Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 5 de diciembre de 2022

Diciembre: EL HOMBRE QUE RÍE, de Víctor Hugo

"Diciembre lo había despojado con el frío, la medianoche con el espanto..."

(Fragmento de la primera parte: El mar y la noche)

5. El árbol de la invención humana

En este mundo existen realidades que son como salidas a lo desconocido por las que parece posible que salga el pensamiento y por las que se precipita la hipótesis. La conjetura tiene su compelle intrare, si se pasa por ciertos lugares y delante de ciertos objetos no se puede hacer otra cosa que detenerse presa de los sueños y dejar que la mente divague. Hay en lo invisible oscuras puertas entreabiertas. Nadie habría podido encontrar a aquel difunto sin meditar.

La vasta dispersión lo consumía silenciosamente. Había tenido sangre que le habían bebido, piel que le habían comido, carne que le habían robado. Nada había pasado sin quitarle algo. Diciembre lo había despojado con el frío, la medianoche con el espanto, el hierro con el orín, la peste con los miasmas, la flor con los perfumes. Su lenta disgregación era un peaje, el peaje del cadáver a la ráfaga, a la lluvia, al rocío, a los reptiles, a las aves. Todas las manos sombrías de la noche habían excavado a aquel muerto.

Era un habitante extraño, el habitante de la noche. Estaba en una llanura y en una colina y no estaba allí. Era palpable y se había desvanecido. Era una sombra que completaba las tinieblas. Después de la desaparición de la luz del día, en la vasta oscuridad silenciosa, se ponía lúgubremente de acuerdo con todo. Aumentaba, sólo por estar allí, el duelo de la tempestad y la calma de los astros. Lo indecible que hay en el desierto se condensaba en él. Resto de un destino desconocido, se agregaba a todas las feroces reticencias de la noche. Había en su misterio una vaga reverberación de todos los enigmas.

 Víctor Hugo (Francia, 1802-1885).

(Traducido al español por Luis Echávarri).

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