Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 28 de noviembre de 2022

Letras de la revolución: EL RESPLANDOR, de Mauricio Magdaleno

"Fines de noviembre, ¡qué día tan terrible! (...) y las heladas secaban lo poco que había de milpa..."

(Fragmentos del capítulo Saturnino Herrera)

En el pueblo, Olegario había topado con gentes que anduvieron con él en las bolas, hacía un año. Iban a volver al monte, aretornar a las andadas, con Villa, que andaba levantando rancheros en el Norte. Pensó en el escuincle de los ojos negros y no se comprometió a nada. Las partidas se llevaban ora dos mulas, ora dos burros, y acabaron con las vacas. Cuando se decidió, encontró quemado el jacal y a Graciana en el de una vecina, con su hijo. Habían matado a la vieja y cometido fechoría y media. No dejaron los rebeldes a una mujer como estaba: pasaron sobre Graciana misma, sin respetar siquiera al niño que tenía en el pecho. Bufaba de rabia el indio voluntarioso; pero se aguantó. Salieron con otros rumbo al sur, en una caravana que se bifurcó en Lagos para León y Guadalajara. Comían quelites y nopales, y bebían aguamiel. Las mujeres echaban tortillas con el maíz que la horda iba robando en lo que quedaba de las trojes. Solo tenía una idea fija: llegar a su tierra y dejar seguros a su mujer y a su hijo. Él ya vería lo que haría: se iría a la bola, a ganarse los galones, a matar a los que habían pasado sobre Graciana, o a otros, los que fueran... ¡Desquitarse! En Tula los detuvieron, junto con otra docena de hambrientos. Era tropa de la Federación, y no se apiadaron del estado de las mujeres. Esa noche murió Graciana, y sin detenerse a echarle encima un poco de tierra, Olegario huyó, con dos balazos en el costado.

(...)

Fines de noviembre, ¡qué día tan terrible! Las tolvaneras abrasaban a la tierra de los tlacuaches y las heledas secaban lo poco que había de milpa, retrasado y pobre. Las mujeres declararon que el niño era hermosísimo, y le pusieron el nombre del santo del día, Saturnino. Estaba hambriento, descriado, y a las pocas horas le salió el sarampión. Lugarda se lo apropió, anunciando al vecindario:

- Nos lo mandó San Andrés. ¡Pobrecito! Es el que va a remediar la suerte de los indios.

Mauricio Magdaleno (México, 1906-1986).

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