Despertóse nervioso, calenturiento. Mal despierto y mal dormido toda la noche, despierto y dormido había soñado con la regia cabalgata de los Reyes Magos. Con los más ricos materiales recogidos en la realidad forjó la imaginación del niño deslum- bradora comitiva; caballos empenachados, con rendajes de oro, y sobre ellos los Reyes resplandecientes de joyas, y detrás los camellos cargados de tiendas enteras de juguetes y de cajas de dulces.
Apenas clareó el amanecer anhelado, de un brinco saltó
de la cama y corrió al balcón, trémulo de curiosidad y de esperanza.
Tan pequeño, que no alcanzaba a levantar la falleba,
era un manojillo de nervios vibrantes, morenucho, con la piel lisa de los niños
morenos en que se transparentan las venas muy azules; los ojos en continuo
abrir y cerrar; la nariz respingada; un feíllo con gracia para ser querido
antes que admirado; mimo de las madres, celosas siempre por femenil instinto,
que aguzado en los hijos hermosos al verlos acariciados por todos, prefieren el
menos atractivo, el que es de ellas sólo, el que sólo para ellas es lindo y
gracioso.
Al ruidoso forcejear del niño para abrir el balcón
acudió una criada dando gritos.
- ¡Demonio, que te vas a morir! ¡Vuelve a la cama!
- ¡Los reyes! ¡Quiero ver lo que me han traído los Reyes!
- ¡Qué tonto, qué tonto!
Era el hermano mayor, que reía desde la cama al
enterarse de lo que había ocurrido.
- Mira, mira -le decía al pequeño cuando la criada lo
subió en brazos a la cama-. Yo tengo ya mi regalo. -Y le enseñaba un duro de
los recién acuñados-. Me dijo papá anoche: “¿Tú crees en eso de los Reyes?
¡Tonto, más que tonto! ¡Los Reyes son papá y mamá!”
- ¡Mentiroso! -gritó el pequeño con ira-. Han venido
los Reyes y me han traído muchas cosas, y a ti nada, porque me haces rabiar...
- ¡Tonto, más que tonto! -seguía el otro implacable.
El pequeño rompió a llorar. Acudió el padre,
desazonado por la gritería, de mal temple, grave el rostro...
- ¿Qué ocurre?
Explicado el caso, el padre, educador, positivista,
tomó desde luego el partido de la razón práctica.
- Tu hermano tiene razón; no hay tales Reyes; ésas son
tonterías, y los hombres no creen en esas cosas...
El niño quedó aterrado ante las severas afirmaciones
de su padre. Lloraba callada- mente, con honda pena...
- ¿Lo ves, lo ves? -le decía triunfalmente el mayor.
Y él lloraba, lloraba... Entró la madre.
- ¿Qué tiene el niño? ¿Se puede saber por qué llora?
- ¡Déjalo, por tonterías!
- Corazón, ¿por qué lloras?
- Porque dice papá que no vienen los Reyes Magos, que
no hay Reyes Magos...
El padre se disponía a insistir con mayor severidad,
pero la madre lo contuvo con una mirada y, cariñosamente, se dirigió al niño.
- ¿Te han dicho eso? ¡Por hacerte rabiar! ¡Sí, hay
Reyes Magos, sí, vida mía! Unos Reyes muy buenos que quieren mucho a los
niños...
Y secando a besos las lágrimas del hijo, iba contando
la eterna leyenda y el niño, al oírla, se abrazaba a ella como si ansioso se
amamantara de nuevo al pecho de su madre, y con hipo de risa y llanto desafiaba
al padre y al hermano.
- ¿Ves lo que dice mamá? ¿Ves cómo es verdad todo?
Jacinto Benavente
(España, 1866-1954). Obtuvo el premio Nobel en 1922.
La ilustración corresponde a una crónica periodística conservada por la Biblioteca Nacional de España,
sobre la participación de Jacinto Benavente en la cabalgata de Reyes, del Ateneo de Sevilla en 1924.
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