(Fragmento)
Don Jacobo tenía un compadre.
- He pensado una cosa -le dijo un día.
- ¿Cuál? -le preguntó el compadre, sorprendido de que don Jacobo pensara algo.
- Lanzarme a la revolución.
- ¡Pero compadre!...
Hubo un momento de silencio, durante el cual don Jacobo escupió por un colmillo.
- ¿Lo ha pensado usted bien?
- No me queda otro recurso; ya usted lo ve, no hay destinos, nadie presta, y luego mi
mujer...
- Pero compadre -repitió don José de la Luz, que así se llamaba el interlocutor.
- Lo único que me falta es caballo y armas.
- Es decir, todo.
- Casi.
- Para pelear se necesitan armas.
- Cabal.
- ¿Y contra quién va usted a pelear?
- Pues contra cualquiera, yo lo que necesito es la revolución.
- Pero usted ¿no tiene principios políticos?
- Pues vea usted, compadre; en cuanto a eso, usted sabe que al hombre lo hacen las
circunstancias.
- Pero usted puede elegir. Diga usted.
Don Jacobo meditó profundamente con la vista fija en tierra, y luego preguntó:
- Ahora ¿quiénes están mejor?
- ¿Cómo mejor?
- Quiero decir, ganando.
- Pues los liberales siempre ganarán, compadre, a la larga o a la corta. Por mi parte yo voy
a los liberales a ojos vistos, es albur que sale; porque mire, aquí no pega lo de los
extranjeros ni lo de las coronas.
- Sí, eso ya lo sé, compadre.
- ¿Se acuerda de lo de Tampico?
- ¡Pues no!
- Y ya usted sabe que van los mochos, que vienen los mochos, pero siempre la libertad
triunfa. Éste es país libre, compadre.
- Pues con los liberales, compadre, dijo don Jacobo iluminado.
José Tomás de Cuéllar (México, 1830-1894).
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