Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

domingo, 30 de junio de 2024

Mirándolas dormir: DORMIR EN TIERRA, de José Revueltas

"... sin paredes ya, sin aliento, un cuarto como el mar, solitario como el mar."

(Fragmentos del capítulo 3)

- Otra vez el infierno -dijo en seguida en voz muy queda y misteriosa. Estaba solo en el puente y hablaba con el mar. La tierra había desaparecido. La tierra. - Dime cualquier cosa, lo que se te antoje -volvió a pedir, la vista clavada en las olas, en esos torsos, en esos pedazos de cíclope que inútilmente querían recobrar otra vez su forma completa, enlazados, desesperados. Debía sufrir; el mar también debía sufrir, grande y esclavo, sin reposo, insomne desde el principio de los siglos. Debía sufrir de eternidad-. Acuérdate. Ella salió de noche. Acuérdate, mar. Dime algo. En esa ocasión quiso dormir en tierra. Dormimos. Después salió. Dime, mar.

Se entregaba a este recuerdo con una ferocidad suicida, libre, sin trabas, una ciega ferocidad de toxicómano vencido. Era una siniestra perturbación de su alma, un fascinante morbo que iba y venía en el tiempo para aparecer cuando menos lo esperaba, sin evocarlo, igual que un planeta del martirio que repitiese su órbita de vez en vez.

Ella había insistido en dormir en tierra, cuando menos esa noche de aniversario, después de tres años de vivir con él a bordo del balandro. El balandro era su casa, una patria única, una posesión inalienable.

Fue por los tiempos en que él estuvo fuera de la Armada, cuando lo dieron de baja por haber participado en la sedición de una fragata que había secundado a ciertos locos generales de tierra adentro, sublevados contra el régimen. Se hizo patrón del balandro, entonces, y así vivió.

Se habían mirado larga y osadamente en el muelle, sin decirse una palabra y luego ella subió a bordo para quedarse ahí en el barco a vivir. Casi no iba vestida, descalza, la ropa en jirones, bella y escalofriante como una tempestad. El caso es que durante esos tres años nunca habían dormido juntos en tierra.

Era hermosa como un relámpago y amaba como si matara, como una criminal que ya no tiene nada en el mundo sino ese amor, suyo hasta el exterminio y la ceniza.

Quería que durmieran en tierra esa única vez. Había en ella algo maduro y terrible, una profundidad hermética, de bestia melancólica, rodeada de silencios.

"... la miró salir del cuarto, cerrar la puerta a sus espaldas, perderse, en fin. Iba con los pies desnudos, desnuda toda bajo el solo corpiño de gasa."

(...)

“Dime algo mar…, cualquier cosa, lo que sea, aunque no venga a cuento…”La había sentido deslizarse fuera de la cama con un aire predeterminado, alucinante, de helada hipnosis. Luego la miró salir del cuarto, cerrar la puerta a sus espaldas, perderse, en fin. Iba con los pies desnudos, desnuda toda bajo el solo corpiño de gasa. Esperó a que sus pasos se alejaran. Si no se hubiera ido la habría estrangulado al amanecer, antes de que volvieran al balandro, pasada esa noche en que dormían juntos en tierra por vez primera. El cuarto de la posada estaba vacío y a cada instante con menos paredes, sin paredes ya, sin aliento, un cuarto como el mar, solitario como el mar. Miró largamente por la ventana, inmóvil hasta deshumanizarse, hasta que se hubo desangrado por completo. La blanca figura de gasa caminaba por el muro del rompeolas en dirección al muelle. La sombra recia del timonel se desprendió del balandro, donde la aguardaba, para salir a su encuentro. Los vio unirse y zarpar.

Era cosa de salir de este recuerdo venenoso. Hacía esfuerzos por evadirse de aquel cuarto sin paredes, en la posada del puerto, desde donde los vio embarcar. Pero ese cuarto era lo mismo que el puente del remolcador donde ahora se encontraba, ceñido por las aguas, abandonado, solo, con la mirada fija sobre los dos jóvenes amantes que iban a entregarse en alta mar.

El balandro no volvió a aparecer ni nunca se tuvieron noticias de su destino. Quizá mar adentro ellos mismos habrían hundido la nave, para no volver jamás después de haberse amado. Ella se lo habría propuesto al timonel en alguno de esos pardos crepúsculos en que se quedaba con los labios abiertos contra el suelo, muerta de amor. Ella misma se lo habría pedido. “Tú debes saberlo, mar…”

José Revueltas
(México, 1914-1976).

sábado, 29 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EL RATÓN Y LA MUJER, de Dylan Thomas

"Durmieron abrazados la primera noche, unidos en la oscuridad..."

(
Fragmento)

7

Durmieron abrazados la primera noche, unidos en la oscuridad. Las sombras, despojadas de su antigua deformidad, se habían perfilado y recortado gracias a la presencia de la mujer. Y las estrellas los contemplaban y refulgían en sus ojos.

Mañana tendrás que contarme lo que sueñes, dijo él.

Será lo que he soñado siempre, dijo ella. Paseo por la hierba, voy y vengo por el mismo prado, hasta que me sangran los pies. Son siete imágenes de mí misma yendo y viniendo por el mismo lugar.

Ese es mi sueño. El siete es un número mágico.

