Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

jueves, 1 de mayo de 2014

Escribiendo sobre el espejo: la literatura especular

 
Ya en la antigua Roma, el poeta Marcial, protegido de Séneca, en uno de sus versos se refirió al espejo como un "consejero de la hermosura". José Saramago emprende una reflexión de raíces borgianas en su novela El evangelio según Jesucristo, cuando propone: "El espejo y sus sueños son cosas semejantes, son como la imagen del hombre ante sí mismo". Por su parte, Octavio Paz en el Laberinto de la soledad establece que "La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida".
 
Para Xavier Villaurrutia el mar es el espejo del cielo, mientras que Paul Éluard se refería al espejo de un instante y James Joyce recordaba a los que a medianoche se hablan ante el espejo. Allen Ginsberg, símbolo de la denominada generación beat, con su marcada óptica existencialista hablaba de un "espejo vacío". Más sencillo era Luis Alcaraz, quien en su canción Bonita le pedía a la bella que hiciera pedazos su espejo para ver si así él dejaba de sufrir, a la manera de Pierre de Ronsard en su Madrigal: "¡Que se rompa el espejo en que se mira llenándose de orgullo tu hermosura!". Y Manuel Machado inicia el poema Chouette dando por hecho que: "En cualquier parte hay un espejo..."

Stéphane Mallarmé, en Herodías lo describía así: "¡Oh espejo! Agua fría que el tedio logró ver congelada..." Lo cual me remite a una frase de Yasunari Kawabata que proviene de su espléndida novela País de nieve, en la que el espejo adquiere un papel preponderante a lo largo de la misma: "Aquella blancura que habitaba en las profundidades del espejo era la nieve".

Ambrose Bierce, en su Diccionario del Diablo, definía de esta manera a los espejos: “Cristal plano sobre el que aparece un espectáculo efímero que produce desilusión al hombre”. Jorge Luis Borges, en un poema que le dedicó a María Kodama, decía que la luna, colmada por el llanto de largos siglos de vigilia humana, es nuestro espejo.

El primer espejo fue un obsequio de la naturaleza, en el momento en que el ser humano pudo ver el reflejo de su propia imagen sobre la superficie del agua. Los primeros espejos eran de metal brillante como la plata y el bronce. La historia ubica la invención del espejo en Sidón. Se cuenta que el sabio Arquímedes, cuando tenía 73 años de edad, utilizando unos espejos ustorios para provocar el fuego en las naves romanas, logró evitar la invasión de Siracusa. Antes de que eso ocurriera, la mitología griega le asignaba a Perseo la leyenda de haber vencido a la Medusa utilizando su escudo como un espejo en el que ella vio reflejado su rostro, lo que ocasionó su destrucción.

En Mesoamérica, los espejos se hacían con pirita -un mineral metálico de color amarillo- y se les concedían cualidades adivinatorias ya que les permitían comunicarse con los dioses y sus ancestros, por lo que poseían un valor de oráculos llenos de presagios y conocimientos ocultos, además de que se les consideraba una puerta de acceso a otro mundo.

Los espejos fueron objeto del primer caso de espionaje industrial de que se tenga memoria y de ese modo el rey Luis XIV, de Francia, pudo llenar con espejos el Palacio de Versalles, robando a unos venecianos de la isla de Murano la fórmula que amalgama el metal con mercurio. El proceso de fabricar espejos con plata fue descubierta en el siglo XIX y se le atribuye su invención al alemán Justus von Liebig, en 1835.

Según Bertolt Brecht, el arte refleja la vida con espejos especiales, y Karl Marx afirmaba: "El espejo era defectuoso porque el hombre es una parte interesada de la realidad que observa. No existe ojo ideal posible en una sociedad dividida por la lucha de clases."

Imposible pasar por alto que don Quijote venció al caballero de los espejos, ni tampoco que después de visitar el país de las maravillas la nueva aventura de Alicia era: "Juguemos a que existe alguna manera de atravesar el espejo; juguemos a que el cristal se hace blando como si fuera una gasa, de manera que pudiéramos pasar a través de él", en A través del espejo, de Lewis Carroll. "Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento... Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas", diría Max Estrella, el personaje teatral de la obra Luces de Bohemia, de Ramón del Valle Inclán, y que después refiere José Hierro en su poema Lear King en los claustros: "... reflejo mío en los espejos cóncavos y convexos que inventó Valle-Inclán."

Julio Cortázar describe en un texto titulado El otro Narciso, la manera como una minúscula ave tropical, más pequeña que un gorrión, se encuentra con su propia imagen en el espejo retrovisor de un automóvil estacionado "enfrentando el espejo y viéndose, reconociendo al otro pájaro idéntico a él, y entonces salta agitado en el aire frente a su imagen, se precipita contra el espejo, y otra vez rechazado tiene que subir hasta posarse perplejo en el borde". Continúa observándolo y reflexiona: "Bruscamente vuela hacia los árboles y se pierde en el follaje; es nuestro turno de comentar enternecidos esa ilusión, ese diminuto teatro del artificio donde hemos visto representarse una vez más el drama de Narciso." En contraste con "el adolescente enamorado que se buscará hasta la muerte en el cruel espejo engañoso del estanque, el pajarito habrá olvidado ya su ansiedad y su deseo, sin duda porque en el no hay ansiedad ni deseo y mucho menos memoria."
 
El párrafo con el que concluye su reflexión, tras enumerar una serie de personajes míticos y la respectiva metamorfosis del deseo que se procuran a través de los espejos del sueño y del inconsciente, advierte que el pájaro ha regresado para insistir en un encuentro imposible:
 
"Sólo entonces sentimos, sólo entonces sabemos que eso no era un simulacro en el que buscábamos una analogía con nuestra condición solitaria de humanos, de narcisos aislados y excepcionales; ahora comprendemos que eso que estamos viviendo puede decirse con las palabras que nos han parecido solamente las de nuestro lado, y que Narciso puede tener alas o escamas o élitros o ramas y también memoria y deseo y amor. De pronto estamos menos separados del latir del día; nuestros espejos  llaman y devuelven otras imágenes; juegan con otros deseos, sostienen otras esperanzas; no somos la excepción. Narciso pajarito repite el mismo juego interminable en su pequeño estanque de azogue, en su engaño de amor que abraza la totalidad del mundo y sus criaturas."
 
De las obsesiones metafísicas a la expresión romántica o el delirio surrealista, incluidas las fobias de la fantasía vampírica, del lejano Oriente al sur del continente americano, el espejo ha sido un tema recurrente para los poetas desde antes de que Narciso -tema que aborda Lezama Lima en su poema La muerte de Narciso- se enamorara de su propia imagen y de quien también se ocupa Sor Juana Inés de la Cruz en la pieza teatral El divino Narciso, "Serpiente ponzoñosa no llega a tus espejos: lejos, lejos", establece la Naturaleza Humana para culminar luego:
 
Mi imagen representa
si Narciso repara,
clara, clara,
porque al mirarla sienta
del amor los efectos,
ansias, deseos, lágrimas y afectos.

Jules Etienne

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