Sin duda es agradable sentirse alegre en el momento preciso, pero ese momento preciso difícilmente me parecen los diez días del carnaval romano. Sospecho cínicamente que no fueron capaces de mantener en mi imaginación, la brillante promesa que implicaba su leyenda; luego, los acontecimientos me permitieron corroborar que he tenido menos conciencia de las influencias festivas características de la temporada que de la inalienable gravedad del lugar. Hubo un tiempo en que el carnaval era un asunto serio -esto es, auténticamente disfrutable; mas, gracias a las botas de siete leguas que el reino de Italia viene usando en su marcha hacia el progreso en otras direcciones, la moda del jolgorio público ha caído en plena decadencia-. Dudo que un americano pueda concebir con exactitud el estado de ánimo en que el carnaval se llevaba a cabo como una expresión general impulsada por la buena fe; sólo puede decirse a sí mismo que durante un mes del año debe haber cosas -cosas que tienden a verse como una humillación- que es más cómodo tratar de olvidar. Pero ahora que Italia está hecha, el carnaval está deshecho.
Henry James (Estadounidense nacionalizado inglés, 1843-1916).
La ilustración corresponde a El carnaval de Roma (1881), de José Benlliure y Gil.
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