Regresa la primavera a Vancouver.

sábado, 4 de febrero de 2017

Carnaval: BAILE DE MÁSCARAS, de Mijaíl Lermontov


(Fragmentos de las escenas I y II)
 
Príncipe: Usted elude mi agradecimiento.
Arbenin: Para decirle la verdad, no lo soporto. Jamás, ni a nada ni a nadie le debo algo yo en la vida; y si a alguien he pagado con el bien, no ha sido por quererle demasiado, sino simplemente porque he visto utilidad en eso.
Príncipe: No le creo.
Arbenin: ¿Quién lo obliga a creerme? Estoy acostumbrado a eso desde hace mucho tiempo y si no fuera por pereza me volvería hipócrita... Pero terminemos esta conversación. (Pausa). Si nos fuéramos a divertir un poco, no nos haría mal ni a usted ni a mí... Hoy es fiesta y creo que hay baile de carnaval en la casa de Engelhardt.
Príncipe: Es cierto.
Arbenin: Vamos.
Príncipe: Estoy contento.
Arbenin (consigo mismo): Entre la multitud descansaré un poco.
Príncipe: Allá hay mujeres, ¡una maravilla!... Y hasta dicen que suelen ir...
Arbenin: Que digan, a nosotros qué nos importa. Bajo el disfraz, todas las clases son iguales; las máscaras no tienen alma, ni nombre; tienen cuerpo; y si la máscara esconde sus facciones, hay que quitarle el antifaz con audacia.
(Salen).

Escena II
Máscaras, Arbenin, luego el príncipe Zviezdich.
(La multitud se pasea en el escenario. A la izquierda, un canapé)

Arbenin (entrando): En vano busco distracción en todas partes. Vivaz y ruidosa es la multitud ante mis ojos, pero sigue frío mi corazón y duerme mi fantasía. Son todos extraños para mí y yo también un extraño para ellos. (Se acerca el príncipe, bostezando) He aquí la nueva generación... y yo también fui alguna vez joven como ellos, por lo visto. ¿Qué tal, príncipe? ¿No conquistó todavía alguna aventura?
Príncipe: ¿Qué hacer? Hace una hora que estoy buscando.
Arbenin: ¡Ah!, ¿usted quiere que la felicidad lo busque a usted? Eso es muy nuevo... habría que hacerle conocer...
Príncipe: Todas las mascaritas son muy tontas.
Arbenin: Las máscaras nunca son tontas; si calla, es misteriosa; si habla, es encantadora. Usted puede siempre imaginar una sonrisa, una mirada que adorne sus palabras... Por ejemplo, mire usted allí, cómo se yergue noblemente esa alta máscara disfrazada de otomana... ¡Qué gordita! ¡Cómo respira su pecho, con pasión y libremente! ¿La conoce? ¿No sabe usted quién es? Tal vez una orgullosa condesa o baronesa. Una Diana en la sociedad y una Venus en el baile de máscaras. También podría ser que esa hermosura lo visitase esta noche por media hora en su casa. En ambos casos, no pierda el tiempo. (Se aleja).
 
El príncipe y la mascarita.
(Un dominó se acerca y se detiene; el príncipe, de pie, muy pensativo).

Príncipe: Todo eso está muy bien... pero, sin embargo, yo continúo bostezando... Pero he aquí que llega una... ¡Ojalá, Dios mío, que tenga suerte!
(Una mascarita, separándose del grupo, le golpea el hombro).
Mascarita: ¡Yo te conozco!
Príncipe: Pero, por lo visto, poco.
Mascarita: Y hasta sé qué es lo que estás pensando.
Príncipe: Entonces eres más feliz que yo. (Tratando de mirar debajo del antifaz) Si no me equivoco, tiene una boquita espléndida.
Mascarita: ¿Te gusto? Tanto peor.
Príncipe: ¿Para quién?
Mascarita: Para alguno de los dos.
Príncipe: No veo por qué... No me asustarás con tus adivinanzas, y aunque no soy nada astuto, ya averiguaré quién eres.
Mascarita: Así es que crees estar seguro del fin de nuestra conversación...

Mijaíl Lermontov (Rusia, 1814-1841).
La ilustración corresponde a una puesta en escena de Baile de máscaras, por la compañía teatral rusa Kolyada.

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