¿Mágico?, dijo ella.

Una mujer modela un hombre de cera y le clava un alfiler en el pecho, y el hombre muere. Existe un pequeño demonio que nos dice lo que ha de hacerse. Muere una mujer y se la ve pasear. Una mujer se convierte en un monte.

Ella descansó la cabeza en el hombro del loco y se durmió.

Él la besó en la boca y le acarició el cabello.

Ella dormía, pero él no podía conciliar el sueño. Miraba las estrellas en atenta vigilia. Ahogado en terrores, las aguas hambrientas se cernían sobre su cráneo. Yo, yo tengo dentro un demonio, dijo.

Ella se revolvió al percibir las palabras, pero de nuevo quedó su cabeza inmóvil y yaciente su cuerpo en el lecho frío.

Tengo dentro un demonio, pero yo no le digo lo que ha de hacer. El demonio me levanta la mano y yo escribo, y de las palabras brota la vida. Ella es, por lo tanto, la mujer del demonio.

Ella emitió una queja de satisfacción y se acurrucó junto a él. El cálido aliento de la mujer recorría su cuello, y el pie de ella reposaba en el suyo como un ratón. Observó la belleza de su sueño. Aquella belleza no podía haber nacido del mal. Dios, a quien había buscado en su soledad, había hecho a esta mujer para ser su compañera, de igual forma que había dado antes a Adán aquella costilla de su cuerpo llamada Eva.

Volvió a besarla y la vio sonreír en el sueño.

Dios a mi lado, se dijo.

Dylan Thomas (Galés fallecido en Estados Unidos, 1914-1953).

(Traducido al español por Miguel Martínez-Lage).

viernes, 28 de junio de 2024

Mirándolas dormir: UNA AVENTURA, de Adolfo Bioy Casares

"... estaba despierto para desear que Violeta estuviera dormida (...) vi a Violeta boca abajo en su cama."

(
Fragmento)

Llegué al hotel, por fin. Creo que sólo estaba despierto para desear que Violeta estuviera dormida y no presenciara mi entrada. El deseo se cumplió. A la luz de la luna, que se filtraba por las entreabiertas cortinas del balcón, vi a Violeta, boca abajo, en su cama. Me desvestí con gran esfuerzo y caí en la mía.

Desperté en medio de la noche, seguro de que algo había sucedido fuera de mi sueño. Desperté como quien está drogado, como quien, bajo la acción del curare, siente y no puede moverse. Vaya uno a saber qué tenía el vino que me dio Mónica. Otras veces bebí más, pero nunca me ocurrió esto. Después de un rato se entreabrió la puerta. El gigantesco Petit Bob penetró en la habitación, miró a un lado y otro, se dirigió hacia la cama de mi compañera, se detuvo un momento, se inclinó, como si bajara desde muy alto, la tomó suavemente de los hombros, la puso boca arriba, se echó encima. No me pregunten cuánto tiempo transcurrió hasta que se levantó el individuo. Lo vi sentarse en el borde de la cama, sacar un atado de cigarrillos, prender uno, ponerlo entre los labios de Violeta, sacar otro, prenderlo para él. En silencio los dos fumaron los cigarrillos, hasta que el hombre dijo:

- Esta noche hay dos que lloran.

Oí, como si me lastimara, la voz de Violeta.

- ¿Dos que lloran?

- Dos. Uno es Pierrot, tu enamorado. Lo obligué a que me apostara una comida que yo no estaría contigo esta noche. Espera afuera, en la nieve. Por lo que he tardado, sabe que perdió.

Oí de nuevo la voz de Violeta:

- Dijiste dos.

- El otro es ese, que está en la cama y se hace el dormido, pero vio todo y está llorando.

Adolfo Bioy Casares (Argentina, 1914-1999)

El texto íntegro es posible leerlo en Ciudad Seva.

jueves, 27 de junio de 2024

Mirándolas dormir: CORRESPONDENCIA (1944-1959), de Albert Camus y María Casares


Sábado 31 de julio
(de 1948)

Llevo aquí seis días y todavía no me he hecho a tu ausencia. Tengo la impresión de haber vivido pegado a ti unas semanas vertiginosas y de haberme arrancado de ti de un tirón para ir a parar a la otra punta de Francia. Me he quedado tan desvalido que apenas si tengo la suficiente lucidez para percatarme de lo estúpido que es esto. Mi lugar no está aquí, eso es todo cuanto sé. Mi lugar está cerca de lo que amo. Todo lo demás es inane o teórico. Hace un rato, mientras paseaba, me dije también que era una estupidez vivir sin señales de vida tuyas. Si tú y yo nos queremos, tenemos que hablarnos, apoyarnos, hacer por nosotros. En eso consiste estar unidos y, hagamos lo que hagamos, estaremos unidos hasta el final. Así que escríbeme, escríbeme tan a menudo y tan extensamente como quieras. No me dejes solo, niña mía. No siempre somos fuertes, ni superiores a nuestros sentimientos, creas lo que creas. En las horas en que uno se siente el más mísero, sólo la fuerza del amor puede salvar de todo.

