(Fragmento del capítulo V)
Escondida tras de su persiana, Margot le veía montar a
caballo y perderse entre la bruma matinal que cubría los campos, dispuesta la
escopeta y rodeado de sus perros. Le seguía con los ojos con la misma emoción
que si fuese una castellana cautiva cuyo amante partiese para Palestina. Muchas
veces Gastón, al salir, en vez de abrir el postigo del seto, obligaba al
caballo a saltarlo, y Margot, al verlo, daba secretos suspiros, dulcísimos y
crueles a la vez. Se figuraba que en la caza se corrían los más grandes peligros,
y cuando Gastón regresaba a la noche, cubierto de polvo, le examinaba de pies a
cabeza para asegurarse de que no estaba herido, como si volviera de un combate;
pero cuando le veía sacar del morral una liebre o un par de perdices y
depositarlas sobre la mesa, la parecía tener ante sí un guerrero vencedor
cargado con los despojos del enemigo.
Alfred de Musset (Francia, 1810-1857).
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