"En la misma semana, en los desfiles del carnaval, exhibieron en una carroza la mano derecha momificada."
(Fragmento de El gigante ahogado)
Cuando
ya me iba, una bandada de gaviotas bajó girando del cielo y se posó en la
playa, picoteando con gritos feroces la arena manchada.
Varios
meses después, cuando la noticia de la llegada del gigante estaba ya casi olvidada,
unos pocos trozos del cuerpo desmembrado empezaron a aparecer por toda la
ciudad. La mayoría eran huesos que las empresas de fertilizantes no habían
conseguido triturar, y a causa del abultado tamaño, y de los enormes tendones y
discos de cartílago pegados a las junturas, se los identificaba con mucha
facilidad. De algún modo, esos fragmentos dispersos parecían transmitir mejor
la grandeza original del gigante que los apéndices amputados al principio. En
una de las carnicerías más importantes del pueblo, al otro lado de la
carretera, reconocí los dos enormes fémures a cada lado de la entrada. Se
elevaban sobre las cabezas de los porteros como megalitos amenazadores de una
religión druídica primitiva, y tuve una visión repentina del gigante trepando
de rodillas sobre esos huesos desnudos y alejándose a pasos largos por las
calles de la ciudad, recogiendo los fragmentos dispersos en el viaje de regreso
al océano.
Unos
pocos días después vi el húmero izquierdo apoyado en la entrada de un astillero
(el otro estuvo durante varios años hundido en el lodo, entre los pilotes del
muelle principal). En la misma semana, en los desfiles del carnaval, exhibieron
en una carroza la mano derecha momificada.
El
maxilar inferior, típicamente, acabó en el museo de historia natural. El resto
del cráneo ha desaparecido, pero probablemente esté todavía escondido en un
depósito de basura, o en algún jardín privado. Hace poco tiempo, mientras
navegaba río abajo, vi en un jardín al borde del agua, un arco decorativo: eran
dos costillas del gigante, confundidas quizá con la quijada de una ballena. Un
cuadrado de piel curtida y tatuada, del tamaño de una manta india, sirve de
mantel de fondo a las muñecas y las máscaras de una tienda de novedades cerca
del parque de diversiones, y podría asegurar que en otras partes de la ciudad,
en los hoteles o clubes de golf, la nariz o las orejas momificadas cuelgan de
la pared, sobre la chimenea. En cuanto al pene inmenso, fue a parar al museo de
curiosidades de un circo que recorre el noroeste. Este aparato monumental, de
proporciones sorprendentes, ocupa toda una casilla. La ironía es que se lo
identifica equivocadamente como el miembro de un cachalote, y por cierto que la
mayoría de la gente, aun aquéllos que lo vieron en la costa después de la
tormenta, recuerda ahora al gigante (si lo recuerda) como una enorme bestia
marina.
El
resto del esqueleto, desprovisto de toda carne, descansa aún a orillas del mar:
las costillas torcidas y blanqueadas como el maderaje de un buque abandonado.
Han sacado la cabaña del contratista, la grúa y el andamiaje, y la arena
impulsada hacia la bahía a lo largo de la costa ha enterrado la pelvis y la
columna vertebral. En el invierno los altos huesos curvos están abandonados,
golpeados por las olas, pero en el verano son una percha excelente para las
gaviotas fatigadas.
J. G. Ballard: James Graham Ballard (Inglés nacido en Shanghái, 1930-2009).
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