Y desde tanta distancia, aunque pueda notar cuán preñado de ti está mi corazón, no puedo imaginar el tuyo. Háblame, dime lo que haces, lo que sientes. A ver, ¿qué has hecho durante esta mortal semana? Una de las razones por las que dudaba en pedirte que me escribieras era también el deseo de no agobiarte, de no de no obligarte a pensar que estaba esperando y que tenías que escribirme. Pero, en resumidas cuentas, no me escribirás los días en que no te apetezca. Y, además, ¿por qué no agobiarte un poco? Así que escribe pronto, con todo tu corazón. Dame detalles de tu vida. Ayúdame a imaginarte. ¿Estás morena, tan guapa como para derretirse? ¿Cómo llevas el pelo? Desde que he llegado, lucho para expresarme: no doy ya con las palabras. Y también noto perfectamente qué mal te escribo. Pero mi único deseo sería callarme a tu lado, como en algunas horas, o despertarme mientras tú duermes aún, quedarme mucho rato mirándote, esperando a que despiertes. ¡Eso era, amor mío, eso era la felicidad! Y es lo que aún espero.

Mientras tanto los días pasan despacio, me levanto temprano, tomo un poco el sol, trabajo toda la mañana, como, leo después de comer, trabajo por la tarde y a última hora doy un paseo con Pat, un perro viejo que he convertido en un amigo, por las colinas resecas cuajadas de caracoles blancos diminutos, con una luz maravillosa. Por la noche sigo trabajando un poco, me acuesto temprano y duermo, por fin duermo. En vista de lo cual no tengo una pinta infame. Ahora mismo, moreno y rejuvenecido, a lo mejor tendría probabilidades de gustarte. La casa es grande y está en pleno campo. (El pueblo está a dos kilómetros). Unos árboles hermosos, cipreses, olivos, un campo opresivo de tan hermoso, todo habla aquí de belleza, no paro de pensar en ti. ¿Te he dicho que era el país de Petrarca y de Laura? «¡Saciado quedaré cuando aparezca!». Entretanto, me toca a mí tener hambre y sed.

Hace un rato la noche estaba llena de estrellas fugaces. Como me has vuelto supersticioso, les he colgado unos cuantos deseos que se han ido en pos de ellas. Que caigan como una lluvia sobre tu hermoso rostro, allá donde estés, a poco que alces la vista al cielo esta noche. Que te cuenten el fuego, el frío, las flechas, los terciopelos, que te cuenten el amor, para que te quedes erguida, inmóvil, petrificada hasta mi regreso, toda tú dormida, menos el corazón, y te despertaré una vez más... Adiós , niña mía, espero tu carta, te espero. Vela por ti. Vela por nosotros.

Albert Camus 
(Francés nacido en Argelia y fallecido en Francia, 1913-1960).
Obtuvo el premio Nobel en 1957.

La ilustración corresponde a una fotografía de María Casares en 1948,
año en que Camus escribió la carta en cuestión.

miércoles, 26 de junio de 2024

Mirándolas dormir: CRÓNICA DE LOS POBRES AMANTES, de Vasco Pratolini

"Sí, Alfredo, sí. Buenas noches."

(
Fragmentos)

Presta un poco de atención. Se trata de intereses tuyos también, si no me equivoco.

Ella calla. En su mente los pensamientos aparecen y desaparecen como las cifras, se derriten como los trocitos de hielo que ha puesto en el vaso. La voz del marido la sorprende mientras estaba con los ojos cerrados.

- Discúlpame si he levantado la voz -dice él-. Este registro es un cementerio de insolventes. Deberías alegrarte de que me interese. Se trata de nuestro porvenir.

(...)

Milena está en duermevela, dice que sí, y le gusta imaginarse detrás de la casa. La casa hace: trin-trin. ¿Duermes Milena?

- Tus padres te criaron entre algodones -le dice Alfredo-. Nadie se figuraría que has crecido en la vía del Corno -como ya ha apagado la luz, no advierte que le está hablando a su esposa dormida-. Pero tú sabes, porque has tenido muchos ejemplos a tu alrededor, que la vida no siempre es color de rosa. ¡Acuérdate de cómo viven en casa de Clara! ¡Piensa en cómo terminó Aurora! Sólo te pido que me ayudes a volver a poner la tienda en marcha. También es por tu propio interés, no es verdad? -repite-. En el negocio serás la patrona. Bastará con que estés atenta al dar los vueltos. Al principio no te preocupes si tardas. Ya irás aprendiendo.

- Sí, Alfredo, sí. Buenas noches.

Tú duermes, trin trin, y la primera claridad ya abraza los cipreses sobre las colinas.

(...)

"... pensó que María también estaría durmiendo desnuda, y la deseó."

Al fin se acostó definitivamente. Oyó a Beppino quejarse en el cuarto contiguo: pensó que María también estaría durmiendo desnuda, y la deseó.

- ¿Estás allí, Nanni? Gritaba el brigadier en ese momento desde la calle.

- Ahora me fijo, brigadier.

- No importa, adiós.

Vasco Pratolini (Italia, 1913-1991).

martes, 25 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EL CUARTETO DE ALEJANDRÍA, de Lawrence Durrell

"Por la mañana temprano, dormida entre mis brazos, sus cabellos esparcidos sobre la cara..."

