Cuatro paradas en la tumba de un poeta
III
Cuando Hrubín hubo cumplido sesenta años, la editorial
Albatros celebró en la sala de conferencias de su palacio un homenaje al poeta.
Era a mediados de septiembre y estaba lleno. Mucha gente quería estrecharle la
mano.
Al final Hrubín se liberó de la muchedumbre y, un poco
cansado, vino a sentarse a mi mesa. De esta forma tuvimos un momento, durante
la celebración, para recordar otra cosa: los cuarenta años de nuestra amistad.
Cuarenta años bajo su cielo azul, sin ninguna nube. Un poco ceremoniosamente,
como no lo acostumbrábamos a hacer nunca, brindé a la salud de Hrubín. ¡Cómo
podía sospechar que aquellas serían las últimas gotas de vino que beberíamos
juntos!
Hemos bebido mucho vino durante esos largos cuarenta
años. Dulce y áspero, caprichoso y lleno de tribulaciones, amargo y turbio, tal
como eran nuestros caminos a través de la vida checa y las dos guerras.
¡Cómo podía sospechar que estábamos sentados allí por
última vez! Pero sí que podía. Tenía que haberle mirado mejor a la cara. Cuando
después de su muerte me enviaron a la editorial las fotos de Hrubín y una de
ellas era la de la mesa donde estuvimos sentados juntos, me espanté al ver su
rostro. Parecía ya tres veces besado por la muerte. En la foto, Hrubín miraba a
alguna parte indefinida. Pero no, miraba como detrás de la vida. Y como desde
dentro de su rostro, mal cubierto por una piel grisácea y transparente, me
miraba otra cara, esa cara tan conocida de la decadencia humana, la sonriente
calavera.
En septiembre, los días de sol están endulzados por
las manzanas que maduran. Septiembre es tan bello como mayo. Pero noviembre se
pone agrio de putrefacción y la mesa está vacía.
El día de la fiesta de los muertos, la primera después
del fallecimiento del poeta, su sepulcro estaba cubierto de velas. En medio de
ellas había un florero con un ramo de crisantemos.
De niño, cuando veía un crisantemo, no sé por qué,
sentía ganas de llorar.
Jaroslav Seifert (República checa, 1901-1986).
Obtuvo el premio Nobel en 1984).
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