"En este día el espejo opaco refleja la maldita casa. Maldita llama la gente a una casa que se va a derrumbar..."
(Fragmento)
(Fragmento)
Luego
ustedes siguen caminando. Por allí hay un camino que pasa por el almacén de
carbón y llega hasta el mar. Se callan. Esperas la primera palabra, se la dejas
a él para que no se te quede a ti la última. ¿Qué va a decir? ¡Rápido, antes de
que lleguen al mar, que lo hace a uno tan temerario! ¿Qué dice? ¿Cuál es la
primera palabra? ¿Puede ser que sea tan difícil que lo hace tartamudear, que lo
obliga a bajar la vista? O, ¿son los montones de carbón que se yerguen atrás de
las tablas que le arrojan sombras a los ojos y lo ciegan con su negrura? La
primera palabra… ahora la dijo: es el nombre de una calle. Así se llama la
calle donde vive la vieja. Y, ¿puede ser esto? Antes de saber que estás
esperando un hijo, ya te nombra la vieja, antes de decirte que te ama, te
nombra la vieja. ¡Estáte quieta! No sabe que ya estuviste con la vieja, tampoco
puede saberlo, no sabe nada del espejo. Pero, apenas lo dijo, ya se le olvidó.
En el espejo todo se dice para
que quede olvidado. Y apenas dijiste que esperas el hijo, ya te lo callaste. El
espejo lo refleja todo. Los montones de carbón ceden ante ustedes, allí están
frente al mar y están viendo los barcos blancos como preguntas en el límite de
su mirada, esténse quietos, el mar les saca la respuesta de la boca, el mar
devora lo que iban a decir.
Desde entonces ustedes
remontan seguido la playa, como si la estuvieran bajando, a casa como si se
fueran yendo, y lejos como si regresaran a casa.
¿Qué están cuchicheando
aquellas con sus cofias claras? “Ésta es la agonía”. Deja que hablen.
Algún día el cielo estará lo
suficientemente pálido, tan pálido que resplandecerá su palidez. ¿Habrá otro
resplandor que el de la postrera palidez?
En este día el espejo opaco
refleja la maldita casa. Maldita llama la gente a una casa que se va a
derrumbar, la llaman maldita, no lo saben mejor. No los tiene que asustar. El
cielo ahora está lo suficientemente pálido. E igual que el cielo en la palidez,
la casa, al final de la maldición, está esperando la felicidad. De tanta risa
fácilmente llegan las lágrimas. Ya lloraste bastante. Retoma tu corona. Pronto
también podrás deshacer las trenzas. Todo en el espejo. Y en el fondo de todo
lo que hacen, yace, verde, el mar. Cuando salen de la casa, está delante de
ustedes. Cuando ustedes vuelven a salir de las ventanas hundidas, habrán
olvidado. En el espejo todo se hace para que sea perdonado.
Ilse Aichinger (Alemania, 1921).
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