¡Soy un buen bromista! Porque cuanto menos tengo,
más tengo. Y lo sé muy bien. Encontré la manera de ser rico sin tener
nada, rico por el bien de los demás. Tengo el poder sin cargos. ¿De qué
estamos hablando? ¿De estos viejos padres, que luego de que se han desnudado, cuando
han dado todo a sus hijos ingratos, su camisa y sus calcetines, son abandonados,
dejados y con todas las miradas empujándolos a la fosa? Son unos malditos torpes. Nunca he estado, a fe mía, más amado ni más mimado que en mi
pobreza. Es que no soy tan tonto como para despojarme de todo, sin
quedarme con nada. ¿Es entonces sólo su bolso para dar? Yo, cuando lo
he dado todo, me quedo con lo mejor, conservo mi alegría, lo que he amasado en
cincuenta años de andar, arriba y abajo de la vida, en el buen humor y en la
picardía, y en la loca sabiduría o en la sabia locura. Y el suministro no
está a punto de terminarse. Lo abro para todos; ¡que todos saquen de
él! ¿Eso no es nada? Si recibo de mis hijos, también doy,
estamos libres. Y si sucede que éste da un poco menos que aquél, el cariño
pone el equilibrio; y nadie se queja.
¡Quien quiera ver un rey sin reino, un Juan sin
tierra, un bribón feliz, quien quiera ver un Breugnon de Galia, que me vea esta
tarde en mi trono, presidiendo la ruidosa fiesta! Hoy es
Epifanía. Por la tarde, hemos visto pasar por nuestra calle a los tres reyes
magos, su cuadrilla, un rebaño blanco, seis pastorcillos, seis pastoras
cantando; y los perros del barrio aullaban. Y esta noche estamos a la
mesa, todos mis hijos y los hijos de mis hijos. Son treinta,
contándome. Y los treinta gritamos juntos:
¡El rey bebe!
El rey soy yo.
Romain Rolland (Francia, 1866-1944).
Obtuvo el premio Nobel en 1915.
(Traducido del francés por Jules Etienne).
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