(Estrofas iniciales)
El viento rugió durante toda la noche;
la lluvia era
tan pesada que caía en riadas;
pero ahora surge el
sol y brilla en calma;
los pájaros
cantan en los bosques distantes;
sobre su dulce
voz incuba la paloma;
el arrendajo
responde mientras el cuervo parlotea;
y el aire está
colmado con el placentero sonido del agua.
Todos los que
aman el sol están afuera;
el cielo se
regocija por el nacimiento de la mañana;
la hierba
resplandece con gotas de lluvia sobre los brezales;
la liebre corre
presurosa en su alegría;
y con sus patas sobre la tierra encharcada,
levanta una niebla vaporosa que,
iluminada por el sol,
corre con ella todo
el camino, adondequiera que vaya.
Yo era entonces un viajero que recorría el páramo;
vi a la liebre que alegre
saltaba alrededor;
oí bramar
a los bosques y las aguas lejanas
o no los oí, feliz como un niño:
la agradable estación ocupó mi corazón:
mis viejos recuerdos se esfumaron;
así como todo
lo humano, tan melancólico y vano.
Pero, como sucede a veces, a causa del poder
de la alegría, en mentes que ya no pueden ir más allá,
tan alto como hemos ascendido en el deleite
nos hundimos en nuestro desaliento;
es lo que me pasó esa mañana,
y miedos y fantasías cayeron espesos sobre mi;
tristeza y ciegos pensamientos, que no conocía ni podía
nombrar.
Escuché el trino de la alondra en el cielo;
y pensé en mí como si fuese la liebre juguetona:
soy como ese hijo feliz de la tierra;
como estas criaturas dichosas vago;
camino lejos del mundo, y de todo lo que importa;
pero podrán regresar a mí otro día-
la soledad, la pena, la angustia y la pobreza.
William Wordsworth (Inglaterra, 1770-1850).
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