Regresa la primavera a Vancouver.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Letras de la revolución: LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ, de Carlos Fuentes

"Lo despertó la música de un cilindro en la calle y no se preocupó por identificar la canción..."

(Fragmento de: 1927 - Noviembre 23)

Durmió hasta el mediodía. Lo despertó la música de un cilindro en la calle y no se preocupó por identificar la canción, porque el silencio de la noche anterior -o su recuerdo, que era la noche y el silencio- imponía largos momentos muertos que cortaban la melodía y en seguida volvía a comenzar el ritmo lento y melancólico, que se colaba por la ventana entreabierta, antes de que esa memoria sin ruidos volviese a interrumpirlo. Sonó el teléfono y él lo descolgó y escuchó la risa contenida del otro y dijo:

- Bueno.

- Ya lo tenemos en la comandancia, señor diputado.

- ¿Sí?

- El señor Presidente está enterado.

- Entonces...

- Tú sabes. Un gesto. Una visita. Sin necesidad de decir nada.

- ¿A qué horas?

- Cáete por aquí a eso de las dos.

- Nos vemos.

Ella lo escuchó desde la recámara contigua y comenzó a llorar, pegada a la puerta, pero después ya no escuchó nada y se secó las mejillas antes de sentarse frente al espejo.

Le compró el periódico a un voceador y trató de leerlo mientras manejaba, pero sólo pudo echar un vistazo a los encabezados que hablaban del fusilamiento de los que atentaron contra la vida del caudillo, el candidato. Él lo recordó en los grandes momentos, en la campaña contra Villa, en la presidencia, cuando todos le juraron lealtad y miró esa foto del Padre Pro, con los brazos abiertos, recibiendo la descarga. Corrían a su lado las capotas blancas de los nuevos automóviles, pasaban las faldas cortas y los sombreros de campana de las mujeres y los pantalones baloon de los lagartijos de ahora y los limpiabotas sentados en el suelo, alrededor de la fuente de la rana, pero no era la ciudad lo que corría frente a esa mirada vidriosa y fija, sino la palabra. La saboreó y la vio en las miradas rápidas que desde las aceras se cruzaron con la suya, la vio en las actitudes, en los guiños, en los gestos pasajeros, en los hombros encogidos, en los signos soeces de los dedos. Se sintió peligrosamente vivo, prendido al volante, marcado por los rostros, los gestos, los dedos-pingas de las calles, entre dos oscilaciones del péndulo. Hoy debía hacerlo porque mañana, fatalmente, los ultrajados de hoy lo ultrajarían a él. Un reflejo del cristal lo cegó y se llevó la mano a los párpados: siempre había escogido bien, al gran chingón, al caudillo emergente contra el caudillo en ocaso.

Se abrió el inmenso Zócalo, con los puestos entre las arcadas y las campanas de Catedral entonaron el bronce profundo de las dos de la tarde. Mostró la credencial de diputado al guardia de la entrada de Moneda. El invierno cristalino de la meseta recortaba la silueta eclesiástica del México viejo y grupos de estudiantes en época de exámenes bajaban por las calles de Argentina y Guatemala. Estacionó el automóvil en el patio. Subió en el ascensor de jaula. Recorrió los salones de palo-de-rosa y arañas luminosas y tomó asiento en la antesala. A su alrededor, las voces más bajas sólo se levantaban para pronunciar con unción las tres palabras:

- El Señor Presidente.

Carlos Fuentes (Mexicano nacido en Panamá, 1928-2012).

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