(Fragmento de Un grupo de nobles damas)
Dama segunda. Barbara de la casa de Grebe, por el anciano médico
El año de formación de Edmond se había ampliado a catorce meses y la casa estaba lista para acogerlo a su regreso, en compañía de Barbara, cuando, en lugar del habi- tual correo para ella, llegó una carta para sir John Grebe escrita por el tutor, en la que se informaba de la terrible desgracia que les había ocurrido en Venecia. El señor Willowes y el tutor acudieron una noche al teatro la semana previa de Carnaval, con intención de presenciar una comedia italiana, y, por el descuido de uno de los apaga- velas, el teatro se había incendiado y venido abajo. Muy pocos perdieron la vida, gracias a los esfuerzos sobrehumanos de algunos de los miembros del público por rescatar a los heridos inconscientes, y de todos ellos fue el señor Willowes el que más heroicamente arriesgó su vida. Cuando entraba por quinta vez para salvar a sus congéneres, cayeron sobre él algunas vigas en llamas, y se le dio por muerto. Se recuperó, sin embargo, por obra de la Providencia, y aún conservaba la vida, si bien había sufrido quemaduras muy graves; y casi milagrosamente había logrado sobre- vivir, pues era su constitución de una fortaleza extraordinaria. Naturalmente, no se hallaba en condiciones de escribir, pero estaba recibiendo los cuidados de los mejo- res médicos. Tendrían más noticias con el siguiente correo o por emisario privado.
El tutor no detallaba el sufrimiento del pobre Willowes, pese a lo cual, nada más conocer la noticia, Barbara comprendió lo terrible que debió de para él y fue su instinto inmediato correr junto a su marido; pero, tras sopesar la posibilidad, juzgó imposible emprender tal viaje. Su salud estaba muy debilitada, y cruzar Europa en esa época del año o aventurarse a la travesía del golfo de Vizcaya en un velero eran empresas que difícilmente podían justificarse por su resultado. Estaba sin embargo ansiosa por partir, hasta que releyendo el final de la misiva cayó en la cuenta de que el tutor de su marido se mostraba de todo punto contrario a esta decisión, si es que llegaba a contemplarse, y los médicos eran de la misma opinión. Y, aunque el compa- ñero de Willowes se abstenía de exponer las razones, no tardaron éstas en descubrir- se poco después.
Sucedió que las peores quemaduras afectaron a la cabeza y el rostro del muchacho -ese rostro tan hermoso que a ella le había robado el corazón- y tanto el tutor como los cirujanos sabían que verlo antes de que las heridas hubiesen cicatrizado causaría en una dama joven y sensible más sufrimiento, por la impresión, que la felicidad que a él pudieran procurarle los cuidados de su esposa.
Thomas Hardy (Inglaterra, 1840-1928).
(Traducido al español por Catalina Martínez Muñoz).
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