Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

domingo, 16 de abril de 2017

Carnaval: MEMORIAS (Historia de mi vida), de Giacomo Casanova

"El domingo de carnaval, al mediodía, oí el ruido de los cerrojos..."

(Fragmento del capítulo XII, tomo cuarto)

¡Qué poca cosa hace falta cuando se está angustiado para causar alegrías y consuelos! Pero en mi situación estas pajitas no eran poca cosa; eran un tesoro.
 
Empleé muchas horas en exprimir mi ingenio para hallar un medio de reemplazar la yesca, único ingrediente que me faltaba y que no sabía con qué pretexto pedir, cuando de pronto recordé que había encargado a mi sastre la pusiera en las sobaqueras de mi casaca, para evitar que el sudor ensuciase y consumiese la tela. Esta casaca, nueva, estaba delante de mí; mi corazón latió más fuerte porque quizá el sastre no la había puesto y yo oscilaba entre el temor y la esperanza. No tenía más que dar un paso para comprobarlo, pero este paso era decisivo y no me atrevía a darlo. Por fin me acerqué y sintiéndome casi indigno de este favor, pedí a Dios con fervor que el sastre no hubiese olvidado mi orden. Después de esta plegaria, tomé la casaca, descosí la tela y encontré la yesca. Mi alegría llegó al delirio.
 
Teniendo todos los ingredientes, pronto tuve la lámpara. Juzgúese la satisfacción que experimenté al haber obtenido, por así decirlo, la luz en medio de las tinieblas, y la no menos dulce de desobedecer las órdenes de mis detestables opresores. Ya no había más noche para mí, pero tampoco más ensalada; aunque me gustaba muchísimo, la necesidad de conservar el aceite para alumbrarme me hacía ligero el sacrificio. Fijé entonces el primer lunes de cuaresma para empezar la dificultosa operación de romper el entarimado, porque en los festines del carnaval yo temía mucho las visitas.
 
El domingo de carnaval, al mediodía, oí el ruido de los cerrojos y vi a Laurencio seguido de un hombre gordo a quien reconocí por el judío Gabriel Schalón, conocido por su habilidad en obtener dinero de los jóvenes, haciéndoles caer en malos negocios.
 
Nos conocíamos, así es que nuestros saludos fueron breves. Su compañía no podía serme agradable, pero para ello no se me consultaba.
 
 
 Giacomo Casanova (Italiano, 1725-1798).

La ilustración corresponde a la puerta de une celda en la Cárcel de los Plomos del Palacio Ducal en Venecia.

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