Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 25 de enero de 2024

Mirándolas dormir: LAS CONFIDEN- CIAS DE NICOLÁS, de Gérard de Nerval

"... la imagen del joven Denesvre desafiando el peligro para ver a Marguerite..."

(
Fragmento del capítulo V: Marguerite)

Era cerca de las nueve cuando la gobernanta y Nicolás llegaron al curato. Se acostaron a las diez. La imaginación del joven bordaba en torno a todo lo que había escuchado, un tropel de pensamientos incoherentes que alejaban el sueño. Dormía en la misma habitación que el abate Thomas, en la planta baja; estaban además los dos pequeños baldaquines de Huet y Melin, los monaguillos. El cuarto de Margue- rite, situado en la otra ala de la casa, daba por una ventana baja al jardín. De pronto la imagen del joven Denesvre desafiando el peligro para ver a Marguerite se dibuja vivamente en el pensamiento de Nicolás. Supone en el espíritu que es él mismo aquel joven, que hay algo hermoso en verter la propia sangre por una conversación de amor, y, despierto a medias, a medias sometido a una alucinación febril, se desliza fuera de su cama, luego logra pasar al jardín por la puerta de la cocina. Ya lo tenemos delante de la ventana de Marguerite, que la había dejado abierta debido al calor. Dormía con su larga melena suelta sobre los hombros; la luna lanzaba un reflejo en el que se recortaba su rostro regular, bello y joven como antaño en esa favorable media luz. Nicolás hizo ruido al saltar por el marco de la ventana. Marguerite soñando murmuró entre los labios:

- ¡Déjame, querido Denesvre, déjame!

¡Oh momento terrible, doble ilusión que tal vez hubiera tenido un triste mañana!

- ¡La muerte, si es preciso! -exclamó Nicolás apoderándose de los brazos extendidos de la durmiente… No le faltaba a la peripecia más que el escopetazo del tío celoso. Otra catástrofe sustituyó su efecto. El abate Thomas había seguido a Nicolás en su escapada; con un pie brutal, lo arrancó en un instante de toda la poesía de la situación. Durante ese tiempo, la pobre Marguerite, toda despavorida, creía ver renovarse, a veinte años de distancia y bajo otra forma, el siniestro desenlace del drama amoroso que acababa de soñar. Los dos monaguillos, oyendo ruido, venían a completar el cuadro. El abate Thomas los despidió con furor, luego, agarrando a Nicolás por una oreja, lo volvió a llevar a su cuarto, le hizo vestirse de inmediato y, sin esperar al día, se puso en camino con él hacia la casa paterna. El escándalo fue tal, que se celebró al día siguiente un consejo de familia en el que se decidió que Nicolás sería colocado en aprendizaje en casa del señor Parangon, impresor de Auxerre. Marguerite fue a su vez sospechosa de haber dado lugar, por su indulgencia y su coquetería, a la escena que había ocurrido, y la sustituyeron en el presbiterio por una devota de talle robusto que se llamaba sor Pilon.

Gérard de Nerval (Francia, 1808-1855).

(Traducido al español por Tomás Segovia).

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