron durante los tres días de carnaval.
Romain Rolland (Francia, 1866-1944). Obtuvo el premio Nobel en 1915.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario