¡Cómo les palpitaba el corazón a las dos loquillas, cuando por la puerta de la verja, a espaldas del palacio, salieron a pie y solas, envueltas en sus dominós de blanco encaje riquísimo, y pisando con tiento la acera, a fin de alcanzar un simón antes de que los pulidos zapatitos de raso se les manchasen de barro y polvo vil!
Habían madurado aquel plan todo el invierno. Lo habían acariciado en las veladas que pasaban juntas, lejos de la cargante vigilancia de Frau Mathilda, el aya vienesa. Habían pensado y discutido los menores detalles, como prisioneros que combinaban la evasión. Y al llegar la época de carnestolendas, lo tenían todo arreglado y previsto: poseían los billetes, tenían una doble llave de la verja, encargada secretamente a un cerrajero, y los disfraces, los dominós, hechos con arte de dos magníficos velos de punto a la aguja, traídos de Francia para lucirse en la ceremonia nupcial.
Porque Mercedes y Rosa iban a casarse en Pascua, y tiernamente enamoradas de sus gallardos novios, querían antes del momento decisivo é irrevocable, someterles a una pequeña prueba, de la cual, seguramente, saldrían vencedores. Deseaban las dos señoritas ver si en efecto se abstenían sus prometidos de concurrir a aquel baile de máscaras de que tanto se hablaba, el de la "Asociación artística", baile cuyas panderetas y sonajas les repicaban en los oídos un mes antes de que se celebrase; como un himno al placer y a la alegría carnavalesca.
Con los billetes que les había proporcionado de ocultis, Mercedes y Rosa entraron con dificultad en el baile. Asediadas desde el primer momento por los requiebros e impertinencias de muchos hombres, jóvenes y viejos, finos y bastos, apretó la mayor el brazo de la menor, diciendo bajito: "No te sueltes". Lo que llamaba la atención en aquellas mascaritas tan iguales y tan bien calzadas, era la riqueza de sus dominós, la magnificencia del encaje que, montado sobre raso, las envolvía de la cabeza a los pies, delatando la calidad las damas que se permitían el lujo de tal disfraz. Ellas, indiferentes a la sensación que producían, miraban a todas partes ansiosamente, por si descubrían a sus novios entre el gentío. Y con rápida explosión de gozo, cuchicheaban de tiempo en tiempo: "Pues no están ... ", "Pues no están", "Han cumplido su palabra ... " "Lo ves, mal pensada?, añadía la rubia Rosa pellizcando suavemente a la morena Mercedes. De pronto ésta devolvió a su hermana el pellizco, pero tan furioso y cruel, que Rosa, reprimiendo el chillido, por poco suelta las lágrimas. "Ahí están, rugía Mercedes hecha una leona. "Allí, allí", No necesitaron buscarlos. Atraídos por el murmullo de admiración que levantaban los dominós de encaje, acercáronse los novios, y más decididos que los demás galanes, empezaron a sitiar en toda regla a las mascaritas, tan cegados por el destino que ni un minuto se les ocurrió que pudiesen estar conquistando a sus futuras esposas...
Amanecía cuando las fugitivas, después de mil apuros, lograron zafarse de sus cortejos y restituirse al palacio sin ser vistas ni sorprendidas por nadie. Ya en su tocador, se quitaron los antifaces y se desahogaron. Rosa hipaba; Mercedes pateaba de cólera. "Yo creí que los hombres tenían palabra, sollozaba la rubia; y la morena bramaba, echando rayos por los ojos: "Cree que todos son igualitos. ¡Buena canalla! Mira, Rosa, que no se enteren de nada. No hagas escena. Hasta después ... no conviene que sepan ni esto. Casémonos primero, que luego ... ya verán" Si los dos alegres troneras del baile hubieran podido ver en aquel instante la cara de Mercedes ... se echan a temblar, de seguro.
Y a temblar se echaron con todo su cuerpo cuando, el día de la boda, sobre la hermosa cabeza de sus desposadas, encubriendo con ondas de nítida espuma el simbólico azahar, reconocieron los dominós de encaje del baile... La expresión de terror que se gravó en sus rostros fue tan cómica, que Mercedes, soltando una carcajadita y señalando el velo virginal, dijo sarcásticamente:
-- Los conoceis, ¿eh? También nosotras os conocemos a vosotros...
Habían madurado aquel plan todo el invierno. Lo habían acariciado en las veladas que pasaban juntas, lejos de la cargante vigilancia de Frau Mathilda, el aya vienesa. Habían pensado y discutido los menores detalles, como prisioneros que combinaban la evasión. Y al llegar la época de carnestolendas, lo tenían todo arreglado y previsto: poseían los billetes, tenían una doble llave de la verja, encargada secretamente a un cerrajero, y los disfraces, los dominós, hechos con arte de dos magníficos velos de punto a la aguja, traídos de Francia para lucirse en la ceremonia nupcial.
Porque Mercedes y Rosa iban a casarse en Pascua, y tiernamente enamoradas de sus gallardos novios, querían antes del momento decisivo é irrevocable, someterles a una pequeña prueba, de la cual, seguramente, saldrían vencedores. Deseaban las dos señoritas ver si en efecto se abstenían sus prometidos de concurrir a aquel baile de máscaras de que tanto se hablaba, el de la "Asociación artística", baile cuyas panderetas y sonajas les repicaban en los oídos un mes antes de que se celebrase; como un himno al placer y a la alegría carnavalesca.
Con los billetes que les había proporcionado de ocultis, Mercedes y Rosa entraron con dificultad en el baile. Asediadas desde el primer momento por los requiebros e impertinencias de muchos hombres, jóvenes y viejos, finos y bastos, apretó la mayor el brazo de la menor, diciendo bajito: "No te sueltes". Lo que llamaba la atención en aquellas mascaritas tan iguales y tan bien calzadas, era la riqueza de sus dominós, la magnificencia del encaje que, montado sobre raso, las envolvía de la cabeza a los pies, delatando la calidad las damas que se permitían el lujo de tal disfraz. Ellas, indiferentes a la sensación que producían, miraban a todas partes ansiosamente, por si descubrían a sus novios entre el gentío. Y con rápida explosión de gozo, cuchicheaban de tiempo en tiempo: "Pues no están ... ", "Pues no están", "Han cumplido su palabra ... " "Lo ves, mal pensada?, añadía la rubia Rosa pellizcando suavemente a la morena Mercedes. De pronto ésta devolvió a su hermana el pellizco, pero tan furioso y cruel, que Rosa, reprimiendo el chillido, por poco suelta las lágrimas. "Ahí están, rugía Mercedes hecha una leona. "Allí, allí", No necesitaron buscarlos. Atraídos por el murmullo de admiración que levantaban los dominós de encaje, acercáronse los novios, y más decididos que los demás galanes, empezaron a sitiar en toda regla a las mascaritas, tan cegados por el destino que ni un minuto se les ocurrió que pudiesen estar conquistando a sus futuras esposas...
Amanecía cuando las fugitivas, después de mil apuros, lograron zafarse de sus cortejos y restituirse al palacio sin ser vistas ni sorprendidas por nadie. Ya en su tocador, se quitaron los antifaces y se desahogaron. Rosa hipaba; Mercedes pateaba de cólera. "Yo creí que los hombres tenían palabra, sollozaba la rubia; y la morena bramaba, echando rayos por los ojos: "Cree que todos son igualitos. ¡Buena canalla! Mira, Rosa, que no se enteren de nada. No hagas escena. Hasta después ... no conviene que sepan ni esto. Casémonos primero, que luego ... ya verán" Si los dos alegres troneras del baile hubieran podido ver en aquel instante la cara de Mercedes ... se echan a temblar, de seguro.
Y a temblar se echaron con todo su cuerpo cuando, el día de la boda, sobre la hermosa cabeza de sus desposadas, encubriendo con ondas de nítida espuma el simbólico azahar, reconocieron los dominós de encaje del baile... La expresión de terror que se gravó en sus rostros fue tan cómica, que Mercedes, soltando una carcajadita y señalando el velo virginal, dijo sarcásticamente:
-- Los conoceis, ¿eh? También nosotras os conocemos a vosotros...
Emilia Pardo Bazán (España, 1851-1921)
La ilustración corresponde a Salida de un baile de máscaras (1905), de José García Ramos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario