(Fragmentos)
Nadie habló, salvo Pizarro con su Cielito, y Roibal, para dar instrucciones a las cocineras. No habíamos llegado al mole, cuando Pizarro dijo que tenía asuntos que despachar y fue a su oficina. Roibal lo siguió. Cielito y yo nos ofrecimos picadas y seguimos comiendo durante media hora.
- Yo cantaba en Tampico -dijo de pronto Cielito-. ¿Usted conoce el bar del hotel Inglaterra?
- Lo conozco -dije.
(...)
- Tengo que mejorar mi relación con los petroleros. Voy a hacerle una larga serie de entrevistas a sus dirigentes.
- ¿Entonces vienes conmigo?
- Sí.
- Compré boletos para el avión a Tampico. Mañana a las siete. Ahí rentamos un coche y nos ponemos en Poza Rica a las once.
- Conozco el camino -le dije.
Lo conocía.
Me dormí pensando en los "motivos de precisión" que había argumentado mi contacto para llamar a Anabela invariablemente la "viuda de Rojano". Conocía también el accidentado camino de esa pertenencia que parecía, nuevamente, llegar a su fin.
(...)
La entrevista con él se hizo en el kiosko de helados de la plaza de Tampico, frente al hotel Inglaterra, a unos metros de donde había sostenido con Pizarro la conversación sobre el poder como la metáfora de un río.
- ¿De qué murió Lázaro Pizarro? -pregunté a Loya, a mitad de su helado de guanába- na.
- Cáncer de páncreas -respondió sin pensarlo, mecánicamente. Roibal estaba a su lado, con el parche sobre el ojo y un vaso de agua enfrente.
Héctor Aguilar Camín (México, 1946).
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