Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 10 de abril de 2017

Carnaval: BOMARZO, de Manuel Mujica Láinez

"Como se realizaron un día de carnaval, hubo una mascarada fantástica en la que nos disfrazamos todos."

(Fragmento del capítulo IX: La desgraciada guerra)

La calma duró poco. Tres meses después, en abril de 1553, a pesar de que la gota no le concedía armisticio, Carlos Quinto mandó fuerzas frescas a la frontera del norte, en la parte de Picardía. Allá nos fuimos, por campos inundados. Aunque íbamos a caballo, el agua nos mojaba las botas, y los de infantería chapoteaban a nuestro lado y protestaban que nunca se habían encontrado en lance peor. Y el más ufano de los nuestros era Horacio Farnese, porque ahora, a la necesidad de lucimiento que le imponía el prestigio de su casa, se sumaba la que procedía de su carácter de flamante esposo, ansioso por brillar ante su mujer. Aprovechando la breve tregua, Enrique II lo había casado con su hija natural, Diana de Francia, habida en Felipa Duci, a ocultas de Madama de Poitiers, y con ello prosiguió la singular política de las alianzas impuestas por medio de los ilegítimos, recordando sin duda que el hermano de Horacio, el duque de Parma, era el marido de una hija natural del emperador. Los Farnese, como se ve, absorbían los grandes productos naturales de la época. De Felipa Duci sólo oí que Diana de Poitiers la hizo desaparecer en un convento y que, ya que ella no le había dado al rey ningún vástago, resolvió que aquel fruto espurio ostentara su nombre soberbio, y se la llamó Diana de Francia, creando la consiguiente confusión acerca de su origen. Las fiestas de la boda, a las cuales asistí, fueron estupendas. Como se realizaron un día de carnaval, hubo una mascarada fantástica en la que nos disfrazamos todos. Eso nos hizo olvidar pasajeramente de las penurias de la guerra, pero a poco fue menester partir por azarosos caminos sumergidos, rumbo a Thérouanne. Mi armadura, a pesar del tapiz que la envolvía, se cubrió de salpicaduras de lodo, y los pajes tardaron horas en devolverle su inmaculado esplendor.


Manuel Mujica Láinez (Argentina, 1910-1984).

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