Bonis se levantó, y
contempló a la Gorgheggi dormida:
«Esa mujer adorada no
sabe que yo le soy infiel. Que hay horas de la noche en que me dan un filtro hecho
de terrores, de fuerza mayor, de recuerdos, de costumbres del cuerpo, de
sabores de antiguos placeres, de olores de hojas de rosas marchitas, de
lástima... y hasta de filosofías... negras.
»Esta mujer no sabe que
yo me dejo besar... y beso... como quien da limosna a la muerte; a la muerte enferma,
loca; que doy besos que son como mordiscos con que quiero detener al tiempo que
corre, que corre, pasándome por la boca... Sí, sí, Serafina; en esas horas
tengo lástima de mi mujer, de quien soy esclavo; sus caricias disparatadas, que
son reflejos de otras mías que yo aprendí de tus primeros arranques de amor
frenético y desvergonzado; sus caricias, que son en ella inocentes, para mí
crímenes, se me contagian y me llevan consigo al aquelarre tenebroso, donde
entre sueños y ayes de amor que acaban por suspiros de vejez, por chirridos del
cuerpo que se desmorona, vivo de no sé qué negras locuras sabrosas y
sofocantes, llenas de pavor y de atractivo. Yo soy el amante de una loca
lasciva... de una enferma que tiene derecho a mis caricias; pero un derecho que
no es como el tuyo; como el tuyo, que no reconocen los hombres, pero que a mí
me parece el más fuerte, aunque sutil, invisible. Tu derecho... y el mío. El de
mi alma cansada.»
Leopoldo Alas «Clarin» (España, 1852-1901).
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