(Fragmento)
Un domingo de enero, en que había ido a escuchar el
sermón, el pastor habló de los sabios de Oriente que visitaron a Jesús en el
pesebre. Citó el versículo del Evangelio de San Mateo, que nada dice en cuanto
al número y la condición de los piadosos personajes que ofrendaron oro,
incienso y mirra a Jesús.
Durante los siguientes días, Egon no pudo impedirse a
sí mismo pensar en esos sabios de Oriente que, a pesar de ser protestante, él
se figuraba, según la leyenda católica, que estaban coronados y eran tres:
Gaspar, Baltasar y Melchor. Los Reyes Magos, el negro en el centro, desfilaban
ante él. Se los imaginó portadores de oro a los tres. Unos días después, no los
veía de otra manera que con los rasgos y vesti- mentas de esos nigromantes
alquimistas que, a su paso, todo lo transmutan en oro.
Toda esta fantasmagoría se la inspiraba el amor que
sentía por ese oro que le permi- tiría desposar a su prima. Perdió en ellas la
sed y el apetito, como si, tal un nuevo Midas, no tuviese por alimentos otra
cosa que los lingotes transmutados por los astrólogos cuyas osamentas se honra
de poseer la catedral de Colonia.
Investigaba en las bibliotecas, leyendo todo lo
relacionado con los Tres Reyes Magos: el venerable Veda, las leyendas antiguas
y todos los autores modernos que han discutido la autenticidad de los
Evangelios. Después, echaba a andar rumiando sus dorados pensamientos:
- ¡Qué inestimable valor debe tener ese tesoro! En
ninguna parte está escrito que ese oro haya sido distribuido, empleado,
gastado, escondido o hallado…
Hasta que una tarde, Egon debió reconocer que deseaba
ese tesoro de los Reyes Magos. Además de la dicha amorosa, este hallazgo le
proporcionaría una gloria indis- cutible.
Apollinaire: Wilhelm-Albert Wlodzimierz Apolinary Kostrowicki
(Francés nacido en Italia, 1880-1918).
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