Regresa la primavera a Vancouver.

lunes, 1 de agosto de 2016

Canícula: MADAME BOVARY, de Gustave Flaubert

"El termómetro, yo lo he observado, baja en invierno hasta cuatro grados, y en la canícula llega a veinticinco, treinta grados centígrados a lo sumo..."

(Fragmento del capítulo II)
 
- Además -decía el boticario-, el ejercicio de la medicina no es muy penoso en nuestra tierra; porque el estado de nuestras carreteras permite usar el cabriolet, y, generalmente, se paga bastante bien, pues los campesinos son gente acomodada. Según el informe médico, tenemos, aparte los casos ordinarios de enteritis, bronquitis, afecciones biliosas, etc., de vez en cuando algunas fiebres intermitentes en la siega, pero, en resumen, pocas cosas graves, nada especial que notar, a no ser muchas escrófulas, que se deben, sin duda, a las deplorables condiciones higiénicas de nuestra vivienda campesina. ¡Ah!, tendrá que combatir muchos prejuicios, señor Bovary; muchas terquedades de la rutina, con las que se estrellarán cada día todos los esfuerzos de su ciencia; pues todavía se recurre a novenas, a las reliquias, al cura antes que ir naturalmente al médico o al farmacéutico. El clima, sin embargo, no puede decirse que sea malo a incluso contamos en el municipio algunos nonagenarios. El termómetro, yo lo he observado, baja en invierno hasta cuatro grados, y en la canícula llega a veinticinco, treinta grados centígrados a lo sumo, lo que nos da veinticuatro Réaumur al máximo, o de otro modo cincuenta y cuatro Fahrenheit, medida inglesa, ¡no más!, y, en efecto, estamos abrigados de los vientos del Norte por el bosque de Argueil por una parte; de los vientos del Oeste por la cuesta de San Juan, por la otra; y este calor, sin embargo, que a causa del vapor de agua desprendido por el río y la presencia considerable de animales en las praderas, los cuales exhalan, como usted sabe, mucho amoniaco, es decir, nitrógeno, hidrógeno y oxígeno, no, nitrógeno a hidrógeno solamente, y que absorbiendo el humus de la tierra, confundiendo todas estas emanaciones diferentes, reuniéndolas en un manojo, por así decirlo, y combinándose por sí mismas con la electricidad extendida en la atmósfera, cuando la hay, podría a la larga, como en los países tropicales, engendrar miasmas insalubres; este calor, digo, se encuentra precisamente templado del lado de donde viene, o más bien, de donde vendría, es decir, no del lado sur, por los vientos del Sudeste, los cuales, habiéndose refrescado por sí mismos al pasar sobre el Sena, nos llegan a veces de repente como brisas de Rusia.
 
- ¿Tienen ustedes al menos paseos interesantes por los alrededores? -continuaba Madame Bovary hablando al joven pasante.
 
- ¡Oh!, muy pocos -contestó él-. Hay un sitio que se llama la Pâture, en lo alto de la cuesta, en la linde del bosque. Algunas veces, los domingos voy allí y me quedo con un libro contemplando la puesta del sol.
 
- No encuentro nada tan admirable –replicó ella- como las puestas de sol; pero, sobre todo, a la orilla del mar.
 
- ¡Oh!, yo soy un enamorado del mar.
 
- Y además, ¿no le parece -replicó Madame Bovary- que el espíritu boga más libremente sobre esa extensión ilimitada, cuya contemplación eleva el alma y sugiere ideas de infinito, de ideal?
 

Gustave Flaubert (Francia, 1821-1880)

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