(
Fragmentos de Justine)

Esos momentos son los que colman al escritor, no al enamorado, y perduran para siempre. Podemos evocarlos cuantas veces queramos o utilizarlos como fundamento para construir esa parte de la vida que es la tarea de escribir. Se los puede corromper con palabras, pero no destruir. Recuerdo otro momento semejante: yo tendido junto a una mujer dormida en un cuartucho, cerca de la mezquita.

(...)

Pero estaba también el reverso de la medalla: volver tarde de noche y encontrarla dormida, las pantuflas rojas tiradas en cualquier parte, la pequeña pipa de hachís sobre la almohada... Comprendía entonces que había empezado una de sus depresiones. No se podía hacer nada para aliviarla; palidecía, estaba melancólica, agotada, y durante días era incapaz de salir de ese letargo. Hablaba mucho sola, se pasaba horas escuchando la radio y bostezando, o bien hojeando con desgana una pila de viejas revistas de cine. Cuando el cafard de la ciudad se apoderaba de ella, yo me desesperaba tratando de imaginar la manera de despertarla de su apatía. Tendida en la cama, con ojos que miraban a lo lejos como una sibila, me acariciaba el rostro y repetía infatigablemente:

- Si supieras lo que ha sido mi vida me abandonarías. No soy mujer para ti, ni para hombre alguno. Estoy agotada. No malgastes tu bondad...

(...)

¡Ahl Si el lector hubiera podido verla como la veía yo en sus momentos más humildes y más tiernos, cuando recordaba que era sólo una niña, nadie habría podido acusarme de cobardía. Por la mañana temprano, dormida entre mis brazos, sus cabellos esparcidos sobre la cara, no se parecía a ninguna otra mujer en mis recuerdos; no, más que una mujer era como una criatura maravillosa en el período pleistoceno de su evolución. Y mucho más adelante, pensando en ella como lo hacía y lo he hecho en estos años, descubrí sorprendido que aunque la amaba profundamente sabiendo que no volvería a amar así a ninguna otra, retrocedía sin embargo ante la idea de que pudiera volver a mí. Las dos tendencias coexistían en mi espíritu sin excluirse. "Sí. Por fin he amado realmente. He sabido lo que es eso."

(...)

Iré a verlo de tu parte -dije, aunque me estremecía de asco ante la perspectiva. Pero Melissa se había quedado dormida con su morena cabeza sobre mis rodillas. Cada vez que algo la perturbaba, buscaba refugio en el mundo sin culpas del sueño, resbalando hacia él con la suavidad y la facilidad de un ciervo o un niño. Deslicé mis manos por debajo del desteñido quimono, acaricié suavemente su pecho, sus delgadas caderas. Se movió apenas, semidormida, murmurando palabras inaudibles, mientras yo la alzaba y la llevaba delicadamente hasta el diván. Me quedé largo rato mirándola dormir.

(Fragmento de Balthazar)

Un gordo se puso a bailar la danza del vientre con movimientos insinuantes de muslos y pelvis, y el grupo empezó a marcar el ritmo batiendo palmas. Salí y pasé delante de la miserable casa donde vivía Melissa, con la vaga esperanza de encontrarla despierta. Sentía necesidad de hablar con alguien; no, quería que alguien me diera un cigarrillo. Eso era todo. Después vendría el deseo de acostarme con ella, de tener en mis brazos ese cuerpo esbelto y tierno, de aspirar su olor agrio de alcohol y humo de tabaco, pensando todo el tiempo en Justine. Pero no había luz en la ventana; o dormía o no había llegado todavía.

"Pero ella estaba dormida (...) Al ser tendida en el baño caliente Melissa despertó sin agitarse..."

(Fragmentos de Mountolive)

En seguida hubo silencio y un solo sollozo seco y cansado. Naruz sintió que le acudían lágrimas a los ojos, pero todavía el embrujo lo retenía: incapaz de moverse, hablar ni siquiera sollozar en voz alta. La cabeza de su padre se inclinó sobre su pecho y la mano en que tenía el revólver cayó con él hasta que Naruz oyó el leve golpe del tambor sobre el piso. Un largo silencio estremecido se hizo en la pieza, en el corredor, en el balcón, en los jardines, por doquiera, el silencio de un alivio que permitía que la sangre aprisionada en el corazón y las venas circulase otra vez. (En alguna parte, suspirando dormida, Leila debía de haberse dado vuelta oprimiendo con sus disputados brazos blancos algún sitio fresco entre las almohadas.) Un solo mosquito zumbó. El embrujo se deshizo.

(...)

El alba rompía detrás de la ventana. Con un súbito impulso, él se fue al cuarto de baño y abrió el grifo. Salió el agua casi hirviendo, borbotando adentro de la bañera con un chistido de vapor. ¡Tenía que ser el hotel del Monte del Buitre para que hubiera agua caliente a esa hora y no a otra alguna! Excitado como un chico, la llamó:

- Melissa, ven a empaparte para sacarte el cansancio de los huesos, o si no, no te llevo a casa.

Pensaba cómo entregar las quinientas libras a Darley y disfrazar el origen del regalo. Nunca debería saber que provenía del epitafio hecho por un rival a la tumba de un copto,

- Melissa -llamó de nuevo. Pero ella estaba dormida.

Entonces la tomó en brazos y la llevó al cuarto de baño. Al ser tendida en el baño caliente, Melissa despertó sin agitarse, como una de esas maravillosas flores de papel japonesas que se abren en el agua. Se echaba lujuriosamente la tibieza del agua sobre los menudos pechos y los muslos que empezaban a ponérsele rosados. Pursewarden se sentó sobre el bidet, con una mano en el agua caliente, y le hablaba mientras despertaba.

"Clea se despereza y cruza las manos sobre la cabeza moviendo hacia atrás el casco de pelo dorado que resplandece..."

(Fragmentos de Clea)

No mucho antes del amanecer me desperté de pronto y la vi de pie, desnuda junto al lecho, con las manos unidas en actitud suplicante, como un mendigo árabe, como una pordiosera. Me sorprendí

- No te pido nada -dijo-, nada sino estar en tus brazos, para consolarme. Tengo la cabeza a punto de estallar esta noche y las drogas no me traen el sueño. No quiero quedar a merced de mi imaginación. Para consolarme, Darley, nada más. Unas caricias, un poco de ternura, es todo lo que pido. Todavía semidormido, le hice un sitio a mi lado con desgano. Ella lloraba, temblaba y siguió murmurando todavía durante un largo rato antes de que lograra calmarla. Por fin se quedó dormida, la oscura cabeza sobre la almohada junto a la mía.

(...)

Recordando aquellos pasajes de terrible perspicacia y profundidad -hay tantos en aquel extraño libro- me volvía hacia Clea dormida y estudiaba su perfil sereno para... devorarla, para beberla íntegramente, sin derramar una sola gota, para mezclar con los suyos los latidos de mi corazón. «Por más cerca que deseamos estar de la criatura amada, así, tan separados permanecemos siempre», escribe Arnauti. Aquella frase no reflejaba ya nuestra verdad. ¿O acaso, confundido por mi propia visión, me estaría engañando una vez más? No lo sabía ni me preocupaba; ya no me dedicaba a rumiar en la mente mis pensamientos, había aprendido a tomar a Clea como quien bebe un transparente sorbo del agua de un manantial.

-¿Me mirabas mientras dormía?

- Sí.

- ¡No debes hacerlo! ¿Qué pensabas?

- Muchas cosas.

- No es leal mirar a una mujer cuando duerme, cuando no está alerta.

- Tus ojos han vuelto a cambiar de color. Fuma.

(Una boca cuya pintura se corría levemente bajo los besos. Las dos comas, como dos pequeñas cúspides, dispuestas siempre a convertirse en hoyuelos cuando las perezosas sonrisas subían a la superficie. Clea se despereza y cruza las manos sobre la cabeza, moviendo hacia atrás el casco de pelo dorado que resplandece a la luz de la bujía. Antes no poseía ese dominio sobre su belleza. Ritmos y gestos recién nacidos, lánguidos sin duda, pero que revelan una nueva y deslumbradora madurez. Una sensualidad límpida no fragmentada ya por titubeos e indecisiones. La chiquilla ingenua de antes se ha transformado en esta hermosa y sorprendente criatura en la que cuerpo y mente parecen integrarse a la perfección. ¿Cómo pudo haber ocurrido esto?)

Lawrence Durrell
(Inglés nacido en India y fallecido en Francia, 1912-1990).

(La traducción de Justine y Balthazar es de Aurora Bernárdez,
la de Mountolive de Santiago Ferrari y la de Clea, de Matilde Horne).

lunes, 24 de junio de 2024

Mirándolas dormir: GABRIELA, CLAVO Y CANELA, de Jorge Amado

"Entró despacio y la vio dormida sobre una silla, con los largos cabellos esparcidos..."

Capítulo segundo de la primera parte: Un brasileño de Arabia

(Fragmento de Gabriela adormecida)

Introdujo la llave en la cerradura, resoplando por la subida; la sala estaba iluminada. ¿Habrían entrado ladrones? ¿O tal vez la nueva cocinera habría olvidado apagar la luz?

Entró despacito y la vio dormida sobre una silla, con los largos cabellos esparcidos sobre los hombros. Después de lavados y peinados se habían transformado en una cabellera suelta, negra, encaracolada. Vestía harapos pero limpios, seguramente los que traía en su atadito. Un desgarrón en la pollera dejaba ver un pedazo de muslo color canela, los senos subían y bajaban levemente al ritmo del sueño, el rostro sonreía.

- ¡Mi Dios! -Nacib se quedó parado, sin poder creer. La miraba con un espanto sin límites; ¿cómo se había escondido tanta belleza bajo el polvo de los caminos? Caído el brazo rollizo, el rostro moreno con la placidez del sueño, allí, adormecida en su silla, parecía un cuadro. ¿Cuántos años tendría? El cuerpo era el de una mujer joven, y sus facciones las de una niña.

- ¡Mi Dios, qué cosa! -murmuró el árabe casi con devoción.

Con el sonido de su voz, ella despertó asustada pero luego sonrió, y toda la sala pareció sonreír con ella. Se puso de pie, arreglando con las manos los trapos que vestía, humilde y clara como un rayo de luna.

- ¿Por qué no te acostaste y fuiste a dormir? -fue todo lo que Nacib acertó a decir.

- Como el mozo no me dijo nada...

- ¿Qué mozo?

