(Fragmento final del capítulo VII)
Y la saliva pastosa entre sus dientes, y la pereza de su mano para mover el peine en sus cabellos, y el percutir de las mismas sílabas: «The fatber o'your cbild»... «Al padre de tu niño...»
«Entre los brazos de ella lo trocaron
en un hombre desnudo,
pero encima le echó su manto verde
y entonces ya fue suyo...»
Se tendió en la cama, larga, inválida... El vaho del calor no dejaba lugar al sueño... Igual que recibir en la cara el vapor que suelta una locomotora... Varias veces viajó ella asándose con el maquinista entre las plantaciones y el puerto... Se ahogaba... Púsose en pie para cerciorarse con su mano de lo que estaba cierta, porque lo veía, la ventana abierta de par en par, sólo defendida por el cedazo... Acercó los dedos a la redecilla en que del lado de afuera zumbaban los insectos pugnando por llegar a la luz que ella tenía encendida en su cuarto... ¡Tam Lin se nos ha ido!... ¿Quién era ella sino otro ser minúsculo, volandero, ansioso, detenido a la puerta de la felicidad por el destino?... Se volvió a su cama, el calzoncito celeste, sus senos como los bajo relieves cobrando ya otra dimensión..., desesperada de aquella cama en que no había un trecho que su cuerpo no hubiera caldeado... Era un candente hierro la flor de su deseo... «Le eché mi manto verde y entonces ya fue mío.»
Bajo la sábana blanca, Juambo la vio dormida. Jugó la tiza de las córneas al abrir y cerrar los ojos recordando que la sorprendió con el fulano en el oficio de las lavanderas, sobre la ropa, en la penumbra del domingo. Tras él subieron los perros. Le lamían las manos callosas de manejar el motocar. Por en medio de los pies le pasó una rata. Los perros la siguieron rasguñando el piso. Después se juntaron en la puerta y se durmieron con Sambito que se tendió en su hamaca.
El silencio quedó suelto. Ya todos dormían.
Miguel Ángel Asturias
(Guatemalteco fallecido en España, 1899-1974). Obtuvo el premio Nobel en 1967.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario