Villette
(Fragmento)
- Fue una noche encantadora. ¡Oh, ese divino de Hamal! Y
luego ver al otro enfurruñarse y morir en la distancia; y la anciana, ¡mi
futura suegra! Pero me temo que Lady Sara y yo fuimos un poco groseros al
interrogarla.
- Lady Sara nunca la interrogó en absoluto; y por lo que
hiciste, no te inquietes en lo más mínimo: la señora Bretton sobrevivirá a tu
burla.
- Ella puede: las ancianas son duras; ¡Pero ese pobre
hijo suyo! Dime lo que dijo: vi que estaba terriblemente cortado.
- Dijo que te veías como si en el fondo ya fueras Madame
de Hamal.
- ¿Lo hizo? -gritó con deleite-. ¿Se dio cuenta de eso? ¡Qué encanto! Pensé que estaría
loco de celos.
- Ginevra, ¿has terminado seriamente con el Dr. Bretton?
¿Quieres que te entregue?
- ¡Oh! Sabes que no puede hacer eso: ¿pero no estaba
loco?
- Bastante loco -asentí-. Tan loco como una liebre de
marzo.
- Bueno, ¿y cómo lo llevaste a casa?
- ¡Sin embargo, de hecho! ¿No tienes piedad de su pobre
madre y de mí? Imagina que lo sostenemos fuerte en el carruaje, y él delirando
entre nosotros, listo para hacernos delirar a todos. El mismo cochero salió
mal, de alguna manera, y perdimos nuestro camino
- ¿No lo dices? Te estás riendo de mí. Ahora, Lucy Snowe.
- Les aseguro que es un hecho, y un hecho, también, que
el Dr. Bretton no se quedaría en el carruaje: se separó de nosotros y salió.
- ¿Y después?
- Después, cuando llegó a casa, la escena trasciende la
descripción.
Charlotte Brontë (Inglaterra, 1816-1855).
Cumbres borrascosas
(Fragmento del capítulo XXI)
- ¿No hay nada que puedas enseñar a tu prima? ¿Ni un
mal conejo o un nido de comadrejas? Anda, hombre, deja de cambiarte el calzado,
llévala al jardín y enséñale tu caballo.
- ¿No prefieres sentarte aquí? _preguntó él a Cati
indicando en su tono la poca gana que tenía de moverse.
- No sé... -contestó ella, dirigiendo a la puerta una
mirada que indicaba claramente que prefería hacer algo a sentarse.
Pero él se repantigó en su silla y se aproximó más al
fuego. Heathcliff se fue a buscar a Hareton. Se notaba que el joven acababa de
lavarse, en sus mejillas brillantes y su cabello mojado.
- Quiero hacerle una pregunta, tío -dijo Catalina-.
Este no es primo mío, ¿verdad?
- Sí -contestó él-. Es sobrino de tu madre. ¿No te
agrada?
Catalina le miró con extrañeza.
- ¿No es un buen mozo ? -siguió Heathcliff.
La joven se levantó sobre las puntas de los pies y habló
a Heathcliff al oído. Él se echó a reír. Hareton se puso sombrío, y yo reparé
en que era muy suspicaz para algunas cosas. Pero Heathcliff le tranquilizó al
decirle:
- ¡Ea, Hareton, te preferiremos a ti! Me ha dicho que
eres un... ¿un qué? Bueno, no me acuerdo... Una cosa muy agradable. Acompáñala
a dar una vuelta y pórtate como un caballero. No digas palabrotas, no la mires
cuando ella no te mire a ti, ruborízate cuando se ruborice ella, háblale con
dulzura y no lleves las manos en los bolsillos. Anda, trátala todo lo mejor que
puedas.
Emily Brontë (Inglaterra, 1818-1848).
Agnes Gray
(Fragmento del capítulo XII: El chaparrón)
- Veo mejor aquí, gracias, Nancy -respondí, llevando
mi labor junto a la ventana, donde tuvo la bondad de dejar que me quedara
tranquila, mientras ella cogió un cepillo para quitarle los pelos de la gata al
abrigo del señor Weston, le quitó cuidadosamente la lluvia del sombrero, y le
dio de cenar a la gata, sin dejar de hablar todo el rato: ora dando las gracias
a su amigo el clérigo por lo que había hecho, ora preguntándose cómo la gata
habría descubierto la conejera, ora lamentándose de las posibles consecuencias
de dicho descubrimiento. Él escuchaba con una sonrisa tranquila y bonachona y
finalmente, accediendo a sus insistentes invitaciones, tomó asiento, aunque
repitió que no tenía intención de quedarse.
- Tengo que ir a otro lugar .dijo- y veo (mirando el
libro que estaba sobre la mesa) que otra persona le ha leído.
- Sí, señor, la señorita Grey ha tenido la amabilidad
de leerme un capítulo, y ahora me ayuda con una camisa para Bill, pero me temo
que vaya a tener frío allí. ¿No quiere usted acercarse al fuego, señorita?
- No, gracias, Nancy, no tengo frío. Debo irme en
cuanto se acabe este chaparrón.
- ¡Ay, señorita! Si ha dicho usted que podía quedarse
hasta la caída de la tarde -exclamó la
anciana provocativa, y el señor Weston cogió el sombrero.
- No, señor -dijo ella-, por favor no se vaya ahora
que llueve tanto.
- Pero tengo la impresión de que impido a su visita
acercarse al fuego.
- En absoluto, señor Weston. -Respondí, esperando que
no habría ninguna maldad en un embuste de tal naturaleza.
- ¡No, ya lo creo! -exclamó Nancy-. Si hay sitio de
sobra.
- Señorita Grey -dijo él, medio en broma, como si
sintiera la necesidad de cambiar de tema aunque no tuviese nada especial que
decir-, quisiera que me disculpara usted ante el señor de la mansión cuando lo
vea. Estaba presente cuando he rescatado a la gata de Nancy, y no ha aprobado
exactamente mi hazaña. Le he dicho que la gata significaba más para ella que
todos los conejos para él, y tan audaz afirmación ha merecido que me dedicase
unas palabras muy poco caballerosas y me temo que le he replicado con demasiado
entusiasmo.
Anne Brontë (Inglaterra, 1820-1849).
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