- El señor... Ya lavé la ropa, arreglé la casa. Después me quedé esperando, y me agarró el sueño. -Tenía la voz cadenciosa de la nordestina.

De ella venía un perfume a clavo de olor, de los cabellos tal vez, quizá del cuello.

- ¿Sabes cocinar, de veras?

Luz y sombra en su cabello, los ojos bajos, el pie derecho alisando el piso como si fuera a salir a bailar.

- Sé, si señor. Trabajé en casa de gente, rica, me enseñaron. Hasta me gusta cocinar... -sonrió y todo pareció sonreír con ella, hasta el árabe Nacib que se dejó caer en una silla.

- Si de verdad sabes cocinar, te voy a pagar un sueldazo. Cincuenta cruzeiros por mes. Aquí pagan veinte, treinta a lo máximo. Si el trabajo te parece pesado, puedes buscarte una muchacha que te ayude. La vieja Filomena no quería ninguna, jamás quiso aceptarla. Decía que no se estaba muriendo para necesitar una ayudante.

- Yo tampoco quiero.

-¿Y del sueldo, que me dices?

- Lo que el patrón me quiera pagar está bien para mí...

Jorge Amado (Brasil, 1912-2001).

domingo, 23 de junio de 2024

Mirándolas dormir: DIARIOS, de John Cheever

"Sus redondos brazos sobre el cobertor. El pelo castaño, suelto. La cualidad perdurable de la seriedad y la pureza."

(1952: un párrafo)

«No, Nueva York no se parece en absoluto a Chicago; ni punto de comparación». Una cartel en la calle Veintitrés: «No pierda a su pareja por culpa de la grasa». Un escaparate lleno de crucifijos de plástico. La superficie de la ciudad es paradójica. Es una superficie reconfortante para los espíritus forjados a base de paradojas. En el sillón del dentista, vuelvo a pensar que soy como el prisionero que trata de escapar de la cárcel por una ruta equicocada. Sin comprobar si la puerta está abierta, sigo cavando el túnel con una cucharilla. Ay, pienso, si pudiera saborear un poco de éxito. Pero ¿me aproximo al éxito ahondando el pozo en el que estoy? Por las mañanas, dormida, Mary parece la joven de la que me enamoré. Sus redondos brazos sobre el cobertor. El pelo castaño, suelto. La cualidad perdurable de la seriedad y la pureza.

John Cheever
(Estados Unidos, 1912-1982).

sábado, 22 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EN EL OJO DE LA TORMENTA, de Patrick White

"... allí estaba acostada esa muchacha, la enfermera que se había ido con él a la cama. Podía escuchar su respiración dormida."

(
Fragmento del capítulo siete)

Sir Basil Hunter estaba roncando. A pesar de que ella jamás se hubiera imaginado caer dormida junto a un hombre desconocido y sin ropa, luego de bostezar se encontró caminando con Col Pardoe, sólo podía ser con él, entre las hamacas verdes de Noamurra que anunciaban con grandes letras impresas en una valla publicitaria: Noamurra da la bienvenida al marido y su esposa, y sus brazos parecían complacidos de confirmar lo que ya sabía.

Basil despertó. La oscuridad que le rodeaba debió alcanzar las profundidades más negras. Tanteó en busca de un vaso para diluir un Alka-Seltzer, no porque tuviera resaca, sino porque era una bebida que lo calmaba y reconfortaba a mitad de la noche; le gustaba creer que para dormir con más inocencia, luego de ingerir el prístino trago. Tanteando a oscuras, encontró su reloj, sólo para recordar que su vista ya no era capaz de reconocer la hora en su carátula luminosa. De modo que comenzó a buscar a tientas hasta toparse con la lámpara, entonces advirtió que no debía encenderla: allí estaba acostada esa muchacha, la enfermera que se había ido con él a la cama. Podía escuchar su respiración dormida.

Patrick White
(Australiano nacido en Inglaterra, 1912-1990). Obtuvo el premio Nobel en 1973.

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

viernes, 21 de junio de 2024

Mirándolas dormir: SOBRE HÉROES Y TUMBAS, de Ernesto Sabato

"Y empezó a respirar hondamente, ya dormida. Había dejado caer sus zapatos al suelo..."

(Fragmento del capítulo XI)

Mientras él se sentaba, ella, sin agua, tragaba las dos píldoras. Luego se recostó en la cama, con las piernas encogidas cerca del muchacho.

- Tengo que descansar un momento -explicó, cerrando los ojos.

- Bueno, entonces me voy -dijo Martín.

- No, no te vayas todavía -murmuró ella, como si estuviera a punto de dormirse-; después seguiremos hablando..., es un momento...

Y empezó a respirar hondamente, ya dormida.

Había dejado caer sus zapatos al suelo y sus pies desnudos estaban cerca de Martín, que estaba perplejo y todavía emborrachado por el relato de Alejandra en la terraza: todo era absurdo, todo sucedía según una trama disparatada y cualquier cosa que él hiciera o dejara de hacer parecía inadecuada.

"Martín veía sus pechos desnudos entre la blusa entreabierta."

(Fragmento del capítulo XVII)

Sentado al borde de la cama, lleno de confusión, de miedo, Martín veía sus pechos desnudos entre la blusa entreabierta. Por un instante pensó que de algún modo, él, Martín, estaba de verdad siendo necesario a aquel ser atormentado y sufriente. Entonces cerró la blusa de Alejandra y esperó. Poco a poco la respiración de ella empezó a ser más acompasada y regular, sus ojos se habían cerrado y parecía adormecida. Así pasó más de una hora. Hasta que, abriendo los ojos y mirándolo, pidió un poco de agua. Sostuvo con uno de sus brazos a Alejandra y le dio de beber.

- Apagá esa luz -dijo ella.

Martín la apagó y volvió a sentarse a su lado.

- Martín -dijo Alejandra con voz apagada-, estoy muy, muy cansada, quisiera dormir, pero no te vayas. Podes dormir aquí, a mi lado.

Él se quitó los zapatos y se acostó al lado de Alejandra.

- Sos un santo -dijo ella, acurrucándose a su lado.

Martín sintió cómo de pronto ella se dormía, mientras él trataba de ordenar el caos de su espíritu. Pero era un vértigo tan incoherente, los razonamientos resultaban siempre tan contradictorios que, poco a poco, fue invadido por un sopor invencible y por la sensación dulcísima (a pesar de todo) de estar al lado de la mujer que amaba.


Ernesto Sabato (Argentina, 1911-2011).

jueves, 20 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EL PALACIO DEL DESEO y ENTRE DOS PALACIOS, de Naguib Mahfuz

"...había pasado la noche en la sala de visitas (...) despierta y sufriendo delirios febriles la mayor parte de la noche, y dormida con un sueño pesado, enfermizo e inquieto..."

Entre dos palacios (1956)

(Fragmento del capítulo 58)

No había llorado de celos, o quizás estos se ocultaban de momento tras espesos velos de repugnancia y cólera, como se oculta el fuego tras las nubes de humo. Era como si ella hubiera llegado a preferir la muerte a quedarse con él bajo un mismo techo, aunque fuera un solo día, después de lo que había pasado. En efecto, había abandonado su alcoba y había pasado la noche en la sala de las visitas, despierta y sufriendo delirios febriles la mayor parte de la noche, y dormida con un sueño pesado, enfermizo e inquieto el resto del tiempo. Se despertó por la maña- na, totalmente decidida a irse de la casa. Quizás esta decisión fue la única en la que encontró un calmante para sus sufrimientos.

"... llegó al dormitorio, a la luz de la lámpara de la sala. Echó una mirada sobre la cama y la vio dormida."

El palacio del deseo
(1957)

(Fragmento del capítulo 38)

El ardor de Yasín remitió al encontrarse solo en el coche, tras la marcha de Kamal. Parecía estar meditando a pesar de su borrachera. Había pasado de la una, y hacía tiempo que se había entrado en esa parte de la noche en que se empieza a ser sospechoso, sobre todo, cuando podría encontrarse a Zannuba que, o bien estaría ya levantada esperándolo encolerizada, o bien se levantaría en cuanto llegara. En todo caso, la noche no pasaría en paz, o al menos, en completa paz.

Dejó el coche en la desviación de Qasr el-Shawq y penetró en las oscuras sombras, encogiendo sus anchos hombros con indiferencia y diciéndose a sí mismo en voz baja: «Yasín no tiene por qué inquietarse por una mujer». Repitiéndose estas pala- bras, subió los escalones, mientras se guiaba en las tinieblas por la balaustrada. A pesar de haberse repetido esas palabras, no estaba completamente tranquilo. Abrió la puerta y entró, luego llegó al dormitorio, a la luz de la lámpara de la sala. Echó una mirada sobre la cama, y la vio a ella dormida. Cerró la puerta para impedir que entrara la suave luz que provenía de la sala. Empezó a quitarse la ropa despacio y con precaución, tranquilizándose al verla profundamente dormida. Mientras tanto, en su mente, trazaba un plan para deslizarse dentro de la cama.

- ¡Enciende la lámpara -le llegó una voz- para que mis ojos se alegren al verte!

Volvió su cabeza hacia la cama y sonrió con resignación. Después preguntó como sorprendido:

- ¿Estás despierta? Creía que estabas dormida. No deseaba molestarte.

Naguib Mahfuz
(Egipto, 1911-2006). Obtuvo el premio Nobel en 1988.

(El palacio del deseo fue traducido al español por María Dolores López Enamorado, quien también
formó parte del equipo de cinco personas que realizó la traducción colectiva de Entre dos palacios).

miércoles, 19 de junio de 2024

Mirándolas dormir: LOS HEREDE- ROS, de William Golding

"... la cara de ella era como la de una mujer dormida que lucha con un sueño terrible."

(
Fragmento del capítulo 8)

Lok bostezó y se reclinó en el hueco de la copa del árbol, donde estaba a cubierto de las miradas de la gente. El campamento no era más que una fluctuación de la luz reflejada en los árboles. Miró a Fa, invitándola a dormir a su lado. Lok le veía la cara y los ojos que espiaban a través de la hiedra y no parpadeaban. Tan absorta estaba Fa en su vigilancia que cuando Lok le tocó la pierna con la mano no dejó de mirar. Lok vio entonces que Fa abría la boca y que la respiración se le aceleraba. Fa apretó la madera podrida del árbol muerto. La madera se cascó y desmenuzó convirtiéndose en una pulpa húmeda. A pesar de sentirse tan cansando eso interesó a Lok y lo asustó un poco. Tuvo la imagen de un nuevo que subía al árbol, y echándose hacia atrás comenzó a apartar las hojas. Fa lo miró de soslayo y la cara de ella era como la de una mujer dormida que lucha con un sueño terrible. Tiró de la muñeca de Lok y lo obligó a echarse. Luego lo tomó por los hombros y ocultó la cara en el pecho de él. Lok la abrazó, y el Lok exterior sintió un placer cálido. Pero Fa no quería jugar. Se arrodilló otra vez y puso la cabeza contra el pecho de Lok mientras Lok sentía en la mejilla los latidos apresurados del corazón de ella. Trató de ver qué la asustaba tanto, pero Fa lo sujetó y Lok sólo pudo ver el ángulo del mentón de Fa y los ojos abiertos, abiertos constantemente, y vigilantes.

La pelusilla volvió a la cabeza de Lok y el cuerpo de Fa estaba caliente. Lok cedió, pues sabía que Fa lo despertaría cuando la gente durmiera y pudieran huir con las niñas. Se acurrucó en los brazos de Fa, y dejó que la pelusilla que flotaba ahora en la oscuridad se transformase en todo un mundo de sueño agotado.

William Golding
(Inglaterra, 1911-1993). Obtuvo el premio Nobel en 1983.

(Traducido al español por Luis Echávarri).

martes, 18 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EL VALLE DEL ISSA, de Czeslaw Milosz

"Tomás está sentado debajo de un peral y aspira el perfume de las peras marrones, arrugadas, caídas a tierra: olor a jardín que se marchita."

(
Fragmento inicial del capítulo 66)

Tomás tenía trece años cumplidos cuando hizo un descubrimiento: a una auténtica aflicción suele seguirle una auténtica alegría, y entonces uno olvida cómo era el mundo cuando esa alegría no existía.

La escarcha cubre las flores de los coronados. Un herrerillo levanta el vuelo desde una ramita, en cuyo extremo se insertan unas bolitas blancas, y la deja oscilando. Frente a la ventana de la habitación que antes ocupaba la abuela Dilbin, Tomás está sentado debajo de un peral y aspira el perfume de las peras marrones, arrugadas, caídas a tierra: olor a jardín que se marchita. Miró las contraventanas. No, era todavía demasiado pronto. Aún debe estar dormida. ¿Y si ya estuviera despierta? Se acercó a la contraventana y levantó con precaución la falleba, pero en seguida retiró la mano.

Su nueva inquietud: ¿acaso la merecía realmente, pese a todo lo que se ocultaba en él? Si entre ellos había una cesta de frutas, elegía la peor para que ella no la cogiera. Cuando ponía la mesa, vigilaba que a ella no le tocaran platos desportillados (casi todos lo estaban); colocaba el tenedor y se detenía a pensar, pues le parecía que el suyo era demasiado bueno y a ella le habían dado uno más usado, y lo cambiaba rápidamente. Despertarla, sí, ¡cuánto le habría gustado hacerlo!, pero sería egoísmo de su parte.

Czeslaw Milosz
(Polaco nacido en Lituania, 1911-2004). Obtuvo el premio Nobel en 1980.

(Traducido del polaco por Anna Rodón Klemensiewich).

lunes, 17 de junio de 2024

Mirándolas dormir: DORMIDA y EVA, de Odysseas Elytis

"¡Es rubia cada página de tu sueño y según mueves tus dedos un incendio se esparce dentro de mí con vestigios tomados del sol!"

Dormida

La voz se corta en el trémulo viento y en sus árboles ocultos tú respiras
¡Es rubia cada página de tu sueño y según mueves tus dedos un incendio se esparce
Dentro de mí con vestigios tomados del sol! Y propicio sopla el mundo de las
imágenes
Y el mañana exhibe totalmente desnudo su pecho marcado por la inmutable estrellla
Que anochece la mirada cuando va a agotar un firmamento
Oh, no florezcas más en los párpados
Oh, no remuevas más en las matas del sueño
Sabes que súplica en los dedos el aceite enciende que guarda los portales del alba
Qué fresca revelación susurra en la espera el recuerdo convertido en hierba
Allí donde tiene esperanza el mundo ¡Allí donde el hombre no quiere ser hombre
en soledad y sin ningún Destino!

"Cortan los labios del día tu cabeza enfrentada a la soledad del sueño."

Eva

Te abandonas con ola en el silencio
Que asola mi habitada esperanza

Una antorcha al lado de la hoguera
Apuesta de los vientos nocturnos
Una marcha de sombra a la orilla de la Quimera
Una habitación
Habitación de hombres sencillos
Un misterio
Lavado y tendido en la mirada que deleita

En tu mirada o en la altura de su sol
Toda mi vida se vuelve una palabra
Todo el mundo tierra y agua
Y todas las llamas de mis dedos
Violan los labios del día
Cortan los labios del día
Tu cabeza

Enfrentada a la soledad del sueño.

Odysseas Elytis
(Grecia, 1911-1996). Obtuvo el premio Nobel en 1979.

(Traducido al español por Ramón Irigoyen).