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miércoles, 17 de enero de 2024

Mirándolas dormir: EL TRIUNFO DE LA VIDA y EL ÚLTIMO HOMBRE, de Percy Bysshe y Mary Shelley

"Como una enamorada que dormida (...) Como una enamorada que se eleva en el sueño..."

El triunfo de la vida

(Fragmento)

Como una enamorada que dormida
se eleva sobre lagos de nenúfares-
niebla de plata, música extasiada-
así la forma parecía andar
besando con sus pies la bailarina
espuma, deslizándose en el aire
que encrespa la amatista a flor de agua
o en los rayos oblicuos del albor
que caen entre los bosques o sus sombras.

(Traducido al español por Luis Castellvi Laukamp).

Como una enamorada se eleva en el sueño
Sobre lagos cubiertos de lirios en una niebla plateada
Con una música prodigiosa, así podría parecer esta forma.
En parte para pisar las olas con pies que mueven
La espuma danzante, en parte para deslizarse
Por los aires raspando a la húmeda amatista,
O los rayos oblicuos de la mañana que caen entre
Los árboles, o las suaves sombras de los árboles.

(Traducido al español por Jules Etienne).

(As one enamoured is upborne in dream
O'er lily-paven lakes mid silver mist
To wondrous music, so this shape might seem
Partly to tread the waves with feet which kist
The dancing foam, partly to glide along
The airs that roughened the moist amethyst,
Or the slant morning beams that fell among
The trees, or the soft shadows of the trees).

Percy Bysshe Shelley (Inglés fallecido en Italia, 1792-1822).

"Idris dormía (...) Dudé un instante si debía despertarla..."

El último hombre

(Fragmento del capítulo VII)

El sueño, bálsamo soberano, consiguió sumergir sus ojos llorosos en el olvido.

Idris dormía. La quietud invadía el castillo, cuyos habitantes habían sido conminados a reposar. Yo estaba despierto, y durante las largas horas de aquella noche muerta, mis pensamientos rodaban en mi cerebro como diez mil molinos rápidos, agudos, indomables. Todos dormían -toda Inglaterra dormía-; y desde mi ventana, ante la visión del campo iluminado por las estrellas, vi que la tierra se extendía plácida, reposada. Yo estaba despierto, vivo, mientras el hermano de la muerte se apoderaba de mi raza. ¿Y si la más poderosa de aquellas deidades fraternales dominara a la otra? En verdad, y por paradójico que resulte, el silencio de la noche atronaba en mis oídos. La soledad me resultaba intolerable. Posé la mano sobre el corazón palpitante de Idris y acerqué el oído a su boca para sentir su aliento y cerciorarme de que seguía existiendo. Dudé un instante si debía despertarla, pues un terror femenino invadía todo mi cuerpo. ¡Gran Dios! ¿Habrá de ser así algún día? ¿Algún día todo, salvo yo mismo, se extinguirá, y vagaré solo por la tierra? ¿Han sido éstas voces de aviso, cuyo sentido inarticulado y premonitorio debe hacerme creer?

Mary Shelley (Inglaterra, 1797-1851).

(Traducido al español por Juanjo Estrella).

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