Noticias de Italia, Nueva York, 16 de septiembre de 1881.
Fantásticas fiestas, serenatas clásicas, ricas iluminaciones y regatas clásicas en Ve- necia.
Nutrida está la quincena italiana de cosas nuevas y brillantes: el Vesubio,
despierto, mueve al cielo sus lenguas de llamas; un muerto ilustre, que
había adquirido con una vida útil y gloriosa el derecho de morir, es
llevado en triunfo al Cementerio de Roma; y Venecia, remozada y coqueta, corona de flores su alta Campanile rosada, resucita sus fiestas
antiguas, adereza a la margen del Lido, y a la sombra de sus pintorescos
emparrados, los sabrosos mariscos que sirvieron tantas veces de almuerzo a Téophile Gautier, e inunda con sus góndolas los canales, con
sus mujeres de ojos negros los puentes, y con sus gallardos pilluelos, sus
acróbatas ambulantes, y sus adivinadores de lotería y decidores de buena fortuna la resplandeciente Plaza de San Marcos, -¡este paisaje de
ónix!- (...)
De la noble
Venecia habló luego el príncipe Teano, y con calor generoso recordó
sus glorias, y la creyó merecedora de celebrar en su seno aquella reunión
de sabios antes celebrada en Amberes y en París. Y el mayor Alighieri,
Dante Serego Alighieri, descendiente del maravillosísimo poeta, con frases elegantes dio gracias en nombre de Venecia, a los jóvenes reyes y a los
representantes extranjeros a quienes se les prepara deslumbrante baile;
en el cual les sorprende, -como si por debajo de los recios balcones de piedra, agitando las aguas en la sombra, pasase en danza alegre por
entre las espumas, en lomo de tritones, caravana marina de cantoras
nereidas, de lira de cristal y voz de brisa-, una lánguida y misteriosa
serenata, cuyos ecos melifluos ascienden blandamente de las alegres
góndolas. Todo es banquete, festejo y danza. El signor Ottino, que es
iluminador famoso, enciende cien mil luces de colores en la plaza de
San Marcos, y cuenta contento las cuarenta mil liras que por el adorno
de la plaza se le pagan. San Marcos, donde en otro tiempo rompieron
el aire de Venecia esclava las bandas austríacas, resonará ahora con las
altas voces de una colosal orquesta de hijos fuertes de Italia, hijos libres
del Véneto. Aquellas serenatas venecianas, cuyos ecos, como diablillos
ungidos de amor, revoloteaban, después de oídos, largo tiempo, encendiendo llamas e inspirando cantos en torno a la frente de los poetas;
aquellas misteriosas flotillas, que como bandada de cisnes negros con
ojos de colores, lleno el dorso de rimadores de voz dulce y tañedores
de laúd tierno, se deslizaba en la voluptuosa madrugada por los canales
sigilosos; aquellas clásicas serenatas características, cantadas con su lira
de alas de llama por Lord Byron, con su guzla ceñida de coronas de
rosas por Alfred de Musset, y con su pluma de mármol por aquella
mujer viril y extraordinaria, George Sand; aquellas serenatas animarán
de nuevo, sonrientes y sonoras, la ciudad coqueta. Una gigantesca
galleggiante, la famosa galera de paseo, como por magos y magas iluminada, cruzará, vestida de lujosos pabellones, las aguas tranquilas. Aquellas antiguas góndolas de Venecia, aquellos veloces bissone, regatearán
como regatearon ochocientos años hace en las fiestas con que fue celebrada la ruidosa victoria del Dux Pietro Candiano sobre los intrépidos
piratas que robaron las monjas del Convento de Olivolo. Y como no
pueden, por inamovible privilegio, tocar manos humanas los muros de
la iglesia de San Marcos, la luz, que es resplandor divino, la suave luz
eléctrica, bañará las murallas sagradas. Vense por todas partes los geógrafos de Francia, Suecia y Rusia, que han traído consigo muy celebradas y valiosas colecciones; hablan con calor de la colección deslumbradora
y abundantísima que ha enviado la India inglesa; vénganse de esta superioridad, señalando la marcada pobreza de la colección con que ha
contribuido al Congreso la Gran Bretaña; detiénense a leer las inscripciones que, en losas de mármol, ha hecho colocar el Municipio sobre las
casas en que otro tiempo residieron viajeros celebrados: Nicolo Zeno,
Antonio Zeno, Marino Forsello y Sebas- tián Cabot, que vio mares de
América, y el atrevido Marco Polo.
Así renace de su sueño de siglos, en su lecho de mármol, de su
polvo de oro, la mági- ca y magnífica Venecia.
Publicado en La Opinión Nacional,
de Caracas, Venezuela, el 3 de octubre de 1881.
José Martí (Cuba, 1853-1895).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario