Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

sábado, 23 de diciembre de 2023

Solsticio de invierno: EL TIEMPO DE LOS REGALOS, de Patrick Leigh Fermor

"... ese resto sin dueño de las estaciones que se extiende desde el solsticio de invierno al Año Nuevo."
 
(Fragmento del capítulo 3: Por la alta Alemania)

El sol, como un enorme globo carmesí, estaba a punto de hundirse en el pálido paisaje. Me evocaba, y aún sigue haciéndolo, la primera vez que vi ese portento invernal. Vestía un trajecito de marinero, con el letrero H. M. S. Indomitable en la cinta de la gorra, y, a través de Regent’s Park, me apresuraban hacia casa para tomar el té, mientras los guardianes avisaban al público que era hora de cerrar. Vivíamos tan cerca del zoo que de noche oíamos rugir a los leones.
 
Aquel sol palatino fue el pabilo moribundo de 1933, el último vestigio de ese resto sin dueño de las estaciones que se extiende desde el solsticio de invierno al Año Nuevo. «Es la medianoche del año… la vitalidad del mundo se ha debilitado.» En el camino de regreso pasamos ante un grupo de jóvenes que estaban sentados en un muro bajo y entrechocaban los tacones mientras silbaban la Horst Wessel Lied entre dientes. «Me parece haber oído antes esa tonada…», dijo Fritz.
 
Aquella noche, en la hostería, vi que un joven cuyo cabello parecía de lino y que fijaba en mí sus ojos de mirada glacial. Con excepción de los ojos azul claro, tan separados que parecían los de una liebre, podría haber sido albino. Se levantó de improviso y se me acercó tambaleándose.
 
- So? Ein Engländer? («¿Cómo? ¿Un inglés?») -me dijo con una sonrisa sardónica-. Wunderbar! («¡Extraordinario!»).
 
Entonces su semblante sufrió un cambio, se transformó en una máscara de odio. ¿Por qué habíamos robado las colonias de Alemania? ¿Por qué Alemania no debía tener una flota y un ejército apropiados? ¿Creía yo que Alemania iba a obedecer las órdenes de un país gobernado por los judíos? Siguió un catálogo de acusaciones, que no expresó en voz demasiado alta, pero sí con claridad y vehemencia. Su cara estaba muy cerca de la mía, y el aliento le olía a schnapps.
 
- Adolf Hitler cambiará todo eso —-concluyó-. ¿Has oído por casualidad ese nombre?
 
Fritz cerró los ojos, emitió un gruñido de hastío y murmuró: «Um Gottes willen!» («¡Si Dios quiere!»). Entonces le tomó del codo, diciéndole: «Komm, Franzi!» («¡Ven, Fran!»), y, de una manera bastante sorprendente, mi acusador se dejó conducir a la puerta.
 
Fritz volvió a sentarse y me dijo: «Lo siento, ya ves cómo están las cosas». Por suerte, ninguno de los clientes sentados a las otras mesas se había dado cuenta de nada, y el detestable momento fue pronto sustituido por el jolgorio, la conversación, el vino y, más tarde, por canciones anunciadoras de la vigilia de san Silvestre. Cuando las primeras campanadas de 1934 sonaban en el exterior, todo se había mezclado en una luminosa confusión de música, brindis y felicitaciones.
 
 
Patrick Leigh Fermor (Inglaterra, 1915-2011).

(Traducido al español por Jordi Fibla).

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