"Por la tarde, todo el mundo fue a Davos Platz para ver el ajetreo del carnaval en las calles."
(Fragmento del capítulo Noche de Walpurgis)
Pero, por el momento, cierto es que sólo estamos en Carnaval. Ya le he dicho que me parece muy bien que celebremos cada fecha ordenadamente, como marca el calendario. La señora Stöhr decía que en la garita del portero venden cornetas de juguete.
Así era, desde el primer desayuno del martes de Carnaval, que llegó enseguida, antes de que nadie se hubiese hecho a la idea todavía, se oyeron en el comedor toda suerte de pitidos y zumbidos producidos por instrumentos de viento de juguete. Durante la comida se lanzaron serpentinas desde la mesa de Gänser, de Rasmussen y de la Kleefeld, y algunos internos, como por ejemplo Marusja, la de los ojillos redondos, llevaban gorros de papel comprados igualmente al portero cojo. Por la noche reinó un auténtico ambiente de fiesta en el comedor y en los salones... De momento, sólo nosotros sabemos cómo terminó y qué trajo consigo esa velada de Carnaval gracias al valiente espíritu emprendedor de Hans Castorp. Pero no dejemos que esta información sobre el desenlace precipite nuestro sereno relato: rendiremos al tiempo el honor que le corresponde y no adelantaremos nada; de hecho, incluso ralentizaremos la narración de los acontecimientos porque compartimos los escrúpulos que, durante tanto tiempo, habían llevado a Hans Castorp a retrasar tales acontecimientos.
Por la tarde, todo el mundo fue a Davos Platz para ver el ajetreo del carnaval en las calles. La gente paseaba disfrazada, pierrots y arlequines inundaban el pueblo con carracas en la mano, y no fueron pocas las batallas de confeti entre los paseantes y los internos del sanatorio, también disfrazados para la ocasión.
Thomas Mann (Alemán, 1875-1955). Obtuvo el premio Nobel en 1929.
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